Un corazón roto en navidad.

7.

DÍA 3- 23 DE DICIEMBRE.

Adelaine y Enic habían decorado varios pasteles cuando la hora del almuerzo llegó. La castaña miró a su alrededor, buscando algo pero sin saber realmente qué.

Se sorprendió cuando entendió que no buscaba algo sino a alguien. Estaba esperando que Steve entrara al restaurante para comer con ellos de nuevo. No obstante, él estaba atascado en la tienda todavía terminando de atender clientes en la caja. 

Betty ya había puesto el cartel del descanso en la puerta, pero había mucha gente dentro todavía. Se sentó junto a Steve para ayudarlo y así disminuir el trabajo más rápido, pues ambos estaban muriéndose de hambre.

Y, honestamente, Steve quería ver a Adelaine. 

—¿Forraste el regalo, Betty? —le preguntó, pasando productos por el lector para una factura.

—Sí, claro. Está en tu oficina —respondió ella mientras guardaba dichos productos en las bolsas de papel con el logo de la tienda.

—Bien, gracias —respondió y luego se dirigió al cliente—. ¿Efectivo o tarjeta, amigo?

Adelaine no sabía que Steve estaba tan ocupado, así que se acercó a Tom y Jasper para preguntar por él.

—No sabemos por qué no vino. Hoy es 23, así que debe estar a tope con la tienda —respondió Jasper, mientras empaquetaba la comida con ayuda de su esposo y otra voluntaria.

—¿Por qué no les llevas comida? A Steve y Betty —pidió Tom, sabiendo que lo que Adelaine quería era verlo—. Hay unas lasañas que pueden calentar en el microondas de su tienda. 

—¿Seguros? No quiero dejar a Enic sola decorando pasteles —dijo Adelaine, haciendo una mueca de duda.

—Enic va a comer también y seguro se las arreglas mientras no estás. Solo no tardes mucho para seguir. Todo esto se entrega mañana —concedió Jasper, algo preocupado—. Vaya... ¡mañana y todavía queda tanto por hacer!

—Déjamelo a mi y tu ve. Como nuevo amigo de Steve tengo que asegurarme de que el hombre coma algo —dijo Tom, masajeando los hombros de Jasper—. Y tú, cálmate. Todo va muy bien.

Adelaine se mordió el labio para no reírse ante aquella escena y buscó en la cocina los tres paquetes de lasaña precocidas. Se subió a su auto y manejó hasta la tienda de Steve escuchando la canción de Stephen Sánchez que él había colocado el otro día. 

Cuando llegó a la tienda miró por los ventanales que quedaban unas cinco personas en caja y que estaba puesto el cartel. Así que se bajó del auto con rapidez, también por el frío, y se adentró en la tienda.

—¡Llegó el almuerzo, chicos! —anunció ella, sonriendo y alzando los paquetes. Steve alzó el rostro y parpadeó un poco sorprendido por verla, pero luego sonrió por aquel detalle—. Iré a calentarlas mientras terminan allí.

—Gracias, Adelaine. ¡Eres la mejor! —respondió Betty, agradecida de no tener que enfrentarse a la nieve para comprar su almuerzo.

Una vez la comida estuvo caliente, Adelaine colocó unos manteles en el escritorio de Steve y dejó allí los platos con la lasaña. Entonces, notó que había una pequeña caja triangular forrada con papel dorado y ua cinta con forma de rosa de color roja. Se preguntó de quién o para quién era ello, pero no tuvo tiempo de crear teorías porque Steve y Betty subieron para unirse a ella.

—Gracias a Dios. Eres nuestra salvadora —dijo Steve, acercándose para saludarla de forma apropiada. Como Adelaine era bajita, le dio un beso en la cima de la cabeza, dándole un leve apretón en el hombro—. Tengo mucha hambre. 

Aquel gesto no pasó desapercibido para Betty, mucho menos la reacción de Adelaine: congelada en su lugar y con las mejillas rojas por la estupefacción.

—Ehm, bueno. Fue idea de Jasper, la verdad —le restó importancia, sentándose junto a ellos—. Y también me dijo que no me tardara tanto, así que vamos a comer. Buen provecho.

Ambos respondieron y empezaron a comer. Adelaine observó de nuevo la decoración de la oficina, recordando que Steve no tenía decorado su piso y de nuevo aquello parecía importarle demasiado. Más de lo que debería.

—Steve, tengo curiosidad. Tantas opciones de locales para elegir, ¿por qué decidiste abrir un local de decoraciones para el hogar? —preguntó Adelaine luego de tragar su comida.

—Pues... La primera vez que me mudé solo, abandonando el nido, lo que me pareció emocionante era tomar aquella casa que había alquilado y ajustarla a placer. Para mi comprar un florero, un marco, un set de vasos o algo por el estilo fue... como hacer de esa casa mi hogar, ¿me explico? Es darle un cariño al sitio donde vives para sentirlo tuyo. Es como renovar una habitación o cambiar el color de las paredes. Es hasta terapéutico, ¿no crees? —le preguntó—. Eres decoradora. Sabes lo que es tomar una casa y, en base a la personalidad de tu cliente, transformarla en un hogar. 

No podía negarlo, aquella respuesta la sorprendió. Pudo haber dicho que ese rubro daba bastante dinero, pues para nadie es un secreto que hasta en TikTok ahora está de moda el mostrar cómo decoran sus casas. Realmente, tenía razón. Ese era el motivo por el cual ella quiso ser decoradora. 

Y con aquella respuesta, Adelaine pensó que Steve debía tener su piso decorado. Él necesitaba un hogar.

—¿Te he dejado sin palabras, Grinch? —preguntó él, mirándola con la ceja alzada un asomo de sonrisa.




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