A pesar de la violencia de la turbulencia que sacudía el avión, Bruno no podía evitar notar el delicado aroma que emanaba de Valentina. Algo en ese perfume, una mezcla suave de flores y especias, llenaba sus pulmones y penetraba en sus sentidos, haciéndole olvidar por un breve instante el caos que los rodeaba. Su mente, que hasta hacía poco estaba enfocada únicamente en llegar a su hija, se nubló con una extraña fascinación por la mujer que, presa del terror, se aferraba a él como si su vida dependiera de ello.
El corazón de Bruno latía desbocado, no solo por la situación aterradora que vivían, sino también por una sensación que hacía mucho tiempo no experimentaba. Desde la muerte de su esposa, se había prohibido a sí mismo sentir algo profundo por otra mujer. Había levantado un muro alrededor de su corazón, convenciéndose de que no era capaz de volver a enamorarse o siquiera de experimentar la chispa de la atracción. Pero ahora, ahí estaba, su piel rozando la de ella, su fragancia envolviéndolo, y su cuerpo reaccionando de maneras que había olvidado que podía.
Por un momento, la sacudida del avión se desvaneció en el trasfondo. Bruno sintió el calor de Valentina, sus manos temblorosas aferradas a su pecho, sus uñas clavándose con fuerza en su piel, pero todo eso solo aumentaba la intensidad de lo que él sentía. Su respiración se aceleraba, al igual que el latido en su pecho. Cada vez que ella se movía, él lo sentía, y ese contacto, por más ligero que fuera, encendía algo en él que no había experimentado en años. A pesar de lo irracional que podía parecer, en medio de la turbulencia, se encontraba cautivado por la mujer que minutos antes le había lanzado miradas furiosas y palabras frías.
Valentina, por su parte, estaba completamente presa del terror, con la mirada fija en la ventanilla, incapaz de concentrarse en nada más que en la inestabilidad del avión. No se dio cuenta del cambio en la respiración de Bruno, ni del hecho de que él la sujetaba más firmemente de lo necesario, como si intentara protegerla de algo más que el simple vaivén del vuelo.
—Tranquila —murmuró él en un intento de calmarla, aunque en realidad era a sí mismo a quien intentaba controlar. El aroma de su cabello, que rozaba su rostro cada vez que ella se movía, le despertaba deseos que creía apagados.
Valentina soltó un leve gemido, incapaz de formular palabras, su mente totalmente enfocada en el miedo que le producía la turbulencia. Bruno, aún consciente de la situación crítica que enfrentaban, no pudo evitar que su mente divagara. ¿Cómo era posible que aquella mujer, con quien apenas había intercambiado palabras hostiles momentos antes, lograra desarmarlo de esa manera? ¿Cómo había llegado a sentirse tan vivo, tan vulnerable, con solo tenerla entre sus brazos?
Los segundos parecían estirarse. Bruno sintió una presión en el pecho, no solo por el estrés del vuelo, sino por la inesperada sensación de deseo que lo atravesaba. Desde que su esposa había fallecido, nunca había permitido que una mujer rompiera esa barrera emocional que había construido. Sin embargo, ahí estaba Valentina, sin siquiera intentarlo, despertando en él emociones que habían estado dormidas por tanto tiempo.
El avión seguía sacudiéndose, pero por un instante, solo existían ellos dos, compartiendo ese pequeño y caótico espacio. El peso de ella contra su pecho, el calor de su cuerpo, el olor que lo envolvía, todo eso lo hacía sentir... vivo. Una chispa de algo más que simple atracción comenzó a surgir, aunque él no supiera cómo interpretarlo. Sentía una mezcla de emoción y confusión, una que le revolvía las entrañas.
Finalmente, Valentina lo miró, aún con los ojos llenos de miedo, pero en esa mirada, Bruno pudo ver algo más, una vulnerabilidad que le hizo sentir una profunda conexión, aunque efímera, con ella. Aún abrazándola, sintió un impulso de besarla, pero se contuvo. Ese no era el momento ni el lugar. Sin embargo, no pudo evitar que su corazón latiera con fuerza, traicionando la calma que intentaba mantener.
—Estamos bien —dijo él, más para sí mismo que para Valentina, como si esas palabras pudieran controlar los sentimientos que se arremolinaban dentro de él, mucho más poderosos que la turbulencia que sacudía el avión.
Valentina, sin saberlo, había roto una barrera en Bruno, y aunque él no supiera qué hacer con eso, una cosa estaba clara: este vuelo, con todas sus sacudidas y tensiones, había cambiado algo dentro de él. Y, por primera vez en años, se permitió aceptar que quizá no estaba tan solo en el mundo como pensaba.
La turbulencia finalmente comenzó a disminuir. El avión, que hasta hacía unos minutos había sido sacudido con fuerza, ahora se estabilizaba lentamente. El ambiente tenso dentro de la cabina se suavizaba, y el murmullo de los pasajeros reemplazaba el silencio tenso que había dominado antes.
Valentina, todavía con los ojos cerrados, sintió que el temblor se detenía. Lentamente, fue tomando conciencia de su entorno y de lo que estaba sucediendo. Se dio cuenta de que seguía aferrada a Bruno, su cuerpo completamente pegado al suyo, sus manos descansando en su pecho. Un repentino calor subió a su rostro cuando, al abrir los ojos, vio la cercanía entre ellos y se apartó rápidamente, aún temblando de los nervios, pero más por la vergüenza que por el miedo.
—Lo siento mucho… —balbuceó Valentina, recomponiéndose y acomodándose en su asiento de manera apresurada, apartando la mirada de Bruno.
Él la observó con una sonrisa suave y comprensiva, una que no tenía ni rastro de burla o reproche. Había algo en su mirada que la hacía sentir aún más incómoda, como si él hubiera visto más allá de su fachada y no solo hubiera presenciado su vulnerabilidad, sino que la hubiera aceptado con agrado.