Un Destino Prometido

*35*

William revisaba las pertenencias de su madre para saber que enviaría a caridad, hasta ese día no se había  atrevido a entrar en el cuarto que era de ella, pero ahora sería la habitación de su futura esposa, quería que se sintiera como en casa y no como si estuviera invadiendo un espacio que no era de ella, para ello debía sacar las pertenencias de su madre de allí.

La habitación estaba forrada con tapiz color crema, en los armarios aún estaban las prendas que su madre solía usar y a pesar que habían pasado varios años y que el servicio limpiaba con frecuencia aún podía sentir su olor.

Los sirvientes quitaron las enormes cortinas para luego ser renovadas por unas de color más brillante, dejando entrar la luz matutina a la habitación, desde hoy estarían ocupados ya que había pedido que redecoraran los tapices, la ropa de cama, y dejarán todos los armarios vacíos para la futura duquesa, quizás ella cambiaría todo nuevamente cuando tomara posesión del título, pero por ahora, él cambiaría un poco el ambiente para dejarlo más juvenil.

—Milord, la caja de joyas de su señora madre —entrego una de las sirvientes a William, quién se encontraba ensimismado mirando a través de la ventana.

—Por favor, dásela a mi ayuda de cámara para que la guarde en mi habitación. —No se sentía preparado para botar o donar todas las cosas de ella.

La joven asintió y salio de la habitación con las joyas.

En cuestión de minutos los sirvientes tenían vestidos y zapatos en los baúles que serían donados a caridad, también habían dejado los muebles en el centro de la habitación y cubiertos con mantas para que no se empolvaran, está vez el tapiz sería verde pálido con destellos en oro puro.

—Milord ¿la habitación del duque también desea hacerle algún cambio? — pregunto el encargado de la remodelación al abrir la puerta de comunicación de las dos habitaciones.

—Solo... Saquen las pertenencias de mi padre, renueven la ropa de cama y cortinas, el resto quiero que se quede tal y como está — debía admitir que aunque no era afín con su padre, él fue un hombre que gozó de buen gusto y la habitación era una fiel muestra de ello.

El hombre asintió y salio del cuarto en busca de sus ayudantes.

Al dar el resto de las indicaciones William fue a su habitación de soltero  y abrió la caja que contenían las finas joyas que poseía su madre, esas joyas sin duda no las vendería, ni las donaria, ya que en su cabeza tenía la mujer ideal para usar el preciado tesoro de su madre.

Saco de allí una cajita de terciopelo azul oscuro donde había un hermoso juego  en oro blanco labrado y con diamantes incrustados; ese juego se las había regalado a su madre cuando ganó dinero por cuenta del él y tenían un gran valor sentimental, ahora él, se las daría a otra mujer de igual valor a su madre, sin duda a ella le hubiese gustado que fuera Isabelle la nueva propietaria de sus preciadas joyas.

Guardo la cajita en su casaca y partió hasta la mansión Le Brun, después de estar en marcha recordó que no había enviado una misiva para que le permitieran su visita, pero quería darle ese pequeño detalle a Isabelle y una carta no lo detendría.

*****
 


 

Isabelle llegaba a la casa luego de pasar casi toda la mañana con Christine y Dayanne buscando el juego de finas joyas para completar el ajuar, pero lamentablemente no había podido encontrar el indicado, y era como si todo estuviera en contra de ella, había visitado a casi todos los joyeros de londres; aunque no eran muchos de todos modos, pero cada que se enamoraba de uno le decían que ya estaban apartados.
 


 

¿Quién exhibía algo que ya estaba vendido?
 


 

Con los ánimos no muy altos, bajo del carruaje y entro a la mansión encontrándose con Carlos en el salón principal.
 


 

—!Carlos¡ — sintió un escalofrío bajar por su columna, aún no estaba preparada para verlo a solas.
 


 

—Milady, siento si la asusté, su padre me mandó a llamar. — su voz melancólica quebranto a Isabelle en culpas.
 


 

—No me asusto... Solo no esperaba verte en la casa.
 


 

—Los negocios que mantengo con su padre me hacen regresar — se acercó un poco a ella. —Pero ya voy de salida.
 


 

—Por favor no lo tomes a mal, es solo que... — Con mirada nostálgica le tomo suavemente las manos.
 


 

—No me tienes que dar explicaciones — y como si fuera poco llegar desanimada, Carlos la desarmaba con un casto beso en sus manos enguantadas — adiós Milady.
 


 

—Adiós Carlos — se quedó allí parada mirandolo alejarse sin saber que hacer.
 


 

Derrotada, Isabelle se dirigió hasta la salita de té, dentro de poco servirían el almuerzo, era mejor esperar allí y leer un libro para despejar su mente que encerrarse en su cuarto.
 


 

—Milady, el Duque de Windsor se encuentra afuera — Isabelle detuvo su camino con el ceño fruncido, hasta donde él le había dicho no vendría hasta dentro de dos días ¿Pasaría algo? ¿Habrá encontrado a ese hombre? 
 


 

—Por favor déjelo entrar, yo estaré en la salita de té.
 


 

—Como usted ordene Milady


 

Al llegar William a la mansión Le Brun lo primero que se encontró fue con la carroza de Carlos saliendo del lugar, le pareció extraño pero luego recordó que él mantenía negocios con su futuro suegro y no presto mayor atención, ya que solo estaba concentrado en la mujer que tanto odió y que ahora le robaba su tranquilidad y corazón.
 


 

—Buen día Milady — saludo William al entrar a la sala de té, Isabelle se levantó e hizo la respectiva reverencia, pero le causó intriga el nerviosismo que reflejaba él.
 


 

—¿Aparecio el conde? — pregunto ella un poco ansiosa por la respuesta, por un lado tenía miedo que apareciera, pero por otro le aterraba que se colará nuevamente a su casa 
 




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