Un corazón roto en navidad

10.

Adelaine estacionó en las afueras del hospital, donde se consiguieron con Betty y el señor Hung, su padre. Ambos tenían dos sacos rojos de Santa, lleno de juguetes de todo tipo para niños y niñas. 

—Eh, Adelaine. Tom me envió esto para ti —dijo Betty, extendiéndole un suéter de navidad. Era rojo, con líneas blancas que simulaban las cimas de las montañas nevadas y renos en trineos abarcando el cielo.

—Es espantoso —respondió, tomando el suéter entre sus dedos pulgares e índices. 

—Es por los niños, pequeña Grinch. También tengo esto para ti —agregó Steve, colocándole un gorro navideño en la cabeza.

—¿Por qué fue que accedí  a esto en primer lugar? —se quejó la castaña, quitándose el gorro para poder colocarse el suéter y luego volver a ponerlo sobre su cabeza.

—Porque tienes un lindo corazón, Adelaine —respondió Steve, mirándola a los ojos. No había burla o sarcasmo en su voz, mucho menos en su mirada y la pequeña sonrisa que le ofreció parecía querer derretirle el corazón—. Venga, vamos. Ellos deben volver al orfanato.

—Nos estamos viendo. ¡Adiós! —se despidió Betty, adentrándose en el auto.

Adelaine y Steve alzaron los sacos de Santa, quejándose un poco por lo pesados que iban. Se adentraron al hospital, donde una enfermera los recibió con una sonrisa y los guió hasta el área de niños con enfermedades terminales. 

La castaña empezó a sentir que sus pies eran de plomo y que todo a su alrededor se acalló solo para escuchar los latidos de su propio corazón. Respira, Adelaine. Tu puedes. No es por ti, es por ellos. Es por Hayley, se recordó mientras veía a Steve acercarse a los niños con un tapabocas sobre la barba falsa. No era necesario ver su boca para saber que sonreía, porque sus ojos achinados lo delataban. 

Steve era de esas maravillosas personas que sonreían con la mirada. Y ya se sabe lo que dicen de los ojos: estos son la ventana del alma. 

Siguieron entregando juguetes y hablando con los niños, haciéndolos reír hasta que llegaron al área de los aislados. Solo que Steve no sabía sobre ello y quiso ir hasta allá, pero Adelaine lo detuvo.

—No puedes entrar allí —murmuró ella, sus ojos llenándose de agua—. Son niños con linfoma.

—Oh, vaya. Entiendo... pero ¿cómo haremos? Una de tus condiciones era que absolutamente todos los niños, de ser posible, recibieran juguetes.

—Tengo un plan —respondió ella, tirando de su brazo para ir a la recepción —. ¿Cómo podemos hablar con los pacientes aislados sin tener que cruzar la habitación?

—Uhm, pues... tienen un teléfono allí dentro —respondió la enfermera y le extendió el suyo propio,  explicándoles cómo llamar a las habitaciones. 

—Vamos a llamarlos e informarles que Santa tiene regalos para ellos, que no se ha olvidado de que existen —le explicó ella a Steve y le entregó el teléfono —. Nos van a ver a través de la ventana, así que pon tu mejor sonrisa.

Él afirmó con la cabeza, quitándose el tapabocas. Marcó el primer número y miró a la niña a través de la ventana de su habitación. Una enfermera que estaba con ella le dijo que tomara la llamada y la pequeña, un poco confundida, contestó. 

—¿Diga? 

Steve sintió que su corazón se encogió en su pecho ante aquella voz tan dulce.

—¡Ho, ho, ho! Te habla Santa, pequeña. ¿Cuál es tu nombre? —habló él con emoción, bajando un par de tonos su voz.

—Irina, señor Santa. 

—¡Justo la niña que estaba buscando! Me ha llegado una carta sobre tu buen comportamiento, princesa. He visto que eres una buena niña y tengo algo para ti, pero debes mirar hacia la ventana de tu habitación—continuó Steve, mientras Adelaine escuchaba y observaba todo. La niña obedeció, jadeando ante la sorpresa de ver a "Santa" a unos metros de ella—. Tengo una muñeca para ti, ¿te gustan las muñecas, Irina?

—¡Me encantan, Santa! Pero... usted no puede entrar a mi habitación y no creo que me permitan tener la muñeca conmigo. —La voz de la niña perdió la emoción y Steve pudo mirar por la ventana como el gesto alegre de la pequeña Irina cambió a uno triste.

—Tranquila, Irina. Esta muñeca estará esperando a que te mejores para jugar contigo, ya verás que pronto podrás. Por algo te la he traído —intentó animarla, logrando que la niña lo mirara de nuevo y sonriera.

—Gracias, Santa, y no por la muñeca solamente —respondió la niña, mirándolo. 

—¿Por qué más, pequeña?

—Por acordarte de mi —respondió, sonriendo.

Adelaine le dio la espalda a la ventana, cerrando los ojos para no llorar ante ello. Steve se preocupó al verla así, pero se enfocó en terminar aquella conversación con la niña. Una vez lo hizo, llevó una mano a la espalda de Adelaine para que lo mirara.

La castaña alzó el rostro, dejando ver lo afectada que se encontraba por aquella conversación y Steve la abrazó. No era fácil para él, pero podía notar que era mil veces peor para Adelaine.

Ella no pudo evitar sollozar, enterrando su rostro en el pecho de Steve. El rubio no sabía qué hacer, así que solo se dedicó a acariciar la espalda de Adelaine hasta que ella se calmó.

—Sé que es difícil creer en la magia cuando ves este tipo de cosas, Adelaine, pero... mira a Irina y a todos estos niños. ¿Acaso no ves magia en sus ojos y en sus sonrisas a pesar de su situación? —habló él, logrando que ella alzara el rostro para mirarla—. La magia no se extingue, se multiplica.




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