Un Caso Perdido

VEINTISIETE

Conrad

La última vez que lloré frente alguien fue cuando mi mamá se fue.

Ni siquiera cuando mi abuela murió. Es cruel recordar eso pues mi abuela fue la única de mi familia que me amó realmente y me cuidó con mucho amor pero para ese entonces ya sabía que las lágrimas no eran algo que mi padre aprobaba.

Recuerdo el día que mamá se fue como si hubiera sucedido ayer.

Ella tomó una maleta grande, tenía el cabello despeinado y le gritó a papá “Todo esto es tu culpa, fue un error casarme contigo” ella no podía dejar de llorar y todo me daba vueltas. ¿Mamá se irá? ¿Conmigo, verdad? No me puede dejar, ¿Verdad?

Mis hermanos estaban en la casa de un amigo celebrando su cumpleaños y no tenían idea de lo que estaba sucediendo ahora mismo. Mamá nos estaba dejando y parecía que no se iba a arrepentir de la decisión que había querido tomar desde hace tiempo.

Me acerqué a ella y antes que pudiera abrazarla, ella se alejó de mí. —Conrad… —sollozó—, si tú me abrazas, no tendré el valor de irme.

No quería que tuviera el valor de irse así que me volví a acercar a ella pero me empujó.

—Te amo, hijo. —Pasó la mano por su cabello despeinándolo aún más—. Te amo pero… tengo que irme.

Y ella se fue.

Me ama pero ama más su libertad lejos de mi padre, mis hermanos y de mí.

Me ama pero ama más el concepto de abandonarme con mi padre que hasta ese momento todas sus agresiones eran verbales pero que después de ese día, se volverían físicas.

Me ama pero no lo suficiente para quedarse.

Me ama pero no lo suficiente para llevarme con ella.

Yo me tiré al piso llorando desconsoladamente. Papá me gritaba que me parara y que dejara de llorar pero por esa única vez, no le obedecí. Quería llorar hasta que se me acabaran todas las lágrimas. Quería exprimir todo el dolor que había dentro de mí. Quería despertar de esta pesadilla y que mamá me tomara entre sus brazos de nuevo.

Mamá se fue un miércoles, ¿Cómo se supone que mañana vaya a la escuela fingiendo que todo está bien? ¿Qué se supone que diga cuando llegue el día de las madres y no tenga a quien darle mi inservible manualidad? ¿Les miento a todos y les digo que mamá sigue conmigo? ¿Qué está de vacaciones?

Seguí llorando esperando que ella se diera la vuelta, corriera hacia mí y me estrujara entre sus brazos como siempre lo hacía.

Pero mamá jamás me tomó entre sus brazos de nuevo.

Ella se fue y se llevó todo.

Se llevó todo. Se llevó mi corazón, mi felicidad, mis sueños y mi bondad. Mamá se llevó mi fotografía favorita que tenía en la sala, una donde estábamos frente al árbol de navidad. Se llevó su perfume favorito, ese que siempre que lo vuelvo a sentir al pasar por una tienda de fragancias, me recuerda a ella. Se llevó todo lo que le importaba, excepto a su hijo. A mí. A mi hermano. A mi otro hermano.

Mis hermanos culparon a mi papá y él comenzó a abofetearlos pero ellos no aguantaron y se fueron de la casa.

Mis hermanos se llevaron sus camisetas, sus ahorros y todo lo que les importaba. No se llevaron a su hermano menor. A mí.

Después de un tiempo llegó mi abuela y ella me abrazaba con fuerza, tratando de remendar el corazón que su hija había desgarrado. Me abrazaba como si ella tuviera la culpa. Me cuidaba. Se paraba frente a mi padre cuando quería golpearme. Cocinaba para mí. Me amaba.

Mi abuela murió. Mi abuela se marchó y no se llevó nada. Ella también me dejó.

Lo único que me consuela es saber que ahora nadie puede dejarme. Nadie puede amarme y luego marcharse.

Aunque.

La chica que está recostada sobre mi hombro, quien cocinó unos hotcakes y me trajo una frazada para ver la televisión junto a ella luego de haber perdido el control por culpa de mi padre, esa chica, ella cambia la historia.

Le confesé a Amalia que la mayor parte de las veces que alguien pregunta por mi mamá, les digo que está muerta porque no he sabido de ella en años y nadie más ha sabido de su paradero.

Puede que esté viva pero después de ese día, murió para mí. Es más fácil así, es como un tipo de cierre.

Veo a Amalia, quien me acerca la taza de té verde que preparó para mí hace unos minutos y sonríe cuando le doy un sorbo. Veo a Amalia mientras pregunta si quiero otra almohada para que esté cómodo. Veo a Amalia quien regresa a mi hombro y deja que apoye mi cabeza sobre la suya.

Veo a Amalia y por primera vez en toda mi vida, no tengo miedo de sentir eso que tanto me lastimó.

—Conrad, puedes quedarte aquí si quieres. —Ella me invita sin verme a los ojos, aun con la cabeza sobre mi hombro.

Yo sí despego mi cabeza y me separo, obligándola a incorporarse. — ¿Estas segura? Puedo quedarme en un hotel.

Niega. —Es mejor que te quedes aquí, no hay problema.

—En serio, Amalia. Ya he molestado lo suficiente, puedo irme en un rato.

Ella suspira. —Quédate aquí, no hay problema.

Normalmente haría una tonta broma, algo como “¿Así que quieres estar conmigo en la noche?” pero honestamente estoy harto de cubrir mis verdaderas emociones con una tonta personalidad superficial.

—Está bien —contesto.

Ella asiente. —Puedes quedarte en el cuarto de mi hermano, está limpio y no lo ha usado por meses.

Tenemos la luz apagada y la única iluminación proviene de la pantalla. Su rostro, parcialmente visible por la oscuridad, me parece lo más hermoso que he visto en toda mi vida.

Acerco mi mano hasta un mechón de cabello y lo coloco detrás de la oreja. Amalia, por inercia, se hace hacia atrás. Yo dejo mi mano cerca de su oído, dudando sobre lo siguiente.

Lo siguiente que pide mi corazón.

Muevo mi mano hasta su mentón y me acerco hacia ella. Amalia abre su boca sutilmente como si quisiera decir algo pero no lo hace. Mi pulgar acaricia un poco su piel y todo mi cuerpo siente chispas de electricidad.




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