Desconcertante, esa era la palabra que describía mejor al duque, su actitud hacia Isabelle durante la primera parte de la velada fue inobjetable, tan sereno, cordial y siempre atento a cada palabra que ella emitía. Si no fuera porque sabía sus intenciones, muy seguramente le hubiese creído todo ese melodrama.
A parte de todo eso fue gratificante para ella asistir a tan magno evento, todos los asistentes tan pomposos en sus mejores trajes recorrían el lugar de un lado a otro para poder ser observados, estaba claro que el teatro era un gusto que no todos se podían dar a causa de su alto costo, por eso se contoneaban tan lozanamente, y ella... ¡Que la culparan por pretenciosa! Pero no podía ser la excepción, por esta vez quería dejarles en claro a todas las damas cotillas que ella se podía dar ese lujo y además con un pretendiente de la alta aristócracia, ellas nunca se imaginaron que ella podría llegar a vivir ese momento, aunque en el fondo sólo fuera porque a él le convenía. Le hubiese gustado pasearse de brazo con él, pero el hecho que no estaban comprometidos la hizo retractarse, quería darles una bofetada al ego de esas mujeres pero no quería poner en vilo la reputación del apellido antes del compromiso oficial.
Cada minuto al lado de el era tortuosamente maravilloso, aunque lo quisiera negar todavía podía sentir esas cosquillas en su interior, esa vibración en todo su sistema nervioso, no había duda que sentía todavía ciertos sentimientos por él, pero tenía que entender que para el aún no era suficiente, la actitud de William hacia ella había cambiado aunque sólo era por su propio beneficio, tenía que levantar la cabeza y salir de victoriosa de ese ardid que ella había propiciado.
Ella misma había cavado su tumba.
Después del pequeño receso y charlas sociales los asistentes buscaron nuevamente sus lugares en el coliseo. La alfombra escarlata y sus decoraciones en yeso labradas y pintadas delicadamente en tonos dorados junto con la luz que fulguraba de los candiles, hacia que el recinto se mostrará un tanto gótico y romántico, de verdad que era digno de admirar.
Sumida en sus pensamientos y mirando al escenario no sintió la mirada acechadora de su acompañante hasta que una suave caricia en la mejilla la hizo girar y quedar muy cerca de su rostro, el había aprovechado que la doncella había salido, la mirada hipnotizante del duque la atrapó nuevamente dejándola con un dejavu de emociones al depositarle un casto beso en los labios, había sido algo fugaz y sin erotismo pero lo que ocasionó en ellos fue suficiente para dejarlos desorbitados.
William no pensó que ese pueril beso lo iba a sacar de su zona de confort, sintió un vacío en su cuerpo al alejarse, no sabía que era lo que lo ocasionaba, quizás era el celibato que obligatoriamente se estaba tomando, habían pasado ya varios meses de su llegada a Londres y no había buscado el calor de una mujer por dos obvias razones, primero había sido por tomar el manejo del título y luego estaba ella, esa mujer se había convertido en un reto, cada día estaba maquinado mil cosas para atraerla.
¡Eso era! ella no había sucumbido a él como lo llegó a pensar, tenía que ser que... Quizás era solo el deseo de poseerla ante tantas negativas.
No sentía nada romántico hacia ella.
—Lo siento mucho — expreso William al ver que ella se había quedado con un semblante de pánico. — Isabelle yo...
—No... No sé preocupe... — giró hacia el lugar de Nina relajándose cuando no la vio.
—Salio un momento, no quise pasarme se lo juro. — su rostro parecía honesto. — sólo quería saber qué la tenía tan ensimismada.
Lo que había pasado en ese balcón fue más intenso que lo ocurrido en el carruaje, ya que allí había primado la pasión y el deseo de los cuerpos, pero en este lugar no hubo cabida para desear, era más bien el anhelo por tenerse cerca el uno del otro pero ninguno de los dos lo aceptaría.
—Lo entiendo no se preocupe Milord — no podía romperse ahora — seguramente no está acostumbrado a tratar con una dama.
¡Que rayos decía, si ayer ella no se había comportado como una!
—Enseñeme a tratarla como se merece una dama como usted — por más ganas que tenía de responderle como se lo merecía no podía dar un paso en falso.
—¿Esta seguro que pueda aprender? — mofo, a el le hirvio la sangre, pero no tenía otra que seguir su juego. — soy una maestra muy estricta.
Esperaba no perder esta clase.
—No pasa nada si lo intentamos
—seguramente, lo peor que pueda pasar es que aprenda a ser un excelente caballero.
—Tiene toda la razón ¿cuál sería mi primera lección? — pregunto con burla.
—No debe besar a una dama sin permiso, como puede notar las mujeres no somos plato de degustación.
William la miró intrigado iba a protestar pero ella continuó.
—... Además las aproximaciones están prohibidas, conserve siempre una distancia prudente, ya sabe, por eso de los malos entendidos. — hablo confiada, el sólo la miraba como si de una obra de arte se tratara.