MAYA
—Disculpa el desorden —dije mientras quitaba del camino algunos botes de pintura y uno de mis tantos recipientes de pinceles.
El orden nunca ha sido uno de mis puntos fuertes.
Mucho menos ahora, que trabajaba en el pedido más grande de cuadros que había tenido nunca.
Me quedaba poco tiempo para entregar los cuadros.
—No importa —me dijo el tipo con aspecto de vendedor fraudulento. Sí, de esos que visten ropa elegante, la camisa medio abierta y la cadena colgando sobre el vello del pecho. Nunca imaginé al hermano de mi niñera con esta imagen—, está bien. —Sus ojos recorrieron todo el lugar con suma atención.
—Siéntate en el sofá. —Le señalé mi sillón, el cual, estaba atiborrado con lienzos en blanco—. O en lo que queda de él. —Me disculpé.
—Así que eres pintora, ¿eh? —cuestionó con una mueca al estirar su pierna.
—¿No te lo dijo Angie? —comencé a ordenar un poco sin dejar de hablar— Sí, pinto, mi especialidad son los retratos. Creí que tú eras cantante —le eché un vistazo—, ¿al menos que pertenezcas a un trío? ¿Qué tocas? —Lo dejé con la boca abierta, no le di tiempo de responder— ¡Luca, el botiquín! —Le grité a mi pequeño hijo— ¡El hermano de Angie lo necesita! ¿Cuál es tu nombre? —me dirigí al desconocido al mismo tiempo que rascaba mi cabeza con la punta de un pincel—. Angie me lo dijo, pero soy muy olvidadiza. —Me disculpé.
—Ian, pero…
—¡Se llama Ian! —le grité a Luca al tiempo que pensaba en que dicho nombre no me era familiar. Quizás Ian era el que le gustaba a él.
Una vez que no había tanto desorden a la vista, me acerqué a Ian y pasé los dedos por su cabello, arrugué la nariz al ver tanto césped, tierra y hojas.
—¿Te duele mucho? —le pregunté.
—No, pero antes de…
—Aquí está el botiquín, mamá —apareció mi pequeño hijo con la caja—. ¿Necesitas algo más? —Asentí.
—Sí, que le des una sincera disculpa a Ian —mi hijo refunfuñó—, tengo que creerla yo, no él —le advertí mientras abría la caja—, no quiero malas caras, no quiero viscos y la voz debe ser clara.
Mientras yo sacudía el cabello de Ian, Luca se puso frente al hermano de Angie. Casi reí al verlo quitarse la máscara y me enternecí al ver sus hermosos ojos verdes.
—Lo siento mucho, señor Ian —dijo con dulzura y un puchero en el rostro al tiempo que jugaba con sus pequeñas manos—, lamento haberlo lastimado, pero no me gustan las niñeras ni los niñeros, me puedo cuidar solo.
—Estoy seguro de eso, campeón —Ian extendió su mano y sacudió el cabello rizado de mi pequeño. Luca hizo una mueca, pero con un gesto le pedí que no hiciera un escándalo—. A mí tampoco me gusta que me traten como a un bebé.
—Como ofrenda de disculpa —le ofreció su capa de Superman, la que menos le gustaba—, le presto mi preciada capa, venía en un regalo para padre e hijo, pero no tengo padre, así que puedes tomarla en lo que te vas. —Pasé una mano por mi rostro después de añadirle pomada en el chichón que Ian tenía en la cabeza.
—¡Vaya, muchas gracias! —Ian tomó la capa, se la puso en la espalda y la anudó en su clavícula.
—¿Está bien si te pongo una venda? —le cuestioné a Ian.
—Ay, mamá, mejor que se vaya a descansar a su casa, le va a ayudar más. —Ian soltó una risa, contrario a mí, que regañé a mi hijo con una mirada—. Lo digo por su bien —fingió preocupación—. Los médicos siempre recetan reposo.
—Ponte a levantar tus juegues, Luca —le ordené—, guarda todo en las cajas que corresponde.
—¿Cuántos años tiene Luca? —me preguntó Ian cuando me senté frente a él para revisar su tobillo.
—Cuatro años —solté un suspiro al tiempo que tomaba el pie de Ian, este se asustó e intentó quitarlo—. Déjame revisarlo, la cuerda pudo dañarte. Si te preocupa que los pies te huelan, no respiraré. —Le dije para tranquilizarlo, por alguna extraña razón, eso pareció escandalizarlo más.
—Todo yo, huelo a Dolce Gabbana. —Se sacó el zapato con ayuda del otro y me dejó su pie sobre mi rodilla.
—Prefiero no averiguarlo. —Hablé sin exhalar.
Bajé el calcetín de Ian, el tobillo se veía bastante bien.
—Luca parece algo adelantado para su edad. —Comentó él mientras yo pasaba mis dedos por su piel clara y hubo un quejido.
—No parece, lo es. Es muy inteligente —confesé al tiempo que tomé más crema que contenía medicamento y se la apliqué con delicadeza—. Está en el grupo de superdotados.
—Ahora entiendo todo. Eso se siente bien. —Dijo relajándose en la silla cuando intensifiqué el masaje en la zona hinchada de la pierna.
—He tenido que aprender a ser delicada —expliqué—. Luca es un tanto sensible al tacto.
Le vendé el tobillo y me puse de pie mientras sacudía mis manos.
—Estarás bien en un par de horas, pero si quieres una segunda opción, lo entiendo, solo envíame con Angie el recibo médico para pagarte.
—No es necesario, no necesito ir al médico. —dijo mientras se ponía de pie.
—Eso es genial, porque me encantaría ir al jardín a terminar con mi cuadro. —Expresé con alivio y una sonrisa—. Llamaré a Luca para que… —El sonido de mi teléfono interrumpió mis palabras.
Comencé a buscar mi celular, sonaba en alguna parte del salón.
—¡Emergencia amarilla! —grité, lo cual, provocó que Luca comenzara a correr en busca del teléfono. Él de un lado, yo de otro.
—¡No está en los juguetes! —anunció.
—¡No está en el escritorio! —respondí.
—¡No está en el bote de pinturas! —maldije en un siseo que fuera ineludible, mientras que Ian nos observaba como si estuviésemos locos.
—¿Es este? —preguntó y me giré a verlo al tiempo que sacaba mi teléfono del borde del sofá.
—¡Rayos! —se quejó Luca al mismo tiempo que yo respondía la llamada.
—¿Sí? —Contesté y pedí silencio poniendo mi dedo índice en los labios.
—¿Maya? —preguntó una voz masculina al otro lado de la línea.
—¿Quién la busca? —pregunté con seriedad.