Un corazón roto en navidad.

9.

Adelaine estaba terminando de cargar las cajas de comida en conjunto con Enic. Cada caja tenía paquetes de comida, un trozo de pastel en otro paquete, aguas y jugos. Así a cada persona le entregarían un pequeño combo con todas esas cosas. 

Steve se desapareció una vez la vio mejor, diciéndole que tenía que ponerse su uniforme. Adelaine no supo a qué se refería, solo esperaba que no la dejase sola. 

Una vez el carro estuvo a tope con cajas, sacudió sus manos en el jean y buscó al rubio de casi dos metros con la mirada. Cuando lo encontró no pudo evitar carcajearse ante la imagen. 

Steve se recargó del auto, vestido como Santa Claus. Lo que lo hacía ver gracioso era la barriga y la barba blanca falsa que llevaba su uniforme, cosa que sorprendió a Adelaine. No podía parar de reír, llevando sus manos a su propio abdomen y sintiendo que le faltaba el aire.

—¿Estás lista para transportar un poco de magia, duende? —preguntó él, sonriendo al verla mejor—. Hay mucho que hacer hoy, así que vamos. ¡Ho, ho, ho!

—Así que todo este tiempo pensé que eras el esclavo de Santa, cuando yo era tu esclava. ¡Y en contra de mi voluntad! —bromeó ella, limpiándose las esquinas de sus ojos. Había llorado de la risa.

—En mi defensa, no soy ningún viejo verde. Además, te di un regalo así que no existe tal cosa como la lista negra —le siguió el juego, guiñándole el ojo—. Ahora, vámonos antes de que la barba me empiece a molestar.

Ambos se subieron al auto, Adelaine todavía riéndose al verlo así disfrazado. Steve colocó música en su reproductor, una playlist de lo mejor del pop del 2000 y Adelaine disfrutó del pequeño trayecto. Una vez empezaron a ver personas en la calle, se bajaron del auto para que Adelaine pudiera pasarle los combos de comida a Steve y él se los entregara a las personas.

Niños, adultos y ancianos que padecían de vivir sin hogar se fueron con expresiones de alegría, alivio y agradecimiento. Adelaine observaba todo desde la distancia, notando como Steve lograba hacerlos reír, los abrazaba sin importarle nada o despeinaba el cabello de los niños.

—He visto una mamá perruna cerca. Creo que no tiene mucho que dio a luz. ¿Trajimos la comida de los perros también? —preguntó Steve, bajándose la barba falsa mientras se asomaba por la ventana.

—Sí, son las cajas con el lazo verde —indicó Adelaine, señalando hacia atrás.

—¿Quieres echar un vistazo conmigo? —le preguntó Steve—. Puede haber cachorros.

—Por supuesto —aceptó ella, con el corazón dividido entre la emoción y la tristeza. Steve se acercó a la perra mestiza de tamaño mediano, era de un color crema con rasgos similares a los de un pastor alemán—. Con cuidado, puede estar modo protectora.

Steve colocó el plato de comida, que consistía en perrarina con una sopa de pollo y verduras apta para consumo animal, y se alejó para que la perra pudiera comer. También le sirvió agua en otro tazón desechable. 

—Muy bien, mamá. Come y llévanos hacia tus cachorros —murmuró Steve. 

Ambos estaban de cuclillas, mirando a la perra comer coml si no hubiese un mañana. Una vez se terminó su comida y el agua, la mestiza meneó la cola hacia ellos y se acercó. Adelaine sonrió, acariciando el pela de la canina y Steve la imitó.

Se alejó de ellos, haciendo una especie de aullido, y caminó con premura hacia la parte de atrás de un local.

—Quiere que la sigamos —dijo Adelaine, sorprendida. Ambos se levantaron y siguieron a la perra, que se resguardaba bajo cajas de cartón que (seguramente) alguien le hizo y dentro de una de las cajas había unos cuatro cachorros de unos tres meses—. ¡Mira, Steve! 

Había dos perros del mismo pelaje de la madre, uno blanco con crema y otro negro. Estaban chillando, prendándose de las tetas de su madre para comer. La perra jadeaba con una expresión de alivio en el rostro y miraba a Steve.

—Déjales un plato con agua y otro con la sopa. No pueden comer sólido todavía —le explicó Adelaine, sin poder quitar la sonrisa de su rostro. 

Ayudó a Steve a servirles el alimento y lo colocó dentro de la caja. Los perritos apenas olfatearon aquel olor, dejaron a su madre para pelearse por la comida y el agua.

—No sé si pueda dejarles allí con este frío tan terrible —murmuró Steve y Adelaine lo miró—. Sé que voy a querer recoger a cada animal que vea en la calle hoy, pero no puedo llenar el piso de perros y gatos. 

—Yo tengo una gata y es muy celosa. No voy a poder tampoco —respondió ella, haciendo una mueca—. Al menos pudimos alegrarles el día y darles de comer por hoy. Con lo que comió la mamá, va a poder darles leche por unos días. 

Steve miró a los cachorros y luego a Adelaine, sonriendo. No se estaba dando cuenta, pero ese pensamiento oscuro que la rodeaba en la mañana se estaba esfumando. Adelaine estaba aprendiendo a ver la magia de la navidad en los ojos de los demás y de los animales.

—Mejor sigamos o me quedaré solo viendo a los perritos por lo que queda de mañana —dijo ella, levantándose. 

Se adentraron en el auto y siguieron el recorrido. Gracias a Dios, realmente no había tanta gente en situación de calle a diferencia de los perros y gatos que sí había por doquier. 

Adelaine no se había percatado de ello, pero se encontraba repartiendo comida con una sonrisa en el rostro cuando había dejado en claro que solo transportaría los alimentos. 




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