Kirk.
Varios años atrás.
Se puede decir que tengo todo en esta vida.
Dinero.
Mujeres.
Y una puta vida llena de lujos.
No necesito nada, porque lo tengo todo.
Soy el rey.
Me acomodé en el asiento de cuero d ela sección VIP del bar en el que me encuentro.
—Kirk, me urge pedirte que…
Levanté mi mano para que él se detuviera porque se muy bien cual es el rumbo de sus palabras.
—No tengo dinero para prestarte. Y si lo tuviera tampoco te lo daría.
Quién dice ser mi mejor amigo se levantó del sofá.
—No todo lo es el maldito dinero Kirk.
—Para mí si lo es… así que quita tu miserable cuerpo de mi vista, porque no vale la pena seguir observándote.
Parte de las mujeres que estaban a mi lado soltaron una gran carcajada.
Mariano ardió en coraje tras ver como nos burlamos de él.
Pobre pendejo.
—Kirk, deberías…
—Haz silencio Ann. -la que proclama ser mi futura esposa me lanzó una mirada fulminante, a la cual no le di importancia.
—¿A que esperas para largarte de mi vista?
Mariano formó sus manos puños.
—Espero ver tu caída Kirk Salvatierra.
—Sí, sí.… Lo que quieras.
Después de estas palabras Mariano giro sobre sus pies y se apresuró a caminar con rapidez.
Pobre de él, por ser pobre.
Me lleve el vaso de whisky a los labios y tomé todo el contenido de un solo trago.
—Kirk.
—Si quieres que siga pasando las exuberantes cuantas de tu familia has silencio, Ann.
—Pero…
—Según la alianza que hicimos si en algún momento quiero mi dinero de vuelta tendrás que darmelo, o si no irás a la cárcel.
—Soy tu novia.
—Yo no tengo novias, solo gatas a mi disposición.
Los ojos de Ann se cristalizaron ante estas palabras.
—Kirk.
—No te he sacado de mi círculo social porque me debes muchísimo dinero, así que te salvas por eso gatita.
—¿Nunca olvidarás lo que paso?
La mire con odio, y ante esto ella se removió en el asiento.
—Te revolcarte como una perra con el maldito de mi amigo, y a esto le sumamos que lo hiciste en la que sería nuestra cama.
—Él me amenazó.
—Oh, claro… ¿Él acaso te colocó una pistola en la sien para que llenarás la maldita habitación con tus asquerosos gemidos? Porque yo creo que no. Así que no trates de hacerte la víctima conmigo porque no te queda Ann.
—Kirk.
—Te doy tres meses para que consigas mi dinero.
—No tengo…
—Vendele tu alma al diablo, métete a meretriz, o lo que se te de la gana, pero consigue mi dinero a como de lugar, Ann.
Luego de esas palabras me coloque sobre mis pies. Porque la noche se me ha arruinado por completo.
Así que adiós plan de follar, y tomar hasta el cansancio.
—Y-yo… yo te amo. -inquirió con voz rota.
—Yo no. Dejé de hacerlo cuando te vi en esa cama gozando entre los brazos de ese traidor.
Deje el vaso en la mesa y posteriormente empece a caminar hacia la salida de la sección VIP.
Me duele tratarla de esa forma, pero me duele más saber que no le importo inrrepetarme.
Ann escarbó hasta que encontró ese lado mío que nunca antes le había mostrado.
Un lado que antes despreciaba, pero que ahora me encanta.
Pobre de ella, pobre de todos los que osen perturbar mi paz y entrometerse en mi camino.
Caminé sin mirar hacia atrás. Y solo me detuve cuabd estuve al frente de mi auto.
Uno de los valet parking se acercó a mí y sin mirarme a los ojos me abrió la puerta del auto.
—Pablo.
—¿Digame señor? -respondió con voz temblorosa.
—Me enteré que eres padre.
—S-sí.
—Tengo un trabajo para tí.
El hombre abrió sus ojo con desmesura y por esta ocasión se atrevió a mirarme.
—¿Un trabajo?
—Si aceptas, tendrás seguro médico, un sueldo bastante jugoso, y la oportunidad de darle un mejor futuro a tu familia.
—¿Por qué lo hace?
Ante esta pregunta inquirida por él, decidí ignorarlo.
—¿Lo tomas o lo dejas Pablo?
—¿Qué tengo que hacer?
—Servir de mula para llevar droga a los Estados Unidos.
El perdió el color de su rostro.
Solte una gran carcajada.
—Sí vieras tu rostro en este momento te morirías de la risa.
—No quiero cargar droga.
—Tienes cero sentido del humor, Pablito.
El hombre frunció su entrecejo.
—El trabajo que te estoy brindando es ser el chófer personal de mi madre, Pablo. Así que quita esa cara de susto que tienes.
—¿Dónde firmó señor?
—Todo a su tiempo. -posterior a estas palabras le extendí una tarjeta de contacto. —Te espero mañana a primera hora en mi casa, Pablo.
El asintió tras tomar la tarjeta entre sus manos.
—Gracias por taerme el gran cambio que le pedí a Dios, señor Salvatierra…
—Disfrutalo, porque no es muy seguido que haga este tipo de cosas.
—Le prometo que le sere fiel, hasta el último día de mi vida, señor Salvatierra.
—No tienes que jurarme lealtad Pablo, solo tienes que luchar por sacar a tu mujer e hijo hacia adelante.
—Por esto es que digo que nunca se debe de juzgar a primera instancia porque en cualquier momento a quien juzgas, te puede cerrar la boca.
—Nos vemos mañana Pablo.
Él asintió y yo me encargué de entrar en mi auto.
—Mi lealtad esta con usted señor Salvatierra.
Hice una mueca.
—Haz lo que quieras Pablo.
Él se encargó de sonreír.
Piche Pablo… ¿qué oración fue la que me hiciste?
Cerré la puerta de mi auto, y una vez en la comodidad de este me atreví a cerrar los ojos.
Volver a casa es una gran y verdadera tortura, pero no me queda de otra que aguantar a mi querida madre en vez de aguantar Ann.
Prefiero mil veces escuchar las cantaletas de mi madre que seguir escuchando las mentiras de Ann.
Introduje la llave del auto, e inmediatamente hice rugir el motor. E inmediatamente a mi cabeza llegaron imágenes de una mujer, posando para mí, totalmente desnuda.