Un Destino Prometido

*31*

—Ya está listo el carruaje Milady — informo el mayordomo a las dos mujeres que esperaban ansiosas ir en busca del vestido para el baile de compromiso.

—Gracias, enseguida iremos —respondió Isabelle mientras Nina le ajustaba el sombrero.

Los días pasados habían sido muy tranquilos, aún le preocupaba demasiado la salud de su padre, pero sabía que no debía demostrar su miedo a perderlo delante de él, el médico había sido muy claro al respecto, no podían darle una emoción fuerte o algún disgusto, cualquier cosa le haría poner en peligro su vida, así que sacando todo el coraje que alguna vez creyó perdido continuó con su calma delante de la servidumbre y su padre, quebrantandose solo cuando estaba en la soledad de su habitación.

William había estado atento a cada cosa que ella hablaba o solicitaba para la fiesta de compromiso, la visitaba todas las tardes con el debido permiso de su padre y Nina como carabina, claro que ella se mantenía alejada de ellos, le bastaba mantenerlos a la vista. Si Isabelle no supiera de las verdaderas intenciones de William muy seguramente creería que estaba preocupado por su seguridad y que le interesaba todo lo relacionado con  ella y más aún, que estaba realmente emocionado por el futuro enlace.

Se suponía que su deseo de venganza alumbraba en su corazón pero, el saber que su padre estaba en cama, le hicieron echarse para atrás, el odio que lleno su corazón no la dejaron ver el estado de salud de su padre, la cegaron para no darse cuenta de la manera que actuaba su padre, de cómo se expresaba y de las indirectas que decía y también que en cierto modo ella era la única culpable de que su padre estuviera hay postrado en la cama. Estaba dicho ya, se casaría para no quedar como una paria, además de que si no lo hacía su padre quizás fallecería ante tal noticia, le contaría a William que ella era conocedora del estado de salud de su hermana y sus motivos para casarse, esto tendría que ser suficiente para que la dejara irse a Surrey donde su padre planeaba pasar sus últimos momentos de vida y ella iba a estar con él hasta el final, lejos de William, lejos de todo.

—Llegamos mi niña —Isabelle sacudió su cabeza saliéndose de sus pensamientos.

—Lo siento

—¿Que te preocupa? tu padre o tu compromiso —contar con alguien siempre era de ayuda, Nina estaba con ella desde que nació y era lo más parecido a una abuela.

—Todo y nada Nina — su voz melancólica hablaba por si sola. — pero dejemos el tema para después, ahora busquemos el vestido.

Nina sonrió y camino tras ella como era costumbre en la sociedad, indiferente a las damas y caballeros de cuna, pero alerta y atenta para lo que ellos necesitasen.

Isabelle siempre tuvo porte como lo dictaba la sociedad, fue criada y educada como pocas; amor y tolerancia fue su primera lección, de hay en adelante fue instruida como la sociedad lo estipulaba. Isabelle era todo una dama, una que no se dejaba llevar por las circunstancias, una mujer con temple de hierro, pero dócil y delicada cuando la conocían de verdad.

—¡Isabelle querida! — Christine se acercó apresuradamente a saludar a su amiga —Me alegra poder verte ¿Como has estado? Y ¿Tu padre?

—Creo que lo peor ha pasado y tú, que me puedes contar de tu vida como una dama comprometida

Christine se sonrojo, los nervios que sintió al saberse comprometida ya se habían esfumado, Christine se había preparado desde su nacimiento para ser una esposa ejemplar, sus miedos habían acabado al ver que su futuro esposo era un hombre joven, respetable y refinado, eso era todo lo que ella necesitaba.

—Bien, Lord Berry es un hombre muy culto.

—¿Solo eso?

—Belle, fui preparada para el matrimonio desde que nací, pero... no para colocar el amor en primer plano,  ante todo está el quilibrio de la familia, eso siempre lo han dicho mis padres y mi hermano, me complace saber que Lord Berry es todo un caballero.

Isabelle bajo la mirada, en parte le daba cierta lástima que su amiga no llegase a conocer el amor y la otra le daba envidia saber que ella no esperaba amor en un matrimonio y que se conformaba con vivir una vida tranquila.

—No te aflijas, más bien vamos a mirar los vestidos, madame Clarisse a hecho unos exclusivos para nosotras. —acoto Christine al ver que su amiga se sentía avergonzada por la pregunta. —Dayanne ya está adentro

—Esta bien, vamos.

Exclusivos no era la palabra indicada, esos vestidos eran deslumbrantes tanto o más que su precio, las jóvenes se preguntaban si alguna vez madame Clarisse las dejaría de sorprender.

Tres colores, tres rasgos distintos, tres bellezas únicas estaban plasmados en cada vestido, cada uno reflejaba el aura de ellas, la dulzura y el encanto de Christine fue envuelta en un satín rosa pálido, con encajes del mismo tono en sus mangas, delicadas flores tejidas al final de su falda, su escote dejaba al descubierto una mínima porción de su pechos, por otro lado la timidez de Dayanne fue cubierta por un violeta, este color reflejaba dos cualidades; uno era la tristeza y la melancolía, el otro era el romanticismo que tanto quería ocultar pero madame Clarisse noto al verla, su escote fue menos pronunciado que el de Christine, su viudez requería ser más recatada, al menos por los primeros dos años, a diferencia que el vestido anterior, este tenía transparencias en sus brazos y parte del escote, la organza cubría perfectamente lo que ella no quería mostrar, la falda cubierta también con esta tela, no tenía ningún labrado, tenía varias capas, unas más largas que otras mostrándose más abultado el vestido. Por último la perseverancia y resistencia de Isabelle fue cubierta por un tono verde esmeralda, está vez su escote fue más pronunciado, ya que su padre le había dado una hermosísima joya perteneciente a la familia de su difunta madre, un collar en oro macizo de dos dedos de ancho con un diamante en forma de lágrima que colgaba del centro y caía justo antes de sus senos, ante esta joya el escote pasaría a un segundo plano, algo bueno para ella, el corset era sencillo para no opacar dicha joya, la falda fue fabricada con  brocado raso, los hilos de oro no sobresalía de la tela, al tocarla se sentía suave y plana, que bajo la luz de las velas brillaban como su dueña.




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