Un descendiente para la bestia. [#5 De La Saga Heredero]

Capítulo 35 (parte 2): ¡Salve quién pueda…!

Itzel.

Dos días después.

Decir que estoy nerviosa es poco, para describir como me estoy sintiendo en este momento.

—Itzel, ¿estas segura de querer hacer esto?

La voz de Alexandra me trajo a la realidad.

—¿Cómo se te ocurre que no estaría segura de hacer esto? Cuando he esperado tanto tiempo por esto.

Alexandra entrecerró sus ojos.

—Por un momento se me olvidó que tu sueño de pequeña era esto.

—Siempre soñé con caminar hacia el altar del brazo de nuestro padre, y que el amor de mi vida me esperará frente al altar con una gran sonrisa en sus labios.

—Ese sueño tuyo me revuelve el estómago.

—¿No piensas casarte?

Alexander hizo una mueca. Para después formar sus manos puños.

—Alexander Salvatierra hizo que la ilustración de casarme se fuera por el retrete.

—Si quieres puedo ir a golpearlo por hacer eso.

—Ese no se arregla ni golpeándole la cabeza contra la pared.

Alex y su lado malvado.

Unos golpes en la puerta lograron que nosotras colocáramos nuestros ojos en ella.

—¡Pase…!

Luego de esa orden observé Alexander ingresar a la habitación, en compañía de dos hombres más. Quién me escanearon por completo para luego sonreír.

—Cuñada… estás hermosa.

Alexandra le brindó una mirada fulminante, para luego destilar veneno. —Claro, Alexander. Todas las novias se ven hermosas el día de su boda.

Alexander que se cuide porque su mujer está que mata y come del muerto.

Alexander dio varios pasos hacia mi hermana. —Alex, ¿Dije algo malo?

—Tú nunca dices nada malo. -tras esas palabras mi hermana le brindó una mirada matadora para luego empezar a caminar hacia la puerta.

—Alex.

—Vete al carajo, Alexander Salvatierra.

En cuanto mi hermana salió de la habitación, los dos hombres que acompañan a Alexander soltaron una estruendosa carcajada.

—Ve a por ella, Alex. Porque estás muy cerca de que te corten los servicios.

—Cállate, Dustin.

—Tu fiera está que mata y come del muerto. Pobre de ti, hermano.

—Cállate, Duncan.

Los mencionados Duncan y Dustin se miraron entre sí para luego volver a reír con burla.

—Maldición. -dijo Alexander para después empezar a caminar hacia la puerta.

—Todo sea porque no le corten los servicios. -inquirió el hombre llamado Duncan.

El hombre llamado Dustin caminó hacia mí. —Por lo visto nuestro querido primo tiene un gusto excelente.

—Dustin…

—La verdad hay que decirla, Duncan. Porque por la verdad murió Cristo.

—Por lo visto tú también morirás por la verdad, Dustin.

El hombre tragó saliva y se colocó más blanco que un papel.

A la habitación ingresaron dos mujeres, las cuales mantenían su entrecejo fruncido.

Pero fue la llamada Aitana quien se acercó a Dustin.

—A-Aitana… cariño.

—Le informó señor Salvatierra que los servicios que le concedí anoche, quedan suspendidos hasta nuevo aviso.

El hombre negó. —Por favor no me hagas esto.

—Eso te pasa por desviar tus ojos hacia otra que no soy yo. -la mujer coloco sus ojos en mí. —No tengo nada contra ti querida. Pero como verás tengo que tener a mi hombre a soga corta porque es un verdadero sinvergüenza.

—No me ofendes, porque yo haría lo mismo con mi hombre.

Aitana sonrió. —Eres muy comprensiva, Itzel.

—Aitana.

—¿Qué deseas?

—Renueva los servicios, por favor. -Pidió entre súplicas y al parecer eso le gustó a la mujer porque le dio una sonrisa de oreja a oreja. —Hare lo que tu quieras…

—¿Estás seguro?

—Si.

—Pues bien, pero tendrás que quedarte con los niños mientras yo me disfruto la fiesta.

—Pero yo… no me hagas eso Aitana.

—Es eso o los servicios, Salvatierra. Elige.

La mujer tras guiarme un ojo giró sobre sus pies y empezó a caminar deprisa hacia la salida.

El hombre salió detrás de ella mientras caminaba con paso rápido. —Aitana, no me hagas eso. ¡AITANA…!

—Pobre de Dustin. -inquirió Duncan.

—Te parece poco lo que hizo.

—Amaia no empieces por favor.

—Ves lo que te digo… -la mujer sollozo. —Deberiamos dejar esto aquí, ya que no me soportas…

Los Salvatierras son únicos en su especie.

—Esos cambios de humor tuyos me tienen hasta la coronilla.

—Eres un insensible, Duncan Salvatierra.

La mujer llamada Amaia empezó a caminar hacia la salida.

—Por lo visto todos los Salvatierras son dominados por sus mujeres.

—La palabra dominados es poco para describir nuestra penosa situación.

—¡DORMIRÁS EN LA CASA DEL PERRO, DUNCAN SALVATIERRA!

El hombre se pasó las manos por el cabello. Y soltó un sonoro suspiro.

—Le diré a mi abuelo que me ayude a tramitar el divorcio -tras ella verbalizar esas palabras el hombre empezó a caminar hacia la puerta. — Y me iré muy lejos con mis hijos.

Duncan detuvo su andar. —¿Qué dijiste?

—Si, Salvatierra. Estoy embarazada.

Vaya manera de confesarle que está en espera, pero quién soy yo para juzgarla.

—¡VOY A SER PAPÁ…!

La mujer rodó sus ojos. —No te acerques a mí.

—Aunque no te guste no me alejaré de ti, estaré pegado a ti hasta que nazca nuestro hijo.

Ella negó y en un intento desesperado por huir empezó a correr.

Duncan luego de ver a su mujer tratar de alejarse de él corriendo, sonrió. Para después seguirle los pasos. —Oh, no cariño. Tú no huiras de mí.

Sin duda alguna los hombres Salvatierra están locos, pero sus mujeres le ganan por mucho.

—Yo seré una de ellas. Me uniré al club que ellas confirman y juntas seremos implacables.

—Hija, llegó la hora.

Mi madre ingresó a la habitación y al estar frente a ella observé sus ojos llenos de lágrimas.

—Mamá.

—Estás hermosa hija. -mamá y yo nos fundimos en un fuerte abrazo. —Para mí es un verdadero sueño verte cumplir tu más grande deseo. Gracias por volver a nosotros, gracias por amarnos. Te amo mi amor.




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