Dicho y hecho, señores. Víctor Montero no pudo pegar un ojo en toda la noche. Si bien el miedo principal de los padres cuando sus hijos iban a este tipo de viajes de estudio o de egresados, además de todo lo que pudiera suceder durante esos días, era la ruta en sí. Sin embargo, para Víctor, aquel gesto de Juan Cruz Martínez lo había dejado sin dormir.
—Vico —escuchó la voz somnolienta de su joven esposa—. Dormí.
—No puedo —respondió.
La mujer estiró el brazo hacia el velador y lo prendió. Era una mujer muy joven. Muy. Ambos se llevaban diez años de diferencia y una historia muy complicada por detrás. Muy complicada.
—Son las seis apenas. Si tu hija estaba en camino a la hora que me dijiste, lo más seguro es que todavía le falte como hora y media más de viaje.
—¡Es que hubieras visto la cara del pendejo ese! —exclamó. Carolina lo sabía, conocía bien a su marido, ya sabía que algo así podría quitarle el sueño.
—Ajá. Contame más —dijo al tiempo que se volvía acomodar, en dirección hacia él, cerrando los ojos.
—Tenía la cara de un pervertido, un sátiro, de un don Juan en toda regla. ¿Dónde se ha visto, mirar de forma tan desafiante a un par de tipos que custodian a una chica? ¿Dónde? No, si Adela me decía que me iba a caer "re bien" pues yo sabía que me iba a caer re mal.
—Hum —contestó Carolina, manteniendo los ojos cerrados, pero, esta vez, conteniendo la risa.
—Es que tenía que haber hablado con Rosario antes, preguntarle qué tipo de relación tiene Adela con sus compañeros, sí hay alguno que la persigue, que la acosa —se refregó la cara—. Ya sé que mi niña ya es toda una adolescente, que por más que lo intente van a pasar cosas como ésta. Adela es muy inteligente, sé que puede identificar quién puede pasarse de listo... Aunque no faltan tipos que desde muy chicos aplican malas mañas.
—Sí, de eso no hay duda —soltó ella a lo que Víctor agudizó la vista y la miró fijamente. Ella, sabiendo esto de antemano, abrió los ojos y lanzó una carcajada—. No lo digo por vos, claro.
—Dejá nomás. Voy a levantarme —dijo. Salió de la cama y abrió las cortinas. La vista de su departamento le devolvía una imagen llena de edificios y ventanales. La gran ciudad estaba calma. Apenas se veía todo, apenas amanecía.
—¿Me preparas un café con leche, por favor? Gracias, sos un amor —siguió Caro, divertida.
—Enseguida.
Víctor fue a la cocina a poner agua caliente. Volvió a controlar su celular. Seis y media. ¿Es que la hora no pasaba rápido? Optó por poner a cargar el dispositivo en el salón y, de paso, consultar su agenda con los compromisos del día. Escuchó un ruido. Prestó atención. La imagen de su hijo lo hizo saltar de su asiento.
—¿Qué tienes, Alejandro? ¿Te sientes bien? ¿Te duele algo?
—No, nada —contestó el chico, todavía medio dormido. Era muy parecido a él de joven, casi sus mismos gestos y ademanes. Era casi tan alto como él, en el pasado era más fornido debido a sus prácticas de rugby, aunque, por el momento, había bajado mucho de peso. Del escote en v de su remera que usaba para dormir se podía ver una incipiente cicatriz en medio del pecho.
—Ah.
—Escuché que hablabas con mamá. Me desperté.
—Perdón, hijo. Ando nervioso. Volvé a dormir... ¿o quieres desayunar con nosotros?
—Bueno.
Esto alegró a Víctor. Poco a poco, según las palabras de los doctores, Alejandro iba a lograr mantener una rutina y salir de la depresión. No volvió al colegio, muy pocos amigos lo visitaban y su novia, prácticamente, había desaparecido de su vida después de la internación. Su vida, según sus palabras cuando había despertado, estaba acabada. Toda la atención de los Montero iba hacia él, en que lograra recuperar un poco de alegría, lo cual se convertía en un proceso lento.
—¿Le pasó algo a Adela? —preguntó Alejando, de repente.
—Este... no. Ella está bien —contestó, sorprendido.
—Oí su nombre cuando hablabas con mamá.
—Cosas sin importancia, hijo. La vi anoche. Estaba de pasada en una estación de servicio. Está yendo a Jujuy con sus compañeros y estoy al pendiente de la hora que llegue, nada más.
—Ah —soltó el chico, sin convencerse—. Voy al baño. Ya vuelvo.
—Dale, te esperamos.
El viaje era largo, cansador. Casi catorce horas de viaje, entre la parada de Córdoba y otra que hicieron en la provincia de Santiago del Estero. Lo que iba a ser un reto para los que decían que iban a pintarle la cara al que se duerma, resultó en la caída de todos los viajeros.
Dante se sacó la pereza. Estaba semi acostado en un par de asientos libres, al final de todo el colectivo. En el otro par encontró a Juanchi dormido, también, en una posición bastante incómoda. En los asientos de enfrente estaban el profe Gutiérrez, que seguía profundamente dormido a pesar de la siesta del día anterior, con Santiago durmiendo sobre su hombro.
El día estaba gris. Parecían estar en plena autopista. Adivinó que estaba próximos a la ciudad de Jujuy y, por ende, cerquita del campamento. Se paró.
Trató de sortear varios brazos y pies que salían de los posabrazos de los asientos, yendo por el estrecho pasillo. Bajó las escaleras. Solo el profesor Arizmendi estaba despierto. Se saludaron, él entró al baño y el profe Arizmendi, tras confirmar la distancia y tiempo estipulado de llegada con el coordinador del viaje, decidió ir levantando a los viajeros. Dante salía del baño, ya un poco más despabilado.
—Hacé el favor de ir despertando a tus compañeros y al profe Gutiérrez.
—Puf, a ver si me hacen caso. Están todos medio muertos.
—Entonces use su guitarra como la otra vez.
—No tengo conector de amplificador a mano, lo dejé en la valija.
—¿Y esa música rara que escuchas, del que grita mucho?
—¿Lo de Marilyn? Me los olvidé —dijo con pesar—. Solo tengo uno de AC/DC en mi mochila, espere un momento.
El chico volvió en unos minutos. Le dio el disco al profesor y dijo que pusiera la canción número cinco de la lista. El profesor se lo pasó al chofer y este obedeció.
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Editado: 07.07.2024