Un corazón roto en navidad.

4.

Tres días luego de aquel encuentro, Adelaine no tenía más nada que hacer. Estaba oficialmente de vacaciones, aburrihacersin nada más que hacer. Solo... ahogarse en soledad.

Decidió pasear por la ciudad en su auto, sin tener un destino en particular. Solo dando vueltas mientras veía a la gente entrar y salir de tiendas, sonriendo y pasando el rato. 

Se detuvo en una acera, solo observando las calles llenas de vida incluso con el clima tan húmedo. Recargó su cabeza del espaldar y suspiró, pensando en cuánto le había cambiado la vida.

Hace dos años, en esa misma fecha, estaba haciendo galletas de jengibre para decorarlas con su hija y su ex esposo. Tenían un pino de verdad en su casa, decorado con muchas luces, flores de Nochebuena y guirnaldas. En su entrada había un muñeco de nieve inflable y luces en cada ventana de su casa. Su hija cantaba una y otra vez "Era Rodolfo el reno".

La alarma que le recordaba la hora del almuerzo la espabiló, llevándose aquellos recuerdos como el humo. Se limpió las lágrimas y sorbió por la nariz, buscando su celular para que dejara de sonar.

Manejó hasta un café cerca de la zona en la que paseaba y se adentró con rapidez en el local, para no morirse de frío. Se sentó en la barra, pues las mesas estaban a rebosar de gente y pidió el menú.

Mientras lo leía, una sombra se cernió a su lado pero la ignoró pues sabía que había un puesto desocupado junto a ella.

—Otra linda casualidad, pequeña Grinch.

Bajó el menú y alzó el rostro con lentitud, negándose a creer que de nuevo tenía en frente a aquel hombre tan... alegre. 

—¡Vamos! ¿Esta ciudad es tan pequeña acaso? —se quejó, pellizcando el puente de su nariz—. ¿Qué haces aquí, duende de dos metros?

Steve no pudo evitar reír, sentándose junto a ella. Tenía que darle puntos por ser tan creativa con los apodos.

—Pues a comer, como todos. Mi tienda está en la esquina y me queda cerca —respondió, quitándole el menú para echarle un vistazo—. Mm, macarrones con cuatro quesos. Suena buenísimo.

Adelaine le quitó el menú, frunciendo el ceño y decidió ignorarlo. Solo que él no lo iba a permitir.

—¿Crees en las casualidades o en el destino, Adelaine?

—Creo que no tengo ganas de entablar una conversación contigo —respondió, mostrándole una sonrisa tan falsa como los reflejos rubios en las puntas de su cabello.

—Es que si te lo digo, no me crees —continuó él, ignorando su respuesta—. Mi mamá me llamó un día antes de que tú y yo nos conociéramos. No quise decirle que no tengo planes para navidad porque todavía no he hecho amigos aquí, así que le inventé que tenía una amiga que me había invitado a su casa para pasar la tarde del 24 con sus amigos.

—¿Y eso me importa a mi porqué...?

—Le dije que tenía una amiga llamada Adelaine, ¿puedes creerlo? —respondió, como si aquella casualidad fuese la más maravillosa de todas—. Y al día siguiente viniste a mi tienda, ahora nos volvemos a encontrar. No lo sé. Me suena a destino para mi.

—Mira, Steve, lamento que estés tan desesperado y solo en estas fechas pero no quiero nada contigo, no eres mi tipo. Déjame en paz —pidió con total firmeza, dejando el menú sobre la barra—. Mejor me largo. 

Hizo el amago de levantarse, pero él la tomó del brazo para impedirlo. Ella giró el rostro para insultarlo, pero se sorprendió al ver que Steve no lucía tan alegre ni burlón como hace unos segundos.

—No me refería a algo romántico, para empezar —aclaró, la seriedad tiñendo sus facciones. La miraba directo a los ojos, logrando intimidarla tanto que por fin pudo darse cuenta de que eran verdes—. Y sí, la verdad estoy solo. No desesperado, pero solo. ¿Acaso está mal que quiera ser tu amigo?

—Estás buscando a alguien con quien pasar navidad, como amigo o lo que sea, pero yo... Yo no celebro esta fecha. No haré nada y sé que voy a querer estar sola. Así que... Busca a otra persona, yo no soy la indicada —le explicó, la sutileza cobrando protagonismo esta vez—. Lo siento. 

—Soy nuevo en la ciudad, mejor dicho, en el país. Soy canadiense y toda mi familia está allá. No estoy acostumbrado a la soledad y... Está bien, no es tu problema de todas formas —murmuró, dejándola ir y desviando la mirada—. No es necesario que te vayas, lo haré yo.

Él se levantó de su asiento, dejándola con una sensación extraña en el pecho. Adelaine lo vio caminar hacia la salida y no supo qué se adueñó de ella cuando dijo:

—Espera, Steve. —Él se detuvo, mirando por encima de su hombro—. Tienes razón, los macarrones con cuatro quesos suenan deliciosos. Ven, yo invito. 

Steve se dio media vuelta, mirándola mientras pensaba si aceptar o no. Llevó sus manos a las caderas y suspiró, sabiendo que iba a aceptar. 

Se sentó junto a ella de nuevo, sonriendo de forma tensa y habló:

—Solo porque tu pagas.

Adelaine no pudo evitar reír un poco, negando con la cabeza. Steve se contagió de aquel gesto, pensando que sí tenía que decir cosas estúpidas para hacerla sonreír más seguido valdría totalmente la pena. 

—Dos macarrones cuatro quesos, una limonada y... —pidió Adelaine, mirando a Steve al no saber qué quería beber.




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