Te conocí cuando tenía 5 años.
Me acababa de mudar con mi familia a esta ciudad y no conocía a nadie, me sentía perdida en un lugar desconocido. Tuve mucho miedo pero cuando nuestras miradas se cruzaron por primera vez, no pude evitar sentir curiosidad por aquellos ojos que mostraban timidez. De hecho, esos ojos se convirtieron en mis favoritos.
—¿Esta es Emma? Era más pequeña la primera vez que la ví —habló una hermosa mujer, su cabello era corto con ondulaciones en las puntas, era castaño y sus ojos eran de color verde, traía puesto un uniforme de azafata y una maleta a un costado, por la manera en que estaba vestida parecía que iría a trabajar, detrás de ella se encontraba escondido un niño— oh, casi lo olvido, Zack, saluda, a partir de ahora estos serán nuestros nuevos vecinos— su tono de voz me hacía darme cuenta de lo amable que era esa mujer.
No entendía muy bien lo que le estaba diciendo a mi madre pero por la manera en que se hablaban era como si ya estuvieran familiarizadas, yo creía que mi madre no conocía a nadie de aquí pero parecía estar equivocada. Yo miraba con curiosidad a esa pequeño niño, a pesar de que tu cabello amarillento se encontraba cubriendo tu rostro, aún así alcancé a ver tus brillantes ojos color ámbar.
Te veías tan tímido pero a la vez tan lindo, a pesar de ser de la misma edad te veías un poco más pequeño que yo.
Te mirabas tan frágil, como si cualquier cosa te pudiera romper, yo había decidido que te protegería. Tu madre se despidió de tí dándote un beso en la mejilla y dijo que vendría a recogerte en un par de días, por lo que podía notar parecía ser que te quedarías con nosotros.
—Emma, Zack se quedará por unos días con nosotros, ¿Estás bien con eso?
Yo asentí con emoción, era como si fuera a tener un hermanito con quién jugar.
—Soy Emma —dije extendiendo mi mano hacia tí, trataste de salir corriendo pero mi mamá te detuvo.
Realmente eras tan tierno.
Mi madre encantada había aceptado cuidarte pero como ella siempre estaba ocupada con su trabajo, mi niñera Ana era la que se hacía cargo de nosotros, ¿Recuerdas todas las veces que jugamos con Marian, la hija de Ana?
Nunca olvidaré cuando intentaste rodear un charco de lodo y terminaste cayendo dentro de él, ese día Marian y yo reímos mucho por lo torpe que a veces podías ser.
A medida que pasaba el tiempo nos fuimos acercando cada vez más. Tu padre era el dueño del aeropuerto principal de la ciudad y de otros aeropuertos que estaban alrededor del país y además de eso era piloto, me pregunto si a través de sus trabajos tus padres se conocieron.
Mientras que tus padres estaban ocupados con sus trabajos, tú seguías quedándote en mi casa a jugar. Las personas que trabajaban en tu casa no te hacían mucho caso y por eso pasabas la mayor parte del tiempo conmigo y con Marian, no te gustaba estar solo.
Mientras pasábamos más tiempo juntos, un extraño sentimiento empezó a brotar dentro de mí, al principio creí que solo se trataba de admiración pero mientras más crecía me dí cuenta de que no era así, ¿Entonces que era esta sensación?. Aún no sabía lo que era esto, cuando cumplí 8 años escuché de la palabra "amor" ¿era eso lo que yo sentía por ti? No lo sabía, aún era muy pequeña para pensar en esas cosas.
Un día ambos nos encontrábamos en el jardín trasero de mi casa recolectando flores, el día de las madres estaba cerca y queríamos sorprender a nuestras madres con unos arreglos hechos por nosotros mismos. Me sorprendí cuando pusiste algo sobre mi cabeza, era una corona de flores hecha por ti mismo.
—¡Taran! Ahora luces como una verdadera princesa —dijiste con esa linda sonrisa que tanto te caracterizaba.
Ese día yo cargaba un vestido de tirantes de color blanco, me quedaba por arriba de mis rodillas, era mi vestido favorito. El ambiente se sentía tan bien que creí que ese era un buen momento para decirte mis sentimientos. Tomé tus manos y me incliné hacia adelante, como estábamos de rodillas podía verte desde arriba, te miré directamente a los ojos y de mis labios salió un "me gustas" creí que tú sentías lo mismo que yo pero estaba equivocada.
Tu cara mostró sorpresa pues no esperabas nada así, no dijiste nada, simplemente te levantaste y saliste corriendo de ahí dejándome completamente destrozada, no me importaba la confesión, lo que yo no quería era perder tu amistad, temía que te hubieras enojado conmigo y que ya no me hablaras más.
No era mi intención hacerte sentir incómodo, perdón.
A la mañana siguiente me desperté con los ojos rojos de tanto llorar la noche anterior, no sabía cómo reaccionaria cuando te viera, apenas y pude desayunar. Cuando salí de casa nuestros ojos se encontraron, ahí estabas tú, con esa sonrisa tan linda, estabas esperando por mí.
—No olvidaste nuestra promesa ¿cierto? — dijiste cuando te percataste que mi chofer estaba arreglando el coche para llevarme a la escuela.
Desde que ingresamos a la primaria habíamos quedado en que por un mes mi chofer nos llevaría a la escuela y en el siguiente mes sería el tuyo quién hiciera eso y así sería hasta la graduación, esa era nuestra promesa y decías que las promesas no debían romperse. No dijiste nada sobre mis ojos rojos, lo agradecí internamente, tampoco dijiste nada sobre mi confesión, sabía que significaba eso, me habías rechazado.
Aún así estaba feliz por no haber perdido tu amistad.