Agustín llegó como siempre, diez minutos antes de su horario de entrada. Saludó a todos y entró al despacho donde encontró una pequeña reunión: don Norberto Salguero, dueño de los hoteles, acompañado de una conocida mujer con aires de diva.
Tomó aire. Cada vez que se cruzaba a su "archienemiga" Renata Martínez (qué desgracia compartir el mismo apellido) terminaba en algún enfrentamiento por celos profesionales. Esa mujer siempre tenía algo para decirle y él, que siempre terminaba por mantenerse en su perfil bajo, dejaba que ella soltara todo, haciéndole creer que ganaba todas las discusiones.
—¡Ah, licenciado Martínez! ¿Cómo está? —lo saludó el dueño del hotel.
—Muy bien, gracias —contestó Agustín y le dedicó una mirada fija a la mujer—. ¿A qué se debe la visita de la licenciada Martínez a mi hotel?
La mujer sonrió con aires de suficiencia, pero no dijo nada. Volteó la vista a don Norberto, quien algo apenado, aclaró su garganta antes de soltar la bomba.
—Mi hijo y yo lo tenemos en un buen concepto, Agustín. Es usted un hombre con todas las letras, lleno de valores, trabajador, un buen líder y alguien digno de imitar entre sus compañeros de trabajo.
—Muchas gracias, señor Salguero.
—Aquí la licenciada Renata Martínez viene con la intención de... bueno... ser su suplente ahora que tramitamos su licencia médica porque hemos notado...
—¿Qué? —soltó el abogado a lo que la mujer, sentada a su lado, tapó con un dedo índice uno de sus oídos.
—Tranquilo, "Tin" —añadió ella, resaltando el apodo con aire ganador y un sentido un tanto irónico—. Tu gente estará bien, el que nos preocupa sos vos. Aceptá la licencia que de buena voluntad el señor Norberto y su hijo te están dando. ¿Acaso no es un gesto notable que un jefe se preocupe por la salud emocional de sus empleados?
—Esperen un momento, por favor —empezó Agustín, sudando de golpe, pero ella se alzó de su asiento, vestida como toda una ejecutiva hotelera, denotando seguridad en cada parte de su cuerpo, sin dejar de sonreír.
—Vos quedate tranquilo que yo me ocupo de todo.
Don Norberto agradecía en parte que la señorita Martínez era una mujer de armas a tomar, aunque sabiendo que ambos solían competir en cuanto a productividad y demás, se culpaba internamente por ser un cobarde y en tomar las riendas de la reunión como propietario y jefe que era.
—¿Lo haces a propósito?
—Para nada, no soy de aprovecharme de los dramas de mis colegas.
—Pregunta. Si vienes a tomar mi lugar, ¿quién queda en tu hotel?
—Mi sobrino.
—Tu sobrino es un veinteañero apenas. ¿Qué les queda a los demás que se rompieron el lomo trabajando, perfeccionándose y que aspiran a un puesto así?
—Los señores estuvieron de acuerdo. Además, Javier está a punto de terminar la carrera. Es un chico trabajador, entusiasta y muy responsable. Aparte, ¿con qué cara vienes a quejarte? Tanto mi sobrino como yo somos del ambiente hotelero propiamente dicho y vos... solo sos un abogado que se dedica a esto.
Agustín sonrió falsamente, haciendo un esfuerzo abismal para no mandarla al diablo.
—Señores, por favor —cortó don Norberto—. Empecemos el día sin contratiempos, ¿sí? Hay que poner al día a Renata con lo del hotel. En cuanto terminemos te podrás ir a casa, Agustín.
—¿Podríamos hablar en privado usted y yo? —suspiró—. Entiendo por qué me dan a licencia, pero es necesario poner sobre aviso por qué he bajado mis ánimos y mi calidad de trabajo.
—No te gastes en dar explicaciones, Martínez. Sabemos que tienes varias cosas en mente que te preocupan. Con tanto hijo suelto por ahí no es de extrañar... —chistó Renata.
—¡Al menos yo sí tengo quién me espera en mi casa!
Renata tomó aire. El viejo cerró los ojos y se llevó una mano a la frente, resignado, ante el inicio de un enfrentamiento.
—Al menos yo seguí mi plan de vida, Martínez. Y es una vida que no me pesa aún de lo que se dice de mí por ahí. En cambio vos, bueno, se ve que todo cae bajo su propio peso porque en Pinamar te enteraste que tienes otro hijo.
—¿Cómo sabes eso? ¡Cómo sabes eso! ¿Te puedes callar? —fue rápido a cerrar la puerta, espantado.
—Perdón, ¿me perdí de algo? ¿Tienes otro hijo, Agustín? —saltó don Norberto, medio perdido entre el cruce de declaraciones de sus empleados.
Agustín miró con rabia a la mujer, que se relamía de gusto ante la presión, y no tuvo más que dedicar una hora de explicaciones con respecto a lo sucedido en sus vacaciones de verano antes de comenzar a trabajar en su último día antes de la licencia médica obligatoria.
La capilla del colegio fue abierta por primera vez en años. Le faltaban algunas refacciones que irían haciendo poco a poco. El profesor Iván llevó a los chicos allí con la idea de confeccionar la cartelera por Semana Santa, sacándolos de las aulas porque los días eran muy sofocantes y, en la capilla, el ambiente era más fresco.
Corrieron los pocos bancos a los costados para poner todo sobre el suelo. Dante tenía la difícil tarea de dibujar todas las imágenes que sus compañeros tenían mente. Si bien se consideraba ateo, temía lanzar una maldición en la casa del Señor, más que todo, porque apreciaba al profesor Iván y su conocida profesión de seminarista desde antes de haberla abandonado. Sus compañeros estaban volviéndolo loco con dibujos de palomas y ramitas de olivo, que tenía que hacer en cantidad, que luego debían recortar para adornar varios sitios del colegio.
Clari, considerada la mejor letra del curso, ocupaba su propio espacio dentro de la parroquia con tres afiches que escribir. Santiago y Adela, que formaban parte del grupo que tenía que recortar triángulos de colores para hacer de pasacalles, en torno al gran Vía Crucis a organizarse con varios colegios de Merlo, comentaban sobre sus asuntos.
Afuera, al aire libre, el tiempo era cambiante. Por momentos había sol y por otros se oscurecía de repente. Poco faltaba para que refrescara pues en época otoñal el clima tendía a hacerlo de manera brusca.
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Editado: 07.07.2024