Un corazón roto en navidad.

11.

Para Adelaine, estar con Steve era como si esa parte humana de ella reviviera, sintiéndose como una adolescente enamorándose por primera vez. Es normal, se dijo. Toda relación, o la fase en la que ellos se encontraban, empiezan así. 

Se sentía así.

—¿Vas a tocar el timbre? —preguntó Steve, parado junto a ella con las manos tras su espalda. Que Adelaine se tomara mucho tiempo para anunciar su llegada lo ponía más nervioso.

—Oh, sí. Lo siento —reaccionó ella, tocando el timbre. Se removió en su lugar, alejándose un paso de Steve para no parecer, pues... una pareja. La puerta se abrió y fingió una sonrisa, abriendo sus manos—. ¿Sorpresa?

—¡Hija mía! ¡Viniste! —exclamó su madre, abrazándola con fuerzas. Felicity podía con toda facilidad echarse a llorar en ese momento. Hasta que notó al hombre junto a su hija y se tensó—. Y acompañada, ¿eh?

—Eh, sí. Él es Steve, un amigo —lo presentó, señalándolo con cierta torpeza—. Es parte del proyecto que te dije. Estuvimos regalando juguetes hoy. 

—Ah, ya —respondió Felicity, un poco aliviada—. Pues, adelante, Steve. ¿Eres de por aquí?

—No, soy de Canadá. Me he mudado solo, así que creo que es por eso que Adelaine me invitó —dijo, mirándola con ojos entrecerrados y una sonrisa burlona. 

—En parte, sí —admitió ella, entrando a su antigua casa. Su madre era fan del arte, así que había muchos cuadros de pintores poco reconocidos, algunas mini estatuas o figuras abstractas y varios libreros llenos de libros de arte, literatura, poesía y enciclopedias. Y también estaba todo decorado de navidad—. Vaya, mamá. La casa quedó muy bonita.

Felicity se sorprendió por ello, pues esperaba que se quejara por la decoración no que la halagara. ¿Qué había pasado con su hija en una semana que tenía sin verla?

—Eh, hija. No sé si sabes que Richard volvió a Nueva Orleans, al parecer por vacaciones —le comentó, mientras caminaban hacia la sala donde se encontraba el resto de la familia.

Adelaine detuvo el paso, sin saber cómo sentirse. La última vez que lo vio fue el día del divorcio, 48 horas después de enterrar a su hija. No sabía cómo estaba, solo que se había ido a Irlanda por su trabajo. 

—Eh, no. La verdad es que no sé de él desde hace mucho —respondió ella, encogiéndose de hombros. Steve se preguntó quién era Richard y por qué la alteraba tanto.

—Sé casó otra vez y... Hija, no sabía  que venías así que lo invité —soltó su madre, sosteniendo sus manos—. Lo lamento, pero en serio pensé que este día iba a ser difícil para ti.

—¿Y ya está aquí, cierto? —preguntó ella, haciendo fricción con sus manos y mirando hacia la sala. Felicity afirmó, apretando los labios—. Algún día tenía que verlo de nuevo, supongo.

—Esperen, estoy perdido. ¿Hay algo malo con ese Richard? —preguntó Steve, sin poder contener su curiosidad.

—No, por supuesto que no. Él es... 

—Es mi ex esposo —respondió Adelaine, mirando a Steve—. En fin, ¿podemos terminar con esto?

Se adentraron a la sala y Felicity anunció su llegada. Sus sobrinos corrieron a abrazarla y sus hermanos lucían tan sorprendidos como feliz de verla. Richard se levantó de inmediato, tomado con la guardia baja al verla.

Ante sus ojos, se veía más delgada y pálida. No obstante, seguía siendo hermosa. 

Ambos se miraron a través de la sala, como si todo el ruido de alrededor se disipara. Adelaine sentía que no podía respirar, la sola idea de no saber cómo comportarse alrededor de su ex y de... lo que sea que quiera llamar lo que tenía con Steve, le causaba ansiedad.

—Hermana, me alegra verte. Estás preciosa —la saludó Denise, mientras su hijo tiraba de los pantalones de Adelaine para capturar su atención. 

—Eh, gracias. Tu igual, Denise. Aunque no más que este terremoto —respondió Adelaine, alzando en brazos a su sobrino de tres años—. ¿Quién es lo más lindo de la tía?

—¡Hey, soy yo! —se quejó Rachel, su sobrina mayor.

—Todos son lo más lindo de la tía —aseguró Adelaine, sonriendo.

Steve sonrió, recargando sus manos de las caderas.

—Hola, familia Fox —saludó—. Disculpen que sea el intruso de este año.

—No seas tonto, amigo. Aquí siempre hay comida de sobra —respondió Frank, el hermano mayor de Adelaine. Se acercó y estrechó su mano—. Bienvenido.

—Gracias —respondió Steve, sonriendo.

—Bueno, la comida va a estar lista dentro de nada. Quien me quiera ayudar en la cocina, puede venir —invitó Felicity, encaminándose al lugar.

—Yo puedo ayudar. Me gusta la cocina —dijo Steve, alzando la mano.

—A mi igual, vamos —aceptó Frank, siguiendo a su madre.

Richard, Denise con los niños y Adelaine se quedaron solos en la sala. No había silencio porque los pequeños estaban jugando, pero la tensión estaba en el ambiente y podía notarse con facilidad.

—Eh, ¿cómo te ha ido en Irlanda? —preguntó Adelaine, sentándose en el sofá junto al árbol. 

—Muy bien, la verdad. No me puedo quejar —respondió Richard, sonriendo. Su cabello castaño tenía un par de canas y tenía unas cuantas arrugas en las esquinas de sus ojos.




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