Ya sospechaba que mi padre tenía a alguien más desde hace mucho tiempo y bueno, ahora mis padres están divorciados y sin compromisos, pueden salir con quien se les dé la gana. También, mamá había confirmado que papá estaba viendo a alguien hace unos meses. Verlo ahí, sonriéndole a esa mujer no me sorprendía ni tampoco me causaba nada pero… él había dicho que se iría a visitar a la abuela que estaba enferma.
¿Tanta necesidad hay de mentir?
Lo que más detesto en este mundo es que me mientan. Voy a cumplir dieciocho años en unos meses, no soy una niña pequeña que no puede tomar las verdades como son. Pero para mis padres, ocultarme información relevante que afecta nuestra “vida familiar” para ser algo que hace muy bien, hasta mejor que ser padres.
Conrad deja de hablar y sigue el camino que trazan mis ojos. Voltea a ver hacia la joyería y seguro se pregunta que estoy viendo.
— ¿Amal…? —Lo detengo con una seña de mi palma extendida, como si fuera un policía de tránsito.
Trago saliva y de repente necesito el café helado más que nunca. Cierro los ojos por un par de segundos y Conrad se acerca preocupado.
— ¿Estás bien? —Baja la voz, sin saber porque pero agradezco que lo haga. No quiero que mi padre me vea.
Tomo aire y asiento sin poder dejar de sentirme mareada. Conrad entrelaza su brazo derecho con mi brazo izquierdo y me pregunta si quiero sentarme. —Vamos a… vamos por el café.
Conrad me mira sin saber qué hacer, vuelve a ver hacia la joyería y pregunta: — ¿Pasa algo?
Yo comienzo a retomar nuestra marcha hacia el lugar. Cualquier lugar lejos de ahí.
—Amalia… ¿Quieres que te lleve al hospital? ¿Necesitas algo?
Niego y le doy unas palmadas en el brazo que me sirve de guía porque honestamente no puedo concentrarme en el camino. —Vamos. —Pido, porque necesito alejarme de ahí.
Llegamos y Conrad me deja el brazo hasta que estamos en una mesa redonda, con un sofá en media luna que seguro es para unas cuatro personas pero en este caso, solo somos dos.
Conrad se sienta a mi lado y quita la bolsa de los libros que estaba sosteniendo con fuerza de mi mano. No me había dado cuenta que mi puño estaba realmente apretado.
— ¿Quieres comer?
—Sí. —Digo—. Voy… voy a ordenar.
Me detiene. —Espera, iré yo. ¿Qué te pido?
Le digo que ordene lo mismo que él pida y se niega a que le de dinero para pagar. Se va hasta el mostrador pero gira su cabeza varias veces asegurándose que aun siga con vida.
La verdad, no sé cómo me siento. Debería sentirme triste o extremadamente enojada pero no lo estoy. No es que justifique a mi padre ni tampoco tiene mi apoyo al cien por ciento de salir con una chica que es unos quince años más joven que él pero… no puedo sentirme como debería.
Quizás eso es lo que me tiene mareada, el hecho de darme cuenta que mis padres ya no son las personas que yo realmente amaba cuando era niña, que ahora son dos desconocidos que envían dinero a mi tarjeta de débito y que pagan todas las facturas para de alguna forma compensar su inexistencia en mi vida.
Han pasado años desde que tuve una conversación larga con mi padre. Ya no vemos programas de misterio juntos, ya no hablamos de la escuela. Ya no salimos a ninguna parte como padre e hija. Creo que ni siquiera sabe realmente cuantos años tengo o en qué año de la escuela voy.
Y quizás, siento… celos.
Celos que alguien más tenga la atención de mi padre. La atención que inculpablemente perdí sin saber porque.
Cierro los ojos evitando llorar. No quiero llorar en público y mucho menos frente a Conrad. No puedo. No.
— ¿Te duele la cabeza? —Conrad deja la bandeja de comida con los dos vasos plásticos con café helado y las donas sobre la mesa.
—Era mi papá. —Escupo sin pensarlo—. Mi papá era el hombre que estaba en la joyería. Él… tiene una nueva novia supongo.
Conrad deja escapar un suspiro, aun de pie y sin haber repartido la comida. Él aprieta los labios y decide sentarse a mi lado. Su brazo se topa con el mío pero no se aparta.
— ¿Tus papás no están juntos?
Niego. —Ellos ya se divorciaron pero desde hace mucho tiempo que no parecen un matrimonio real. Una familia de verdad.
Conrad tuerce la boca. — ¿Te sientes mal?
No sé si se refería a físicamente o sentimentalmente, pero solo contesto: —No realmente. Ya lo sabía de alguna forma. —Río irónicamente—. Creo que mi familia debería salir en la televisión… mamá también, bueno eso creo, creo que tiene a alguien más desde hace años y pues papá comenzó a ver a la rubia de la joyería… —supongo—. Desde hace un tiempo.
Él se queda en silencio. Me siento mal por haberle dicho todo eso, no es mi terapeuta personal para que le cuente todo lo que va mal en mi vida.
— ¿De qué me compraste la dona? —Pregunto, buscando cambiar totalmente el tema y así terminar con esta atmosfera.
—Es rellena de fresa. —Afirma—. Y, Amalia. A veces tenemos que aguantar cosas que no tenemos culpa de que sucedan pero… hay que seguir, una vez más. Intentarlo cada día, hasta que las cosas mejoren.
“una vez más” — ¿Eso… por eso te hiciste tu tatuaje? —Recuerdo la frase en español.
Sonríe. —Si. Creo que… mi madre me dejó cuando tenía doce años. A mí y a mis dos hermanos, ellos tenían dieciséis y diecisiete años pero aun así, nos dejó a todos. —Se detiene—. Ahí fue cuando papá comenzó a ser demasiado agresivo… nunca me ha torturado o cosas así pero… bueno, creo ya has visto más o menos como puede comportarse conmigo.
Sus ojos empiezan a brillar, como si estuviera a punto de llorar pero él parpadea varias veces y toma un sorbo de su café.
—Es una porquería —digo—. A veces, realmente todo se siente así, ¿No?
Él sonríe de manera triste. Está esforzándose para ser fuerte. —Es… la vida, ¿supongo? Te lo digo, Amalia. Solo hay que hacerlo una vez más y poco a poco las cosas cambian, a veces no cambia el problema pero de repente, puede suceder algo diferente que hace que tus días ya no se sientan tan pesados.