Un corazón roto en navidad.

1.

15 de diciembre, año 2024.

Steve estaba emocionado de empezar de nuevo y ansioso por saber qué le depararía Nueva Orleans. Su local tenía desde noviembre abierto al público y estaba contento con la ayudadita que estas festividades le estaban dando.

Con unos ventanales que iban desde el techo hasta el suelo y un montón de decoraciones navideñas esperando ser compradas, tenía una buena cantidad de gente mirando cosas y haciendo fila para pagar. Su empleada, Betty, se encargaba de orientar y aconsejar a los clientes mientras él cobraba en caja. 

¿Qué lo había llevado a Nueva Orleans? Steve nació en Canadá, pero hace un año tuvo la oportunidad de visitar Nueva Orleans en verano y le fascinó todo lo que vio. Los músicos en cada esquina, el jazz siendo el género principal y el montón de arte que se apreciaba en cada rincón lo enamoraron por completo.

—Jefe, es la hora del almuerzo. Colocaré el cartel —informó Betty, una adolescente bastante organizada que trabajaba en vacaciones por sus deseos de ser independiente.

—Gracias, Betty —respondió, sonriendo.

Una vez todos los clientes cancelaron sus compras, pudo relajarse y respirar con tranquilidad. Mientras estaba el cartel del almuerzo, nadie entraba al local pues al ser solo dos personas trabajando... era complicado atenderlos.

Se levantó para calentar su comida en el microondas: arroz con pollo a la plancha y vegetales salteados. Mientras esperaba el minuto y medio, revisó sus redes sociales hasta que una llamada entrante interrumpió su pequeña distracción.

Era su madre.

—Hola, mamá —saludó, sonriendo.

—Hola, cariño. ¿Cómo estás? ¿Cómo va la tienda? —preguntó Glenda, quien se encontraba en Canadá.

—Muy bien. La verdad es que esta época me cayó como anillo al dedo —respondió, revisando que le quedaba poco tiempo al cronómetro del microondas—. Justo estoy por almorzar. 

—¿Y ya tienes amigos o una chica con quien pasar navidad y año nuevo? 

—¡Mamá! Me has preguntado eso desde que llegué a Estados Unidos hace cinco meses —se quejó, recargando su frente de la pared—. No tengo novia todavía, no es algo que necesite en estos momentos. Solo voy a hacer dos cosas en navidad: abrir el local hasta las cuatro de la tarde y luego irme a casa a beber chocolate caliente mientras veo un maratón de películas navideñas en Netflix.

—¡No seas tonto! No puedes celebrar estas fechas solo, Steven. ¿Tienes cinco meses en Estados Unidos y todavía no has hecho amigos? 

—Oh, lo siento por estar al pendiente de abrir mi local —ironizó—. Es lo único que me importa en estos momentos.

—Hijo, entiende que me preocupa. Estás lejos de tu familia, sin amigos... Te encanta esta época, no deberías estar solo —le recordó su madre, la tristeza tiñendo su voz.

—Ma... —Steve suspiró—. Sí tengo amigos. Mira... Está Betty, eh...

Piensa, Steve. ¡Una película, algo!, pensó, ¡Lo tengo! El secreto de Adelaine.

—Adelaine, tengo una nueva amiga llamada Adelaine que seguro me va a invitar a su casa a pasar un rato Nochebuena con sus amigos. No te preocupes por mi, estaré bien. ¡Lo prometo! —mintió, cruzando los dedos para que su mamá le creyera.

—Bueno, está bien. Quiero que me digas cómo es esa muchacha, suena como una linda mujer —aceptó su madre.

—Es solo una amiga, mamá. En fin, debo comer para abrir de nuevo. Hablamos luego, madre. Te quiero —se despidió y colgó luego de que Glenda respondiera de vuelta—. ¡Esta mujer es increíble! Ahora... ¿de dónde carajos sacaré yo una amiga llamada Adelaine?

En los problemas que me meto, pensó.

Adelaine, por otro lado, estaba harta de los villancicos navideños. Si escuchaba una vez más el Jingle Bells gritaría de frustración. Además, hacer el mercado debía ser una tarea fácil pero había tanta gente en la calle que se le hizo imposible.

—Por amor a Dios, ¿me da un permiso? Yo también quiero comprar —se quejó, pidiéndole a una señora que se apartara de los congeladores. La señora la miró de pies a cabeza y se apartó, rodando los ojos—. Gracias.

Tomó un helado de fresa de un litro, un 7Up de dos litros y un par de potes de yogurt estilo merienda. Metió todo eso en su carrito y se encaminó a la fila para al fin pagar sus cosas.

—Me tienen que estar jodiendo —masculló entre dientes al ver la larga fila que le esperaba. Incluso la caja rápida estaba a tope. 

Luego de una eternidad, pudo volver caminando hasta su casa. Una quinta de apenas dos habitaciones, bastante cómoda y bonita para una sola persona y que resaltaba dentro de la línea de casas a su alrededor por ser el único lugar sin decorar en la residencia.

Colocó las compras sobre la barra de la cocina, siendo recibida por su gata Butter*, una linda felina de pelaje amarillo y ojos azules. 

La quinta tenía un pequeño jardín enrejado y Adelaine dejaba que la gata saliera, pues siempre volvía y se adentraba a la casa por la mini puerta de la cocina. 

Guardó las cosas en la nevera y en las gavetas de la cocina, limpió la barra y se sentó frente al televisor para ver qué había de nuevo en las plataformas de streaming que pagaba mensualmente.




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