Un Destino Prometido

*15*

La soledad se sentía por cada rincón de la mansión, no recordaba la última vez en donde se hubiese sentido tan solitario como este día; en Venecia una que otra noche pasaba en compañía de alguna concubina y se liberaba un poco de las tensiónes que pudiera tener, pero desde la muerte de su padre su vida había cambiado de manera drástica, la soledad que era su mejor compañera, ya no le producía esa calma, sentía un vago vació en su pecho que ni los tragos de licor hacia que menguara, sus pensamientos solo estaban en función a esa mujer y aunque fuese solo un recurso para ayudar a su hermana, allí estaba en cada pensamiento ofuscandolo cada vez mas.

Tomo un trago de coñac y se recostó mas a su sillón de cuero negro dejándose llevar por un nostálgico sueño.

Su vida desde joven había sido una completa odisea, su niñez giro en torno a maestros e internados donde tuvo una educación severa, además de los malos tratos, días de hambre y golpes tras golpes recibidos de sus maestros por no aplicar y exponer los términos enseñados; en estos reclusorios de educación como solía llamarlos se forjo su cruel carácter ese que no dejaba cabida a sentimientos  vanales, donde alejado de su familia se fue olvidando de lo que era un hogar.

Su padre se jactaba de decir que de esta manera se forjaria mejor su carácter, que el había aprendido de la misma manera, lo que nunca tomo en cuenta fue que su hijo al contrario de el, era de un carácter pasivo y que lo único que ocasionó  fue un resentimiento en William, al ver las consecuencias de lo que  la educación que el le impuso a su hijo logro de arrepintió por hacer de su hijo un hombre orgulloso, materialista, soberbio, vanidoso y déspota, por eso había decidido colocar ciertas condiciones para acceder al título y a su herencia, quería en parte remediar lo que hizo con el de joven y cuando había visto esa joven, noto en ella una chispa en su ojos que no había logrado ver desde que conoció a su difunta esposa, su corazón le dijo que ella podía ser esa persona que ayudaría a su hijo a liberarse de su cruel pasado, ese que el inconscientemente lo ayudó a crear; estaba completamente seguro que esa jovencita podía hacer caer esa armadura que él había decidido colocar para defenderse, en el fondo sabía que su hijo era un noble de buen corazón, como lo había sido su madre, que a pesar del dolor que sentía al tener a su hijo tan lejos y pensar que su esposo obraba de manera equivocada, nunca le refutó nada al contrario se mantenía en silenció, y a escondidas o eso creía ella, estaba al pendiente de su hijo estuviese en el país que fuera siempre estaba con el brindándole ese amor que su esposo le quitaba pensando que sería lo mejor para William.

A ella, su adorada madre, la consideraba su más grande amor y polo a tierra, ella siempre estaba en cada paso que daba, ¿Cómo? Nunca supo como desde tan lejos sabía cada uno de sus pasos.

Cuando falleció su mundo se derrumbó, y echo toda la culpa a su padre por no saber cuidarla en enfermedad, cuando asistió al sepelio a darle el último adiós a su madre también se lo dió a su padre, desde ese día guardo distancias con el, de la única persona de la que estaba al pendiente era de su única hermana, la luz de sus ojos, en ella veía el reflejo de su querida madre, ya que su parecido era extraordinario, pero eso no le impidió alejarse de su familia, decidió seguir en el extranjero por encima de las órdenes de su padre, las cuales eran de quedarse en londres y empezar a tomar las riendas de los negocios, pero sin ella no tenía ningún motivo de quedarse y su hermanita estaría mucho mejor sin el.

Estaba tan dolido con su padre que mientras duró el sepelio prefirió quedarse en un hostal y no en la casa de sus padres, los días después del entierro se dedicó a la bebida y mujeres, también fue un invitado fugaz de su amigo el duque de Somerset, quien por esos días regresaba a la ciudad y había sido
recibido con un baile de máscaras, donde... Vio en ese balcón la silueta de una joven debutante, no sabía si era la luz de la luna y las velas de ese desolado lugar, pero hacía que su piel resplandeciera, y a mirar su rostro no pudo evitar sentirse atraído por esos delicados labios, no eran delgados como el de otras jóvenes, estos... Estos eran más rojos, carnosos y lo más atrayente que nunca había visto, no pudo evitar seducirla, por primera vez en su vida quería deseo a una mujer tanto como a ella, ¡Dios quería tenerla en sus brazos! Tocarla, hacerla suya, y cuando pudo probar sus dulces labios un remolino de emociones que no había sentido antes lo cegó, bloqueo sus emociones, la quería para el, pero no, el era un hombre libre y ninguna estaba preparada para el nivel de el y menos un insignificante debutante.

Ese día en la noche se vio obligado a  contener su deseo reprimido, se contuvo de hacerla suya en ese lugar Dios sabrá porque, ya que ni el lo sabia, menos mal que viajaba al día siguiente, así no tendría que volver a ver a aquella mujer, y que lo perdonará por mentirle, pero no podía dejar pasar esos dulces labios.

Después de abandonar londres nuevamente, volvió a encaminarse en sus negocios esta vez en países nuevos, para el esto era mucho mejor que pertenecer a la realeza y estar en la cámara de Lores, aunque esos títulos eran una gran carta de presentación para cualquier negocio, y aunque no le gustaba mencionarlo ser heredero del ducado de Windsor fue lo que le ayudo a poder contactarse con algunos de los mejores comerciantes de diferentes países.

A la edad de veinte y siete años ya tenía varios negocios muy rentables y viajaba seguido y a diferentes partes del mundo debido a las exportaciones de algodón que por esa época estaba en auge, precisamente fue en uno de esos viajes donde conoció a su socio Francois Lecrerc; el infeliz que años después lo había traicionado dejándolo en la miseria y arrastrándolo a donde nunca deseo estar, la realeza, pertenecer a esta sociedad le garantizaba una muy buena calidad de vida, pero también que iba a estar en mira de toda una nación, no solo porque las damas quisieran atraparlo, sino porque tenía que tener una reputación intachable, además de estar en la cámara más tiempo de lo que a él le gustaba,  lastimosamente en esta sociedad las leyes eran demasiado estrictas para poder ser quebrantadas sin dar sospecha alguna; un mundo donde la doble moral primaba para el mejor postor y donde la pena mínima por tan solo robar un trozo de pan, podía llegar incluso a la muerte.




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