Su cabeza punzo, no había logrado descansar absolutamente nada, entre el trabajo y su pequeño hijo de tres años que había tenido una noche terrible, el descanso quedó en el olvido. Ahora mientras el pequeño Tahiel dormía, él debía comenzar su día.
Rodrigo dejo salir el aire de sus pulmones y se sentó en el filo del colchón.
— Buenos días Annie.— acaricio la fotografía que tenía de su difunta esposa en la mesita de noche y se puso de pie, arropó el pequeño cuerpo y beso su frente antes de salir de la habitación. Hacía tres años que su mujer había partido, los había dejado solos y aunque al inicio no fue fácil Rodrigo lo logró. Aún tenía la esperanza de encontrar a los culpables de la muerte de su esposa, su madre y hasta suegra le habían pedido que dejara aquel tema por la paz, pero el se negaba, la muerte de su Annie no quedaría impune. Saco los huevos, la fruta, el tocino y el jugo, para comenzar con los preparativos del desayuno. Le llevaría a su pequeño campeón el desayuno a la cama. Hoy no iría a su trabajo, era un día especial, él era un excelente ginecólogo, era por eso que aquella noche se había desesperado al querer ingresar al quirófano para ser él mismo quien atendiera a su mujer. Su mente lo traicionó y viajo a ese fatídico día.
— ¡No puedes ingresar Rodrigo!.— le gritó su colega y mejor amigo.
— Déjame, debo salvarla.— empujó al enorme moreno, pero este lo tomo del cuello de la camisa para hacerlo recapacitar.
— Sabes que no puedes, déjame ir, sino perderemos a los dos.— Brian era un amigo del matrimonio y también estaba sufriendo por lo sucedido.
— Sálvala a ella, si debes escoger, sálvala a Annie.— Brian no dijo nada y se fue.
Rodrigo seco una de las lágrimas que había salido de sus ojos, le había costado mucho tiempo perdonarse a él mismo por haber pedido que priorizarán la vida de su mujer olvidando al ser que se gestaba en su vientre, ser que era parte de él y de ella.
— ¿Papi?.— escucho la voz de su pequeño y sonrió mientras giró en su dirección, lo vio con su pijama de ositos y con su muñeco de Paw Patrol, restregaba sus ojitos mientras caminó hasta su papá.
— Campeón, ¿Qué haces aquí?. Iba a llevarte el desayuno a la cama.— le hablo con una dulzura de otro mundo mientras bajo a su altura y le dio un abrazo.
— Pesidalle papi.— hundió su pequeño rostro en el cuello de su papá y se aferró a él. Rodrigo se puso de pie con su pequeño en brazos, mientras le daba suaves caricias.
— Solo fue eso, una pesadilla. Estás a salvo, estás con papá.— siguió colocando la comida en la bandeja de plata y luego bajo a Tahiel, lo miró con todo el amor del mundo, tenia tantas cosas de su difunta esposa que muchas veces pensaba que era un castigo que ella misma le envío por haber pedido que la salven a ella y no al bebé, recordó la acalorada discusión que habían tenido unos meses antes de su muerte.
— Rodrigo, si algo se llega a complicar con el embarazo por favor, siempre escógelo a él.— él la había mirado con su ceño fruncido negado a esa petición.
— No Annie, eso no va a suceder, eres una mujer sana y fuerte. Deja de pensar en esas cosas.— la había reprendido.
— Solo debes hacerme esa promesa y juro que nunca más hablaré de ello.— le volvió a insistir. El doctor con resignación tomó las manos del amor de su vida y le sonrió antes de hablar.
— Lo prometo, pero si tú prometes jamás abandonarme.— la sonrisa radiante de su esposa lo hicieron enamorarse un poco más de ella.
— ¡Lo prometo!, siempre estaré para ti.—
—¿Papi, estás mien?.— nuevamente la voz de su pequeño lo regresaron al presente.
— Si mi pequeño revoltoso.— despeinó su cabello marrón y beso su frente. — Ahora quiero que subas a la habitación, te metas a la cama y me esperes para desayunar.— Tahiel dio unos brinquitos y corrió hasta la habitación de su padre, dejándolo a él en aquella cocina sintiéndose aturdido. Aquel día se cumplían tres años de su partida, tres años de que su hijo estaba con él. Era difícil para el, celebraba un año más de vida de su pequeño, mientras su corazón sangraba aun por la ausencia de Annie.
Tomo la charola y subió hasta la habitación, tenía que ser fuerte por su hijo, hacer feliz al ser que habían creado con tanto amor con su esposa. Abrió la puerta y lo vio brincar en la cama, sonrió al verlo tan lleno de vida.
—¿Qué hemos dicho de saltar en las camas?.— el pequeño paró de inmediato y sonrió con picardía.
— Pedon papi.— río bajito mientras se acomodo en la cama.
— Solo por hoy lo tienes permitido, ya que hoy celebramos tres años de tu vida.— Rodrigo dejo la charola en la pequeña mesita y lo abrazo, para luego enderezarse y sacar de su cajón un paquete envuelto en papel de regalo. — ¡Feliz cumpleaños mi guerrero!.— el niño se lanzó a los brazos de su padre, haciendo que este cayera a la cama y le dejo un regadero de besos ruidosos a su héroe.
— ¡Glacias papi, glacias!.— gritó, mientras se separó de él y abrió con desesperación su regalo, sonrió con alegría cuando sus ojos vieron los personajes de su dibujo animado favorito.
ɴᴀʀʀᴀ ʀᴏᴅʀɪɢᴏ:
Mi vida desde hace tres años no es fácil, cerré mi corazón ante cualquier sentimiento que podía forjar hacia una mujer, no quería y tampoco me sentía con el derecho a hacerlo, no había podido ayudar a la mujer que había amado desde que estábamos en la universidad, ella no merecía terminar así y mucho menos haber pagado por mi error, su muerte era el castigo mas grande que tenia en esta vida. Estaba cien por ciento seguro de quién fue el que le arrebató su vida, pero supieron hacer muy bien su trabajo, era por eso que no desistía en encontrar al culpable.
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Editado: 28.06.2024