Un corazón roto en navidad

8.

—No entiendo qué puede haber en mi piso que tenga que usar antifaz. Espero no sea una broma como que empapelaste toda la casa con papel de regalo, Adelaine —dijo Steve, sonando realmente preocupado ahora.

—Desde el papel higiénico hasta los cubiertos —bromeó ella, mirando a Betty. La adolescente no pudo evitar reír, mientras sostenía aquel regalo envuelto que Adelaine notó en la oficina.

—Llegamos, pero no puedes quitarte la venda todavía —le dijo Adelaine, abriendo la puerta del apartamento. Les hizo una seña de silencio a Jasper y Tom, quienes se quedaron lo más estáticos posible para no hacer ruido—. Bien, aquí. 

Betty colocó el regalo bajo el árbol, cosa que la castaña notó por el rabillo del ojo. Tal vez era un regalo para su jefe y por eso lo llevaba consigo.

—Ya puedes mirar. 

Steve respiró hondo antes de quitarse el antifaz y parpadeó para adaptarse de nuevo a la luz. Miró a su alrededor, encontrándose con su mesa decorada con un mantel rojo con estampado de duendes y regalos, llena de comida deliciosa y un pastel decorado que decía: Un duende nunca está solo.

También había un pino mediano lleno de luces, guirnaldas y el resto de su casa tenía más luces flores de Nochebuena y debajo del televisor había una tira de calcetines.

—A este árbol le hace falta solo una cosa —mencionó Adelaine, entregándole una estrella—. Y como es tu hogar, deberías colocarla tu. 

Steve no podía creer lo que veía y sus amigos se notaban felices por se reacción. Tomo la estrella y la colocó en la punta del árbol. Se giró para ver a Adelaine, sabiendo que todo aquello debió ser su idea y dio un par de zancadas para abrazarla. 

Adelaine esperaba un abrazo, claro está, pero no ese abrazo. Steve la apretujó con una fuerza nada molesta, como si sus sentimientos en ese momento lo estuviesen sobrepasando y vaya que así era.

Se estaba conteniendo, con todo lo que podía, para no besarla en los labios frente a todo el mundo y joder aquel momento. Sus ojos se llenaron de lágrimas, cosa que lo hizo reír porque seguro se veía muy gracioso.

Era un hombre de 32 años, de un metro ochenta, llorando porque transformaron el piso donde vivía en un hogar.

Adelaine simplemente lo entendió todo.

—Gracias, pequeña Grinch —murmuró en su oído—. En especial porque sé que nada de esto te gusta y porque al parecer todos estos son productos de mi tienda.

Adelaine no pudo evitar reír ante aquello, alejándose un poco para mirarlo.

—No estás solo, Steve, y este es tu hogar ahora —murmuró ella, tomando el rostro de él entre sus manos—. Vamos a comer sobras de lasaña y ensalada. 

—También hay vino —agregó Tom, capturando la atención de Steve.

—Ellos también ayudaron, por cierto. Nuestra cómplice fue Betty, además —respondió Adelaine, sintiéndose en su propia casa mientras buscaba copas para el vino en los estantes de la cocina.

—Gracias a todos. No tienen idea de lo que esto significa para mi —dijo Steve, acercándose para abrazar a la pareja y luego a Betty—. Y tú eres muy hábil, no sé si tenerte miedo.

—Un poco, tal vez —bromeó la adolescente, guiñándole el ojo. Luego, se acercó un poco para murmurarle—: Traje el regalo.

—Eres la mejor —respondió él, dándole un beso tronado en la cabeza.

Steve tomó la caja y se acercó a Adelaine, colocándola sobre la encimera de la cocina para que ella notara su presencia.

—¿Qué es eso? —preguntó ella, sin saber cómo reaccionar.

—Un regalo —respondió él con obviedad, recargando el codo en la encimera junto al regalo y con una sonrisa traviesa—, para ti. 

—Steve, no era necesario que...

—Esto tampoco era necesario y lo hiciste por mi, así que acéptalo. Todos merecen un regalo en navidad, tu ya me diste el mío —la interrumpió, arrastrando un poco la caja en su dirección—. Además, como sé que no celebras esta festividad, te lo estoy dando un día antes. Así que...

—Bien, bien. ¿Qué será? —preguntó Adelaine, tomando la caja y sacudiéndola para escuchar algo. Rasgó la envoltura y no pudo evitar reírse al ver lo que era—. ¡Es un mini Grinch de peluche! Y es horrible.

—¿Es horrible? —preguntó Steve, ofendido.

—¡Sí, lo es! Y por eso me encanta. Gracias, esclavo de Santa, por esta entrega especial —respondió Adelaine, despeinando el cabello del rubio al tenerlo más cerca.

—Y en persona, ¿eh? Que no lo hago con nadie —bromeó Steve, haciéndola reír de nuevo.

***

DÍA 4 - 24 DE DICIEMBRE.

Adelaine estaba acostada en su cama, mirando hacia el techo. Llevaba un par de horas en esa posición, sin querer enfrentarse a ese día. 

Ni al siguiente.

Podía escuchar la risa infantil de Hayley, su llanto, su vocecita diciéndole mami, te amo. Sus ojos se llenaron de agua y, aunque sabía que tenía que ir al restaurante para empezar a repartir la comida en la calle, se encogió en su lugar y allí fue cuando notó el peluche de Grinch a su lado. 




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