Un Caso Perdido

DIECIOCHO

 

Conrad frunce el ceño cuando ve la fachada del lugar donde nos detuvimos. Él llegó puntual y a pesar que hoy no lleva nada de manga larga, la camisa roja que tiene puesta es suficientemente larga de las mangas para cubrir su tatuaje.

Conrad no puede creer a donde lo he traído, seguro piensa que es una broma o algo así.

—Esto… —está atónito. Tampoco es para tanto.

Ruedo los ojos. —Es un trabajo —le recuerdo.

Niega mientras dice: —Pero… ¿Un iglesia? —así es. Estamos frente a una iglesia y aquí es donde he trabajado durante cada periodo de vacaciones que he tenido durante dos años.

Río. — ¿Qué tiene? No te preocupes, no te quemaras —me coloco las manos en la boca como si estuviera asustada—. Espera, estas vestido de rojo, hay no… te bañaran en agua bendita —en realidad esta no es una iglesia católica, es como evangélica o algo así, no recuerdo su denominación pero lo digo solo para molestarlo.

Me dedica una mirada de esas que me ha dado en la escuela. “Eres una molestia” significan. Yo sonrío disfrutando de haberlo irritado. Decido confesarle: —Mira, no te preocupes. Trabajo aquí cada vez que puedo, no tiene nada que ver con la iglesia y eso. Es sobre el orfanato que está detrás de la iglesia.

Vuelve a mostrar un gesto confundido. — ¿Niños? Espera… soy malo con los niños. Y con las iglesias.

—Con todo, básicamente —agrego sin voltear a verlo.

Camino hacia la puerta de la iglesia pero él no se mueve. Le hago una seña para que se acerque pero él actúa como si realmente fueran a quemarlo o algo.

Regreso donde está él, molesta. —No seas un cobarde, no te van a matar. Solo… dale una oportunidad.

Arruga la nariz. —Amalia, ¡No soy religioso!

Suspiro desesperada. — ¿Y quién dijo que yo lo era? Aquí te dejan trabajar si haces las cosas bien no si te memorizas la biblia. —Y es cierto, en realidad, el año pasado el baterista de la banda ni siquiera creía en Dios pero todos eran respetuosos con él y él disfrutaba estar aquí. Tuvo que dejar su puesto cuando consiguió un trabajo fuera de la ciudad.

Ahora si lo tomo del brazo y lo fuerzo a que entre. Se resiste un poco pero sigo tirando con fuerza. Entramos y ¡No se quemó!

—No te quemaste —me burlo.

Él se suelta de mi agarre. —Muy graciosa —observa el lugar con una expresión intimidada. Seguro está muy lejos de su zona de control.

El Pastor Lucas sale casi al instante que entramos. Ya le había hablado y de todas formas sabe que normalmente trabajo aquí. Le dije que encontré a otra persona para que me ayude en el orfanato, un compañero de la escuela.

— ¡Amalia! —Levanta los brazos—. Me alegra que estés aquí con tu amigo —claro, él seguro piensa que es mi amigo pero si le contara todo lo que sucedía realmente entre nosotros, seguro nos hablará del perdón y todo eso.

Conrad hace una mueca cuando escuchó la palabra “amigo” —Ah sí… él es Conrad. Es un poco molesto pero quiere trabajar —afirmo alegremente. El Pastor sonríe, ya conoce mi sentido del humor aunque en esta ocasión no estoy bromeando. Él puede a ser una verdadera molestia.

Conrad me voltea a ver y a pesar que no puedo ver su rostro totalmente, sé que tiene una cara de pocos amigos.

—Claro, claro, ya me lo habías dicho. Es un placer para mí, chicos, serán toda una bendición para nuestros niños. —Expresa.

El Pastor Lucas es un hombre de unos setenta años, la piel oscura y una barba bastante tupida. Es de esas personas que se ven intimidantes, por su expresión facial siempre arrugando la frente y por su voz grave, pero luego que las conoces te das cuenta que no matarían a una mosca.

Asiento y nos dirige a la parte trasera, donde ahora los pequeños están jugando en todo el patio. Unos saltan, otros comen y los más grandes patean una pelota de soccer. Desde la última vez que estuve aquí veo una cara nueva. Además, han crecido bastante rápido. Los niños si cambian de un día para el otro.

El Pastor llama a Clara, la encargada de los niños y nos sonríe al vernos. El Pastor regresa a la iglesia, despidiéndose antes de irse.

Clara se acerca y me sonríe cuando me ve.  —Amalia, muchas gracias por venir este verano. Los niños te han extrañado.

No dudo que me extrañen pero la mayoría están concentrados en sus juegos que no les importa mucho mi presencia. No los culpo, a esa edad solo piensas en las cosas que te hacen sentir bien. Comer, jugar, correr o soñar que eres un astronauta y saltar por todo el lugar actuando como si no hubiera gravedad.

—Yo también los he extrañado.

Clara me vuelve a sonreír, se gira un poco hacia Conrad, quien aún se ve incómodo. — ¿Cuál es tu nombre, muchacho? –pregunta.

—Ah… Yo soy Conrad. Conrad Freddy Hall —le cuesta incluso decir su nombre.

¿Freddy? Muerdo mis labios para no reírme.

A ver, Freddy no es un nombre malo. Es bastante normal pero a Conrad como que no le queda.

Recuerdo la primera vez que lo vi en la escuela, llevaba el cabello un poco más largo y una camiseta negra de mangas largas con unos pantalones de mezclilla oscuros. Parecía, sin exagerar, un modelo o uno de esos cantantes que las chicas adolescentes se mueren por conocer. Me imaginé que su nombre sería Blake, por alguna razón. Tiene cara de Blake, pero eventualmente me enteré que se llamaba Conrad. Conrad tampoco es un mal nombre pero al principio como que me rehusaba a aceptar que su nombre no era Blake.

Una tontería, lo sé.

Conrad tiene toda la pinta de chico malo, de esos que salían en las películas de los comienzos de los 2000. El cabello negro, los ojos azul oscuros, la mandíbula marcada y es alto. Además, siempre anda con actitud intimidante así que si, parece un chico malo. Pero últimamente pienso que no es tan malo como él quiere parecer. Creo.

—Muy bien, pueden entrar y les explicaré sobre su trabajo —sonríe—, bueno, Amalia ya sabe qué hacer. ¿Le has dicho a Conrad?

Niego. La verdad no le he dicho nada porque es divertido verlo todo preocupado. Me reservé el misterio hasta que estuvimos frente a la iglesia.




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