Un corazón roto en navidad.

2.

Adelaine se terminó de alistar para salir de casa. El frío estaba de muerte, así que se puso un buen abrigo color azul, una bufanda de cuadros en distintos tonos de azul y amarillo y un gorro blanco. Debajo de sus jeans ajustados llevaba una medias pantys gruesas y unos botines de poco tacón resguardaban sus pies.

No miró las noticias, donde informaban de una pequeña tormenta de nieve aproximándose a Nueva Orleans. Así que salió de casa bajo aquella ignorancia, cubriendo sus manos con unos guantes blancos. 

Apenas estaban cayendo un par de copos de nieve cuando se subió en su auto e inició el trayecto hacia un café que quedaba a treinta minutos de su casa pues era el lugar que había elegido su cliente. 

Encendió la radio, conectando su celular al reproductor y eligió su lista de reproducción favorita: Divas. Allí había canciones de Celine Dion, Christina Aguilera, Mariah Carey y más.

A veinte minutos de haber iniciado el trayecto, empezó a notar que caía más nieve. Encendió los parabrisas para poder ver, pues todavía se podía manejar por las calles. Allí fue cuando notó que no había mucha gente fuera y, aunque le pareció extraño, fue un alivio para ella.

La música se interrumpió a causa de una llamada entrante y contestó en altavoz al ver que era su cliente.

—Hola, Linda. Estoy en camino —respondió, sin despegar la vista del camino que cada vez se iba haciendo más difícil—. La vía está como complicada, pero llegaré.

—¿No viste las noticias, Adelaine? Va a haber una tormenta de nieve. Ve a casa y resguárdate. No podremos encontrarnos hoy —le informó la mujer.

Adelaine maldijo por lo bajo, comprendiendo por qué la gente no salió de sus casa y porque parecía haber una fuerte ventisca fuera junto con más nieve. 

—No. No las vi. Está bien, Linda. Reprogramaremos luego la reunión. Que tengas buen día —se despidió, buscando una vía de retorno para volver—. Vamos tormenta, espera a que llegue a casa.

Pero la tormenta no escuchó y tuvo que estacionarse frente a una hilera de tiendas y boutiques. Se adentró en la única tienda que vio con las luces prendidas, temblando de frío de pies a cabeza.

—¿Hola? ¿Hay alguien? Me he metido a la tienda porque... Ay, por Dios. Este lugar seguro fue inspirado en mis peores pesadillas —desvió el tema al ver el lugar.

Las paredes eran de un azul oscuro bastante bonito con bordes dorados y estantes de madera oscura. No obstante, había un montón de luces, bambalinas, mini Santas y hasta duendes por doquier adorando el lugar. Notó que muchos objetos tenían etiquetas de precio y negó con la cabeza.

La vida no podía ser más irónica, pues la llevó a resguardarse en una tienda de decoraciones con temática navideña.

—¿Hola? ¿Tu quién eres? 

Se giró al escuchar aquella voz y se fijó en una escalera en forma de caracol, donde un hombre estaba de brazos cruzados y mirándola con evidente confusión.

—Lamento haber irrumpido en su tienda. No escuché sobre la tormenta y fue el único sitio abierto donde pude resguardarme. Espero no sea un problema para usted —explicó ella, acercándose a las escaleras.

Estas daban hacia la oficina de Steve, que miraba a la mujer con evidente curiosidad. Escuchó el comentario sobre su tienda, por lo que se preguntó a qué se refería con ello.

—Ya, la tormenta. No te preocupes, siéntete en casa. Hoy no abriré el local —dijo, terminando de bajar las escaleras—. Me llamo Steve y puedes tutearme.

—Adelaine —respondió ella, quitándose el gorro y peinándose el cabello con los dedos. Entonces, se dio cuenta que Steve tenía la mano estirada hacia ella y aceptó—. Oh, lo siento.

Steve la sorprendió, llevándose el dorso de la mano a la boca para pasar un beso. No iba a negar que le sorprendió saber el nombre de la castaña frente a él, pues era el mismo que el de la amiga imaginaria que tuvo que inventarle a su madre.

—Tengo café, chocolate caliente y té. ¿Cuál te apetece? —preguntó, una vez se alejó de la mujer.

—Café suena bien, gracias. Está haciendo un frío de locos afuera —respondió ella, señalando la puerta dela entrada.

—Ven, acompáñame —la invitó él, subiendo las escaleras por lo que ella lo siguió. Frunció el ceño en disgusto al ver un pequeño árbol decorar aquella oficina y un par de luces de colores—. ¿Quieres con leche, azúcar...?

—Negro y solo, por favor —respondió ella, fingiendo que aquel lugar no le disgustaba aunque Steve no pudo disimular su aprehensión por el café sin azúcar—. ¿No te gusta el café?

—Sí, pero no me lo imagino solo. Aunque soy más de chocolate —explicó, entregándole una taza de café.

Adelaine se quitó los guantes antes de aceptar la taza y suspiró de alivio al sentir el calor en sus dedos. Se acercó el café al rostro para que el humo calentara su piel y luego le dio un sorbo al líquido oscuro.

—Gracias.

—No hay de qué —respondió él, restándole importancia—. Entonces, Adelaine... ¿mi tienda es la personificación de tus peores pesadillas?

Adelaine se ahogó con el café, avergonzada de haber sido descubierta. Steve la miró con una sonrisa burlona en el rostro, fijándose en las mejillas sonrojadas de la mujer y en que su piel pálida había pecas como si de una salpicadura artística se tratase. Es muy bonita, pensó fijándose en sus ojos claros. Tenía una facciones muy finas y hasta cierto aire trágico pero angelical. 




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