MATTHEW
La escuela terminó y hace dos días fue nuestra graduación. No fue sorpresa que Amalia y yo fuéramos escogidos para dar el discurso final. Mientras ambos subíamos entre aplausos y porras, nos colocamos frente al micrófono.
Comienza ella.
—Finalmente, sucedió —sonríe—. Felicidades compañeros de la secundaria Ligenhall. Lo hemos logrado.
Todos los alumnos vestidos con sus togas y birretes aplauden y celebran.
Amalia prosigue. —Para escribir este discurso me hice tres preguntas. ¿Qué aprendí? ¿Qué dejo en esta escuela?, y, ¿A dónde me dirijo? —sus ojos se mueven al lado izquierdo donde nuestros amigos están sentados—. Aprendí a ver más allá de las apariencias, que no todo lo que encuentras de frente es lo único que hay —gira a verme—, aprendí a perdonar y a olvidar, para ser libre —sus ojos regresan al frente—. Aprendí a dar los primeros pasos, esos que dan miedo porque no sabes si donde estas pisando es concreto o arena movediza —Amalia hace una pausa—. Aprendí a que algunos días, solo tienes que dejarte ir al ritmo de la vida, sin pensarlo mucho.
Ella ha logrado capturar la atención de todos. Mi padre está al frente al lado de su madre, ha pasado tanto tiempo desde que vi a nuestras familias juntas. Su padre está aquí al igual que su hermano quien se ve tan diferente a como lo recordaba, lleva el cabello algo largo y una barba desigual.
— ¿Qué dejo en esta escuela? —ella toma una larga respiración y suelta el aire—. Dejo a Charlie, el guardia del tercer nivel quien murió en esta vida pero sigue vivo en mi corazón por siempre. Dejo a Mirna, mi amiga de la enfermería —Mirna, la enfermera está al fondo vestida con un traje gris y el cabello liso. Se ve realmente orgullosa de Amalia—. Dejo una pared pintada de azul, esa que tuve que retocar con un egocéntrico jugador de soccer.
Se escuchan unas risas y Greg empuja a Conrad. Conrad sonríe en dirección a Amalia.
—Dejo también, temores. Temor a ser vulnerable, temor a sentir amor y el temor a decir adiós. Dejo atrás mis arrepentimientos y cualquier dolor del pasado. Todo eso, se queda atrás.
Ella se mueve y se coloca al frente de la plataforma. Sostiene el micrófono plateado con ambas manos. — ¿A dónde me dirijo? La verdad es, aun no estoy segura —sonríe y sus ojos se iluminan—. Pero ahora sé que a donde sea que vaya, estaré bien. Me dirijo a un buen camino a pesar que desconozco ese trayecto por ahora.
Sus padres se ven emocionados. Seguramente jamás habían escuchado a Amalia hablar de su vida escolar y de su futuro de esta forma, quizás, de ninguna forma en absoluto.
Veo el asiento vacío que queda a un lado de mi padre. Ahí podría estar mamá. Mamá seguramente estaría llorando, tomándole miles de fotos a Amalia mientras obliga a mi padre a tomarle un video presionándolo para que capture el mejor ángulo. Mamá era así, siempre tan detallista y apasionada por todo.
—Me dirijo a otro día más de vida, ahí es donde quiero estar. Un paso a la vez, un momento a la vez —estira su mano y señala a todos paseando su dedo por el lugar—. Sea lo que sea que escojan hacer, recuerden llevarlo un día a la vez. Sé que de esa forma, todo estará bien.
Ella termina y todos le aplauden. Los padres se ponen de pie al igual que los estudiantes. Me siento algo intimidado porque ahora es mi turno y no estoy seguro si mi discurso es tan bueno como el de ella.
Amalia regresa a mi lado y me da el micrófono. —Ve por ello —Susurra.
Tomo el micrófono y digo: — ¿Puedo ganarle a ese discurso?
Las personas ríen.
—Bien, lo logramos y cada uno sabe lo difícil que fue individualmente —asiento—. Algunos tuvimos altibajos, otros tuvieron que esforzarme para llegar al promedio y poder estar aquí —me quito el birrete—. Creo que todos aquí saben que fui el alumno ejemplar, ¿No? A decir verdad, no había nada de ejemplar en mí —muevo mi mirada al fondo, donde las dos puertas del gimnasio están cerradas anhelando que se abran y entre mi madre—. Hoy no está mi madre aquí, ella murió hace un tiempo y sé que muchos de ustedes han perdido a alguien antes —mis ojos se van con papá—. Comienzo a comprender que a veces, vamos a perder. Perder personas, sueños, tiempo y perder la esperanza.
Veo hacia abajo, sintiendo mis propias palabras llenándome el corazón. —Pero he comprendido que perder no es malo, al menos, no siempre —afirmo—. Cuando pierdes algo tienes la oportunidad de remplazarlo con algo nuevo, mucho mejor. Claro, no puedo reemplazar a mi madre y no pienso hacerlo pero su ausencia la he llenado con sus consejos, sus recuerdos y todo lo bueno que viví a su lado —mis ojos se mueven a Amalia—. Perder a un amigo es doloroso pero aprendí que puedes, si realmente te importa, rescatar esa amistad.
Amalia me sonríe y asiente.
—Hoy hemos ganado, otros días perderemos —explico—. Hagamos una promesa, todos los que estamos aquí —giro para ver a los profesores sentados detrás de nosotros—. Prometamos no rendirnos cuando perdamos. Estadísticamente, no podremos seguir perdiendo. La victoria llegará pero solo si perseveramos, si realmente nos esforzamos y no nos rendimos. Yo se los prometo, espero que ustedes también se hagan esa promesa con ustedes mismos.
Amalia es la primera en aplaudirme. La gente la sigue y todos me dan una ovación de pie. Ella me abraza y me aprieta con fuerza. —Te quiero Matt.
Nos separamos. —Conrad va a matarme.
Ella ríe. —Conrad no puede matar ni a una mosca.
Nos volvemos a abrazar y regresamos a nuestros asientos para las palabras finales del director.
En menos de veinte minutos todo esto ha terminado, vemos a nuestros compañeros reunidos en un solo lugar por última vez y terminadas las despedidas, nos vamos de la secundaria que nos cambió la vida a muchos.
Mi padre me da un abrazo y me felicita. La familia de Amalia, junto con ella, se acerca.