Junio vino con la primera helada del año. Se pronosticaba un invierno bastante crudo porque en todos los puntos del país las temperaturas bajas marcaban un récord impensado.
Los chicos del Juampa tuvieron que ir con sus uniformes de siempre, que poco podía hacerse para combatir el frío, con los ánimos por el suelo. En el curso apenas se podía retener algo de calor, manteniendo puertas y ventanas cerradas. Solo Juanchi entró alegre, llamando la atención de todos sus compañeros de manera abrupta, quienes voltearon sorprendidos ante su presencia exultante.
—¡Ahí está mi mejor amiga Adela María Montero! —gritó, animado. Abrió los brazos y la rodeó por completo ante la atónita mirada de ella, que no entendía nada de nada. — ¿Cómo estás? ¿Qué hiciste el finde? Estás muy linda hoy.
—No tengo plata —contestó la chica al ver la conducta sospechosa de Juanchi.
Santi chistó.
—Esta helada te pone de buenas mientras que todos estamos tiritando. Casi no siento mis pies y eso que me puse como dos pares de medias.
Empezaron las clases. A eso de las cinco de la tarde la situación empeoró y el rector decidió mandarlos a casa con una nota importante a los padres. Los chicos que vivían fuera de Rincón del Este tuvieron que hacer una larga de espera para el colectivo, casi al punto de la hipotermia.
Juanchi llegó a casa, tiritando de pies a cabeza. Los perritos entraron con él, buscando el rincón más cálido de la casa. Su tía Milena acudió a él ni bien entró a la sala.
—¡Mirá cómo vienes! Te voy a preparar algo bien caliente. Cambiate y ponete algo más abrigado. ¡Por Dios!
—Tin tiene que firmar mi cuaderno de comunicaciones. Ahí dicen que nos autorizan a ir con el uniforme de educación física hasta septiembre.
—Dame. Yo voy a hacer que te lo firme en cuanto regrese—recibió el cuaderno de manos de su sobrino.
Agustín, al no tener la salvación de resguardarse en el hotel fuera de horario laboral, dio varios vueltas por los barrios algo alejados del centro, para encontrar a un ciber donde no fuera reconocido por amigos y colegas. Rodeado de niños y jóvenes que jugaban al Counter Strike entre ellos, inició sesión en el Messenger. Matías, su "nuevo" hijo, lo ponía al tanto de su vida, de sus actividades. El chico le decía ansiaba conocer a toda la familia, que deseaba conocer a sus abuelos... ¡Agustín ni siquiera le había avisado a sus hermanos de su existencia! Aquel jovencito estaba muy ilusionado. Una vez que terminó la sesión de chat y él se hubiera desconectado del Messenger, Agustín decidió tomar acción. Pagó las dos horas del ciber al encargado que tenía más o menos la edad de Juanchi y salió en dirección a una placita para realizar una llamada con su celular. El asunto de las tarifas de las llamadas era un abuso, aunque bien se decía que valía la pena hacerlo porque por SMS se le iba a dificultar mucho poder comunicar lo que pretendía y llamar desde la casa era un peligro por si alguno llegara a escuchar. Tomó el celular y marcó a la casa de uno de sus hijos, una llamada de larga distancia a Buenos Aires.
—Hola, Gonzalo. Sí, soy yo. Acabo de hablar con tu hermano... No, con el otro.... Bueno, el otro... —se refregó los ojos—. Quiere conocerlos. A todos. He pensado que como las vacaciones de invierno están cerca estaría bueno que pasaran unos días aquí. Voy a dar la noticia a tus tíos y primos y necesito apoyo, aprovechando que los papeles del ADN me llegarán esta semana. Sé que de parte de Alain no puedo esperar nada, pero sí de vos. ¿Me harías el favor de ablandar a tu hermano y venir los tres a Merlo? Gracias, mijo. Te debo una. Estaré llamándote estos días. Saludos a tu madre.
Colgó. Más de uno se le iría a la yugular, porque aparte de tener que lidiar con sus padres y sus hermanos, sus sobrinos tampoco serían dulces y comprensivos con él. Pensó, por un momento, que debía hablar con Juanchi aparte y antes que los demás, porque era un asunto que lo iba a tocar directamente. "Es tan especial, me puede venir con cualquier cosa..." se decía, a la vez que se refregaba las manos. Abatido, controló la hora y decidió dar un paseo más antes de regresar a casa.
Juanchi estaba en la cocina terminando unos ejercicios de matemáticas, a modo de repaso, supervisado por Nacho. Todo se veía tan en paz que Agustín sintió que se ahogaba.
—¿Qué pasa? ¿Problemas en el hotel? —preguntó su hermano al verlo un poco aturdido.
—No, solo estoy cansado, nada más —se acercó a su hijo y puso sus manos sobre los hombros. Tenía un semblante más paternal, algo que descolocó a Nacho puesto a que su hermano era muy, pero muy distendido en cuanto a su rol de padre. Notó que tomó aire antes de hablar—. Juanchi, mijo, ¿ya estás terminando?
El chico miró a Nacho.
—Claro que sí, terminamos —asintió—. Si tienes dudas me preguntas. Al parecer tu padre quiere hablar algo.
—Sí, tío.
Milena, que había dejado de hacer sus tareas de manera hacendosa para agudizar el oído, quedó perpleja por el ambiente tan extraño. Sin embargo, no dijo nada y siguió con el quehacer.
Padre e hijo se levantaron y fueron a la habitación de Agustín. Este cerró la puerta e hizo que su hijo se sentara en la cama junto a él.
—Tengo algo serio que decirte.
—¿No me vas a dejar ir a Jujuy? —preguntó con desilusión.
—No es eso.
—¿Entonces?
—Tengo que contarte algo. Es muy serio —resopló. Aquella declaración le estaba costando la vida entera—. Resulta que en mis vacaciones fuimos con tus hermanos a Pinamar, por lo que aproveché para hacer unas visitas a unos hoteleros amigos. Me invitaron a una fiesta y ahí me encontré con una mujer.
El adolescente lo escuchaba atentamente, sin entender tanto misterio. Agustín procuraba tener el volumen de su voz un poco bajo y, a la vez, tratando de ser claro en sus palabras y en la formulación de su historia para no marear a su hijo.
#1442 en Otros
#413 en Humor
#870 en Novela contemporánea
argentina, adolescentes humor, comedia humor enredos aventuras romance
Editado: 07.07.2024