Un Destino Prometido

*42*

Desde el día que Isabelle decidió entregarse a William, una gran sonrisa se dibujo en su rostro como si fuera la obra más perfecta de todo Inglaterra, pero como no iba a estar feliz, si había logrado tocar el cielo entre los brazos de William, además, él procuraba recordárselo cada día con una carta de amor o un arreglo de flores, ya no eran claveles, ahora le enviaba rosas, cada día de un color distinto, y aunque no eran sus favoritas eran de su agrado.

Francis no había aparecido en esos días, era como si estuviese esperando el tiempo oportuno para atacar, Isabelle tenía una hipótesis pero solo lo diría después de la boda, no quería que William estuviese indispuesto durante la boda, ese era un gran día para los dos y no pensaba arruinarlo por decir lo que pensaba.

-Lista para tu gran día - Saludo Nina entrando con un bouquet de rosas azules -Ten la tarjeta.

Isabelle las miro y no pudo evitar cerrar los ojos y derramar unas lágrimas, pero esta vez eran de felicidad, por mucho tiempo espero que sus sentimientos fueran correspondidos y ahora la respuesta estaba frente a sus ojos y de una forma que jamás pensó que sería. Ahora el amor de william era solo para ella.

-¡Niña no llores! Es de mal augurio que el día de tu boda llores.

-No puedo evitarlo - miro la tarjeta y se la pegó al pecho.

Mi amada futura esposa

No necesito escribirte nada ya que tú sabes cuáles son mis más profundos sentimientos.

Con amor

Tu futuro esposo.

-¿Pero que te ha escrito para que te pongas así?

-No necesita decir nada

Y era cierto, no necesitaba decir nada, las flores expresaban lo que ella espero oír por tantos años. Eran pocas las personas que conocían el lenguaje las flores, ella por su amor a la jardinería lo conocía, pero que william se hubiese tomado la molestia de averiguarlo, lo hacia aun mas romántico y tierno.

Esas rosas expresaban que ella era su mas grande amor.

Nina no entendía nada, quizás los jóvenes de ahora sabían más cosas con respecto al enamoramiento que sus antecesores.

-Bueno, entonces levántate, el agua aún está tibia, falta poco para que comience la boda y aún no estás lista.

Isabelle se sonrojo, en pocas horas sería la duquesa de Windsor y el vestido de novia que reposaba delicadamente sobre el baúl junto a su nueva ropa íntima lo confirmaba.

Hacia casi un año desde la lectura del testamento, pasaron meses en los cuales vivió llena de rencores, conoció a una nueva amiga, vivió un amor ilusorio y un amor imposible, ademas había desilusionado a un amigo por confundir sus sentimientos, también perdono a un hombre que creía odiar, y hoy se daba cuenta que para el amor nada era imposible.

Había manejado las fichas a su antojo para beneficiarse y además hacer sufrir a quien creyó odiar, pero solo bastaba tiempo para que la capa que cubría su corazón cayera dejara sus sentimientos a merced de el mismo hombre que la daño, pero aunque su plan no saliera como esperaba en un principio, logro ablandar el corazón de piedra de un hombre que la odiaba y ella se dio cuenta que el corazón no olvida cuando un sentimiento es puro y sincero.

-Si te viera la marquesa estaría orgullosa de ti mi niña - la doncella no evitó ocultar las lágrimas, había visto nacer, crecer y ahora volverse una mujer a la joven que estaba vestida con un hermoso ajuar.

-Donde este, yo se que está feliz - se acercó al espejo, tocó el collar que era posesión de la madre de William, su corazón empezó a acelerarse, últimamente estaba muy receptivo -Gracias Nina por estar siempre para mí, mi madre sabía porque dejarte a ti como mi doncella

-Hay niña no me agradezcas, lo hago porque te aprecio - y sin duda lo haría hasta que ya no pudiese levantar un dedo. -Vamos, tu padre debe estar impaciente

-Tienes razón, no quiero que tenga muchas emociones, aunque le pedí que se quedará en casa no quiso, dijo que su deber era llevarme hasta el altar.

- Él te adora mi niña, no iba a dejarte sola el día más importante de una jovencita.

Isabelle sonrió y salio de la habitación, al caminar se sentía como un repollo, no podía negar que el vestido era hermoso y que sus amigas lo escogieron con mucha ilusión, pero talvez fue algo peligroso dejarlas ayudar, sobre todo porque sentía que en cualquier momento abrazaría el suelo y luego rodaría sobre el, solo esperaba llegar ilesa al altar.

-¡Las flores! - grito Isabelle deteniéndose de golpe y Nina la miro curiosa porque ella llevaba el ramo en las manos. -Quiero... Llevar las rosas que me envió William

-¿Rosas azules a un matrimonio? - Isabelle levantó los hombros y sonrió -Esta bien, te ayudaré a bajar y subo por el otro ramo.

-Gracias.

El marqués la esperaba al terminar las escalas, lucía impoluto en su traje, su sonrisa alegre era la misma que siempre, aunque su contextura fuera mucho más delgada y las sombras en sus ojos evidentes, pero para él, solo bastaba con ver a su hija felíz para él serlo también.

-¡Aquí están las rosas! - dijo Nina algo agitada por haber ido a trote

-¿Y esas rosas hija? - pregunto el marqués con una mirada nublada por las lágrimas

-William me las envío hoy.

-Hija esas rosas...

-Lo se padre, son muy folclóricas para el matrimonio pero quiero tenerlas este día, no sabes lo que significan, pero... yo las necesito conmigo.

-Yo le di a tu madre rosas azules el día de nuestra boda - su voz sonaba entrecortada -y al igual que tú, también las uso en la ceremonia -Isabelle no supo que decir, sus ojos brillosos miraron a su padre quien le dio un tierno beso en la frente y dió la bendición a su hija antes de salir, ahora sabía que podía partir en cualquier momento con la certeza de que ella iba a estar bien cuidada.

Subió con algo de dificultad a la calesa, la repolluda falda era algo difícil de manejar, pero no imposible.




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