IAN
Me observé en el espejo, mi camisa negra se ajustaba perfectamente a mi pecho y bíceps. El pantalón gris oscuro me devolvía el porte que había perdido tras semanas vagando por la calle de la amargura. Rocié un poco de loción en mi cuello y muñecas.
El olor favorito de las chicas cuando salía.
Frente al espejo, acomodé un par de mechones que se salían de su lugar. Con un poco de fijador, todo quedó bien.
Froté mis manos, tomé mi teléfono y guardé la cartera en el bolsillo trasero de mi pantalón antes de salir del departamento. Cuando cerré la puerta, me di cuenta. Estaba silbando.
Sonreí, al notarlo, había olvidado hacia cuanto que no me encontraba entusiasmado por algo, pero después de recibir la llamada de Nate obligándome a ir a un evento social, me ayudó. Mis angustias quedaron en segundo plano en cuanto tuve algo para hacer. Cómo ducharme de manera correcta, buscar prendas que me quedaran bien y rasurarme, me despejó un poco del dolor de la ausencia de Henry, y la decepción que me abrumaba por el abandono de Zazil.
No la había visto, a pesar de que antes nos solíamos encontrar varias veces en el edificio, es como si de pronto hubiese desaparecido, o tal vez todo se debía a que yo no salía como antes. Mi departamento era mi refugio en estos momentos difíciles, aunque a veces se sentía como una cárcel.
Cuando llegué a la mansión de los Daurella, había cientos de autos frente a las escaleras principales. Los altos pinos de la propiedad le daban al lugar ese aspecto elegante y millonario. Nada diferente a la mansión de mis padres, de Henry o la que le regaló el tío James a la tía Margaret.
Bajé del Aston Martin cuando estuve justo frente a la entrada, le arrojé las llaves al hombre del valet parking y me dirigí al interior del evento mientras ajustaba la cadena de oro que se mostraba en la piel expuesta justo debajo de mi clavícula.
—¿Ian? —Sin levantar el rostro, mis ojos se abrieron al escuchar la voz chillante de Felicia, que no es físicamente fea como su nombre, pero sí un dolor de huesos.
—No —dije pasando de largo todavía viendo al piso—, no soy Ian, me confundes, no conozco a ningún Ian.
—Sí, si lo eres, deja de jugar… —Rio al tiempo que yo tomaba la espalda de una mesera para girarla y entorpeciera el camino de Felicia.
Cuando logré salir de ese bache, suspiré de alivio.
Encontré una esquina solitaria, me quedé ahí y le robé a uno de los meseros una copa de champán, le di un ligero sorbo a la copa al tiempo que mis ojos buscaban a mi primo. Sin embargo, mi mirada se desvió más veces de las que aceptaría.
Primero mi ceño se arrugó al ver a tanto jovencito en el lugar, las risas eran exageradas, había pequeños corriendo por ahí, lo cual, me causó un poco de alergia.
Los niños eran molestos, olorosos y berrinchudos.
Había pocos chicos que me caían bien, esos eran los hijastros de Nate, mi primo, y solo porque ya eran mayores, además de que me dejaban ganar en los videojuegos.
Decidí ignorar los gritos molestos, y me concentré en algo que sí me gustaba y me mantenía contento. Había muchas mujeres hermosas esta noche, incluso reconocí a algunas y levanté la copa para un par de ellas a lo lejos, lo cual, las hizo sonrojarse.
Ian Leclerc estaba de vuelta.
Me acerqué a un pequeño grupo de mujeres golpeando intencionalmente con el hombro a una de ellas.
—¡Lo siento mucho! —la tomé del antebrazo para disculparme, logrando que la mujer se sonrojara.
—No te preocupes, estoy bien —me aseguró con una sonrisa—, ¿tú estás bien?
—¿Tú qué opinas? —le pregunté extendiendo los brazos y su mirada me recorrió por completo.
—Perfecto. —Susurró con un aire coqueto.
Me inmiscuí en su grupo, sus amigas y la chica reían de mis bromas tontas, incluso yo reí, lo cual, me relajó un tanto, pero en cuanto la chica, de la cual no recordaba el nombre, dijo que estaba harta de que todos buscaran relaciones causales, fue mi momento de huir.
Era justo lo que yo quería, no estaba listo para algo serio, incluso, me tomaría quizás un buen tiempo superar lo de Zazil.
—Lo siento —me disculpé—, tengo que ir al baño. —Comencé a caminar hacia atrás.
—Pero si el baño está del otro lado. —Me señaló el pasillo contrario.
—Sí, es que primero voy por otra bebida, me la tomo y así desecho todo. —No me quedé a ver sus rostros ante mi tonta excusa, más bien corrí de ahí y entonces, por fin, me encontré a Nate.
—¿Por qué esto parece fiesta infantil? —Le pregunté a Nate a modo de saludo.
—¿A qué hora llegaste? —cuestionó un tanto sorprendido.
—Hace no mucho, solo que estaba charlando con un par de mujeres. Ninguna a la cual pueda llevar a casa sin que quiera que la llame al siguiente día. —Alcé mis hombros y solté un suspiro agotado.
—Dijo Ariadna que te presentaría a una de sus amigas —mis cejas se alzaron y entusiasta le di otro sorbo a mi bebida—, creo que tiene un par que les gustan las cosas casuales.
—¿Y no va a odiarme si les rompo el corazón o algo? —Ariadna no me caía mal, era todo lo contrario a la insoportable de Martha.
El loquito de la familia hasta suerte tenía con las mujeres.
—No quiere emparentarte con las que buscan algo serio —fingí ofenderme—, así que no.
— Tu mujer es una de las cinco que me caen bien, que no son mi madre y mi abuela.
—Hablando de mi mujer… —Sus ojos barrieron con el lugar, tratando de encontrar a Ariadna. Mi primo no podía estar lejos de esa mujer por cinco minutos sin ponerse ansioso.
—Creo que la vi hablando con un tipo en la barra de postres. —Dije para molestarlo, dibujé una sonrisa al ver cómo la buscaba desesperadamente, sin embargo, mi sonrisa se borró cuando mi mente me jugó de mala manera.
¿Zazil aquí?
No, debía de estar alucinando.
Me acerqué con sigilo hacia ella, pero no fui en su dirección. De nuevo me detuve en una esquina y bajé el rostro sin perderle el rastro.