Un Caso Perdido

VEINTE

Han pasado un par de semanas desde que comenzamos a trabajar juntos y ahora que pasamos mucho tiempo cerca uno del otro, hemos aprendido a convivir sin matarnos.

No sé cómo exactamente sucedió, pero eventualmente se está desarrollando un tipo de amistad entre nosotros aunque no sé si considerar a Conrad mi amigo.

Hablamos mucho todo el tiempo y cuando no estamos hablando, estamos viendo videos en internet sobre temas raros. Muchas veces comemos después del trabajo y recientemente hemos empezado a visitar varios lugares locales cuando tenemos tiempo.

La última vez que salimos, fuimos a una tienda departamental a pasar el rato. A pesar que no teníamos nada en mente para comprar, fue divertido probarnos ropa cara y fingir que podíamos pagarla.

Conrad sugirió que me probara un vestido de noche y aunque me negué, me convenció y cuando salí de los probadores, él me aplaudió como si yo hubiera ganado un Academy Award.

Hoy es sábado y a pesar que no tenemos que ir al orfanato y no deberíamos vernos hoy, Conrad ha llegado a mi casa y me he preguntado si quiero ir a comer pollo frito.

—Amo el pollo frito. —Afirmo.

Él sonríe, caminando hacia la nevera y tomando una Coca Cola Light. —A mí también, vamos a almorzar ahí.

—Claro —respondo.

Conrad se sienta en el sofá y estira sus brazos después de dejar la lata sobre la mesa del centro. —Pero vamos en un rato, aún es muy temprano para comer.

Me encojo de hombros y me siento frente a él, en el otro sofá.

— ¿Vas a salir así?—señala mi camiseta amarilla con varios pollos estampados—. Digo, no es un poco cruel ir a un lugar de pollo frito con esa camiseta.

Sonrío. —Creo que sí.

Toma su lata y le da un sorbo. —Escogeré tu atuendo, así estarás a mi nivel.

Bufo y le lanzo un cojín al estómago, él lo sostiene antes que rebote y caiga al suelo. —Vamos —se pone de pie.

Levanto una ceja. — ¿A dónde?

Señala el techo. —Tu armario, quiero ver que tienes de bueno.

Suelto una carcajada. —No, olvídalo.

Él camina hacia el sofá donde yo estoy sentada y se deja caer a mi lado. —Te he visto en la escuela con mejores atuendos que este.

Me muevo un poco lejos de él. — ¿Quién eres? ¿La policía de la moda?

Él despeina mi cabello con su mano. —Lo soy.

Separo mi cara de él y reacomodo mi pelo con mis dedos imitando un peine. —No quiero que revises mi ropa, es raro.

Conrad reposa su lata sobre la mesa de nuevo y se inclina hacia mí, quedando a menos de diez centímetros. —No es raro.

Lo empujo sin aplicar mucha fuerza por los hombros pero él no se mueve ni un centímetro. — ¿Es enserio que quieres ver mi ropa?

Se inclina un poco más. Debería dejar de acercarse o sino podríamos estar tan cerca que parecería que estamos a punto de besarnos.

—Sí. —Conrad sigue acercándose y yo me hago para atrás lentamente.

—Conrad —apenas pude pronunciar tu nombre.

Él acerca sus dedos debajo de mi ojo derecho y toma algo. Entre su pulgar y su dedo índice presiona algo, sacudiéndolo lentamente frente a mí. —Una pestaña.

Lo empujo con fuerza hacia atrás. Rayos. Rayos, rayos, rayos. ¿Por qué mi corazón está palpitando tan rápido? ¿Por qué siento corrientes de electricidad por todo mi cuerpo?

¿Por qué quería que se acercara un poco más?

—Iré a cambiarme —me levanto de un salto y corro a mi habitación.

Me quité la camiseta de pollos pero no me arreglé tanto. Una camiseta blanca con rosa, unos shorts de mezclilla que me llevan sobre las rodillas y unos Vans negros.

No me importa si al policía de la moda –Conrad- no está impresionado con mi elección.

 

Vamos al famoso restaurante de pollo frito que está a unos treinta minutos de mi casa, esta vez trajo su auto y él condujo hasta el lugar. Llegamos en el tiempo pensado porque no había nada de tráfico.

Ya en el lugar ordenamos pollo frito, papas fritas picantes y unos dedos de queso. Él pidió una Coca Cola con hielo y yo una limonada.

—Vamos al centro comercial después, quiero comprarme unas zapatillas nuevas para los entrenamientos —Conrad dice, haciendo el cabello que le cae en la frente hacia atrás.

Estoy tratando de olvidar lo que sea que pasó en la sala aunque es difícil porque la camiseta anaranjada que trae hoy, contrasta muy bien con su piel. Es un anaranjado casi fosforescente y muy pocas veces admitiría que se le ve bien a alguien pero hoy es una de esas en donde la persona que la lleva se ve bien.

Una parte de su tatuaje se cuela de la manga y me obligo a quitarle los ojos de encima. ¿Qué te pasa, Amalia? ¡Tienes que recuperar la cordura!

Tomo una papa frita picante y me la llevo a la boca. —Claro.

Después, comemos por unos minutos sin decir nada.

El restaurante está casi vacío, hay solo dos mesas ocupadas aparte de la nuestra. En el fondo suena una canción veraniega a bajo volumen. Las personas comen sin hablar demasiado fuerte entre ellos. Es un ambiente mayormente calmado y disfruto la energía del momento.

Paz. Tranquilidad. Estabilidad.

Ojala todos mis días fueran así, comiendo esta comida grasosamente deliciosa con un chico que le quedan bien las camisas de colores agresivos para la vista.

Finalmente, busco un tema de conversación y le pregunto: — ¿Qué te parecen los niños hasta ahora?

Bebe un sorbo. —Me caen bien. Son divertidos y no son malcriados, nunca he visto que hagan berrinche por nada.

Es cierto, los niños del orfanato son educados y aunque gritan y tienen mucha energía, se comportan con mucho respeto y cariño. Son adorables.

Seguimos comiendo en silencio hasta que Conrad, después de tragar,  habla con lentitud —Oye… creo que no te la había dicho antes pero… gracias.

No sé qué me está agradeciendo así que me quedo en silencio esperando que él siga hablando.




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