Un Caso Perdido

CUARENTA Y SEIS

 CONRAD

No sabía exactamente como termine aquí pero no me quejo en absoluto.

Hace unos años, cuando vi a Amalia por primera vez, jamás imaginé que terminaríamos de esta forma, jamás pensé que llegaría a importarme tanto.

—Entonces, ¿Si tuvieras que elegir conocer todas las respuestas del pasado o todas las del futuro, que escogerías? —me pregunta viéndome con esos hermosos ojos grandes.

Aliso su cabello con mi mano mientras ella está pegada a mí. No quiero que se aleje nunca. No quiero que nos alejemos en ningún momento.

—Elegiría besarte —sé que no le gusta cuando respondo de esta forma pero a mí me encanta ser cursi con ella.

Amalia se despega de mí molesta. —No te pregunté eso.

Aprieto sus mejillas con cuidado. —Pero esa es mi respuesta.

Ella pone los ojos en blanco antes de volver a recostarse en mi hombro. —Tienes que llevarme a buscar un vestido mañana, para la fiesta de Jess.

Conrad hace una mueca.  —No entiendo porque tanto alboroto, es solo su cumpleaños.

Me da un golpe suave. —Déjala, es su cumpleaños y estoy segura que Matt le propondrá matrimonio.

Muevo mi rostro para verla mejor. — ¿Tan pronto?

Ella se encoge de hombros. —Son perfectos juntos, ¿Para qué esperar?

Acaricio su mejilla mientras le recuerdo: —Tú no quieres casarte aún.

Ella se acomoda mejor en el sofá. —Eso es porque ellos son personas con dinero, nosotros aún tenemos que ahorrar para comprar una linda casa que tenga un jardín y una chimenea.

Me acerco a su rostro. —O podemos vivir en este apartamento y ser felices por siempre.

No me importa donde, lo único que es relevante para mí es tenerla a mí lado.

Amalia suspira. —Prefiero ser feliz por siempre desayunando en mi jardín.

Así es ella. Terca. Determinada. Enfocada. Nadie le quita las ideas de su mente, nadie puede arrancarla de su camino cuando se propone algo.

Eso amo de Amalia.

Ella terminó estudiando repostería y panadería en la academia de Leon Jean Sol, un pastelero francés que tiene bastante fama. Se ha esforzado bastante y le sale natural crear postres deliciosos. Su sueño es abrir su propia cafetería y vender sus postres.

—Odio que seas tan guapo —dice de repente—, las chicas de tu universidad seguro van detrás de ti.

Sonrío. —Tu nombre está literalmente tatuado en mí, claramente tengo dueña.

Ella arruga la nariz. —No digas eso, no me gusta la posesividad —aclara su garganta—. Además, nunca te pedí que te tatuaras mi nombre, tú fuiste él que de repente se hizo eso.

Unos días después de la graduación fui a una tienda legal de tatuajes y en la muñeca derecha quedó plasmado permanentemente el nombre de Amalia. Es un tatuaje pequeño, escrito en cursiva.

Beso mi tatuaje. —Es mi favorito.

Ella  niega con una sonrisa. —Que sea el último, no quiero que vengas con mi cara en tu pierna.

Estiro mi mano y atraigo su rostro hacia mí. Le doy un beso largo, relajado y dulce. Tan dulce como ella.

Nos separamos. —Te amo. —Las palabras se escapan de mi boca sin pensarlo. Esas palabras han estado dando vueltas en mi mente desde hace mucho tiempo cada vez que Amalia está cerca de mí, mejor dicho, cada vez que pienso en Amalia y Dios sabe cuánto pienso en ella.

—Y yo a ti —afirma—. Te amo y te necesito.

Sonrío. — ¿Sabes? Me encanta que me necesites —sonrió ampliamente—, pero te lo prometo Amalia, no necesitas de nadie —beso su mejilla—. Sin embargo, prometo estar contigo cada vez que sientas que me necesitas.

Ella asiente y vuelvo a besarle la mejilla.

—Eres mi milagro, Amalia —le digo—. Siempre pensé que los milagros no existían, ni siquiera estaba seguro si había alguien allá arriba que realizara milagros pero este año toda mi vida dio vueltas y ahora realmente creo que hay alguien que cuida de mi —ella me escucha con atención. Amo que haga eso. Cada cosa que le digo ella la escucha como si fuera lo más interesante del mundo. La amo. La amo tanto—. Ahora sí creo en la existencia de Dios y aunque no entiendo muchas cosas en la Biblia me gusta leerla porque me da tanta esperanza en la vida, me recuerda que los milagros si existen —acaricio su mejilla. Es suave y sus mejillas se sonrojan levemente—. Te veo y sé que eres mi milagro. Gracias a ti pude encontrar paz. Gracias a ti pude comenzar a sanar de muchas cosas de mi pasado, puedo ser yo sin fingir se más rudo o cosas así.

Ella me abraza. —Tú también cambiaste muchas cosas en mi vida.

Beso su frente. —Prometo amarte siempre, Amalia. No tengo idea a donde nos llevará la vida. No sé si nos vamos a alejar —no quiero eso—, pero te prometo amarte cada día de mi vida. Aun si nos alejamos, sé que nos reencontraremos.

Ella mueve su rostro pegado en mi hombro para verme. —No quiero sonar cursi porque sé que no llevamos muchísimos años juntos, pero de verdad Conrad, deseo con todo mi corazón que esto no termine. No quiero estar lejos de ti.

Yo tampoco.

— ¿Sabes? Algo dentro de mí me dice que lo nuestro no tendrá final —la volteo a ver—. Y si lo llegara a tener, sería uno feliz.

No tengo idea que pasará en el futuro. No sé qué decisiones tomaremos y si esas decisiones nos distanciaran pero sí tengo certeza que lo nuestro no es cualquier cosa. Lo nuestro es diferente. Cada día tomaré la decisión de amar a Amalia con todo mi corazón. Lucharé por nosotros y por ella. Buscaré las formas de afrontar el obstáculo que la vida nos ponga enfrente y la ayudaré a retomar su camino cuando sienta que está perdida. Lo haré y sé que ella hará lo mismo conmigo.

Si hacemos eso, ¿Cómo podrá terminar mal?

Ella susurra. —Te amo tanto Conrad Freddy Hall.

—Te amo Amalia Denisse Gray. —Repito, esta vez de frente. Amalia hace una mueca cuando pronuncio su segundo nombre, no le gusta en absoluto.  

Acaricia mi mejilla y en cualquier momento podría derretirme. Antes no me gustaba admitirlo pero esta chica me hace sentir tan vulnerable de todas las formas que existen. Ahora lo admito sin miedo, me encanta aceptar el hecho que tengo a alguien que me hace sentir tan bien. La amo. —Conrad, no sabes cuantas ganas tengo de casarme contigo.




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