Un corazón roto en navidad.

Prefacio.

24 de diciembre, año 2023.

Adelaine corría por los pasillos del hospital con un regalo envuelto en la mano, sin importarle que el personal médico le pidiera que no corriera.

Su hija, Hayley, de 6 años solo quería una cosa esa navidad: un vestido de princesa. No quería estar un 24 de diciembre vestida con la bata del hospital, quería verse bonita.

Adelaine llegó a la habitación con la respiración agitada, fingiendo una sonrisa cuando su hija volteó a verla. Su rostro, pálido y huesudo, se iluminó cuando vio a su madre con aquel regalo.

—¿Es lo que creo que es? —preguntó Hayley, con su voz un poco rasposa. 

—No lo sé. Deberías revisar a ver —bromeó Adelaine, acercándose a su hija para entregarle el regalo. 

Hayley rasgó el envoltorio bajo la atenta mirada de sus padres, quienes sonreían al verla tan feliz. Adelaine se acercó a Richard, su esposo, y este rodeó sus hombros.

—¡Sí! ¡Es un vestido! Y es... ¡hermoso, mamá...! —Hayley exclamó como tanta emoción que empezó a toser, borrando la sonrisa del rostro de su madre.

Adelaine se acercó para darle suaves palmadas en la espalda y Richard le entregó un vaso con agua, diciéndole que bebiera a sorbos pequeños.

—Hija, no te exaltes tanto, ¿sí? Con calma —le pidió Adelaine, acariciando la mejilla de su hija.

—¿Me lo puedo poner? —preguntó Hayley, acariciando el vestido.

Era rojo con una falda de estampado escocés con cuadros verdes, pero tenía debajo unas capas de tul que lo hacían ver muy pomposo. 

Adelaine ayudó a su hija a vestirse, colocándole medias pantys blancas y unas lindas zapatillas negras. Encima del vestido rojo, la vistió con un chaleco del mismo color con bordados verdes y le colocó un cintillo en la cabeza de ambos colores, con una hermosa flor de Nochebuena falsa aunque Hayley ya no tenía cabello. 

La dejó verse en el espejo del baño, sonriendo.

—¿Te gusta? Pareces toda una princesa —dijo, besando su mejilla.

—Me encanta, mami. Muchas gracias —respondió la pequeña, girándose para abrazarla.

—Bueno, vamos a la habitación para ver películas navideñas. Veremos El Grinch, El expreso polar y muchas más —le dijo con emoción, tomando su mano para salir del baño y encaminarse de nuevo a la camilla.

Adelaine se detuvo en seco al ver al doctor en la habitación. Este apretó los labios en una fina línea al verla, por lo que miró a su esposo. La expresión rota en su rostro solo podía significar que algo no iba bien.

—Doctor Coleman, ¿le gusta mi atuendo de navidad? —preguntó Hayley, jugando con la falda de su vestido y dando una vuelta un poco torpe debido a la vía intravenosa. 

—Te ves muy bonita, Hayley, pero debes guardar reposo así que mejor acuéstate en la cama —respondió el doctor, sonriéndole. 

—Sí, sí, reposo. Llevo meses guardando reposo, doc —se quejó la niña, con un tinte de burla en su voz. De todas formas, obedeció—. Listo. ¿Podemos ver las películas y comer galletas de jengibre?

—En un minuto, corazón. Vamos a hablar con el doctor, tu espera allí tranquila, ¿bien? —respondió Richard, acercándose a su hija para darle un beso en la frente.

—Está bien, papi —aceptó la niña, acomodándose en su cama. 

Los tres adultos salieron de la habitación, borrando los gestos alegres que habían aprendido a fingir por la situación. El doctor miró a Adelaine y suspiró antes de hablar.

—No son buenas noticias, señora Donovan —inició el doctor. Richard se acercó a abrazarla por la cintura en modo de apoyo—. No hay nada más que hacer por la pequeña Hayley. Le quedan pocos días de vida, probablemente horas y... con toda honestidad, va a sufrir mucho.

—¿Nada más que hacer? Es una niña, ella es fuerte y... —insistió Adelaine, sintiendo un nudo en la garganta.

—El cáncer ha hecho metástasis por todos lados, señora. Lo lamento mucho —murmuró Coleman, mirándola a los ojos pero encogido de hombros—. Podemos darle una muerte tranquila, como si durmiera o... podemos esperar a que tenga un paro respiratorio pronto. La elección es de ustedes.

—¿Perder a mi hija mientras duerme o mientras sufre? ¿Son las únicas opciones que tengo? —lloriqueó, sacudiéndose por los sollozos.

—Cariño... 

—No, Richard. No me pidas elegir... No puedo, es mi bebé —lo interrumpió, encarándolo.

—Este es su día favorito del año. Está feliz con su vestido nuevo, viendo películas junto a sus padres y comiendo galletas de jengibre. Deja que este sea el último momento que tenga, que tengamos juntos como familia de tres —pidió él, su rostro empapado de lágrimas—. Deja que abra sus regalos a las 12 como toda niña amada y luego... dejemos que descanse, por favor.

—No, no. Pediré una segunda opinión, pero mo hija no va a morir. ¡No va a alejarse de mí! —exclamó, separándose de su esposo.

—¿Y entonces qué? ¿Más exámenes, más agujas, más vómitos y dolor? ¿Eso es lo que quieres que tu hija viva hasta el último momento? ¡No seas egoísta, Adelaine! 

—Voy a dejarlos un momento a solas. Pueden llamarme cuando tengan una decisión unánime —intervino el doctor solo para darles privacidad.




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