En el momento en que terminé el informe que mi padre necesitaba, envié el archivo a su correo; en ese momento, recibí la notificación de un correo entrante.
Seleccioné el mensaje recibido y una invitación llenó mi pantalla, con una canción ridículamente cursi de fondo.
—Lo invitamos —comencé a leer—, a la ceremonia de matrimonio entre Lord Gabriel Grimaldi de Mónaco y la señorita Zazil Moguer. —Palomas salieron del vídeo y mi rostro dibujó una mueca ante tal asquerosidad—. Favor de confirmar asistencia. —Había un enlace al cual debáis seleccionar para confirmar que irías al evento.
Intenté sentirme triste, incluso forzar una lágrima, pero no. No dolía el corazón, dolía el orgullo.
No extrañaba a Zazil; extrañaba la comodidad de no estar solo. Lo único que de verdad sentía era rabia… y unas ganas desmedidas de venganza.
Incluso, una parte de mí se sintió aliviado de no casarse con Zazil si esos eran sus gustos, muy baratos, por cierto.
Necesitaba convencer a mi compañera para la boda lo antes posible, o más bien a su hijo.
Me puse de pie y apresurado, salí de mi oficina.
—Ya me retiro, Nashla —me despedí de mi secretaria.
—Supongo que no regresa, ¿cierto? —expresó con una mirada acusatoria.
—¿Cómo es que puedes ser tan intuitiva? —Respondí y me quedé observando a la mujer con atención, entonces, una sonrisa se dibujó en mis labios—. ¿Tienes hijos, verdad? —Sonó a pregunta, pero era una afirmación.
—Sí —asintió mientras se acomodaba el puente de sus gafas—. Tengo dos, uno de…
—Ven, acompáñame. —Le ordené al tiempo que tomaba la mano de mi secretaria, obligándola a ponerse de pie. Logró tomar su bolso mientras que con sus altos tacones trataba de seguirme los pasos.
Subimos a mi coche, el día era bueno, así que abrí el capote, provocando que Nashla se acomodara los cabellos que se le salían de la cola de caballo cada dos segundos.
—¿Cuál es la mejor juguetería? —le pregunté.
—En el centro está Toy’s+, ahí compro los regalos de cumpleaños y navideños.
—Perfecto. —Me acomodé las gafas de sol y metí más el pie en el acelerador.
Pronto llegamos a la juguetería, me quedé de pie en la entrada y mi asistente a mi lado.
—¿Qué estamos buscando, señor? —me preguntó.
—Regalos para niños de cuatro años que les gustan los superhéroes.
—¿Cuántos niños? —siguió interrogándome.
—Como un ejército. —Respondí sin pensarlo.
—Entonces tenemos mucho trabajo. —Sacó las gafas de su bolso y se las puso.
—Elige lo que quieras para tus hijos. —Añadí mientras yo tomaba un carrito de compras, Nashla otro, ella asintió para después separar nuestros caminos y terminar antes.
Últimamente hacía mucho calor, así elegí una pequeña piscina. Los niños las amaban, ¿no es cierto?
Cuando llegué a la sección de coches, elegí uno de Batman a control remoto. No pude resistirme al ver los drones en el siguiente pasillo, así que compré cuatro: uno para Luca, dos para mis sobrinos Nil y Zac y uno más, para mí.
Pasé casi sin ver los pasillos de juguetes de bebés, solo escuchar las canciones de cuna me daba roña.
Mis ojos se abrieron en el momento en que di con un pasillo dedicado a los personajes de DC; ahí encontré a Nashla que tenía su propio carrito lleno de juguetes, pero más de la mitad eran para bebés o niños más grandes.
No quise decirle nada, se veía sumamente entusiasmada.
—¿Cuál era su presupuesto, señor? —me preguntó mientras sostenía un par de figuras de acción en las manos.
—Los presupuestos son para los pobres, Nashla. Me ofende que preguntes eso —exclamé al tiempo que caminaba a una de las vitrinas al extremo del pasillo.
Ella no respondió. Solo me lanzó esa mirada que suelen dar las madres cuando ya no tienen energías para regañarte, pero tampoco quieren dejarte sin tu merecido.
El vitral estaba cerrado bajo llave, así que le pedí a Nashla el favor de ir en busca de un empleado en tanto yo cuidaba las compras.
—¿Qué es lo que desea? —me preguntó la mujer con uniforme de la tienda.
—El traje de Batman —lo señalé—, en talla 5. —Luca era un tanto alto, no quería que le quedase pequeño.
—Claro, pero primero le daré el precio para no sacarlo en vano. —Alcé una de mis cejas—. El costo del traje es de…
—No me importa —la interrumpí—, dije que me lo llevo, junto con esos dos carros —señalé las compras—, todo envuelto para regalo. —Añadí.
—¡Oh! —a la mujer se le iluminó el rostro— Como usted ordene, señor…
—Leclerc. —Me dio una gran sonrisa antes de llevarse las compras.
—Acompáñala. —Le entregué mi tarjeta de banco a Nashla, para que separes lo que compraste a tus hijos.
—Como ordene, señor y… Gracias. —Simplemente asentí.
Nashla era una buena empleada, y a las madres siempre les gustaba comprar cosas para sus hijos. Recuerdo que mi madre nunca se iba de compras sin traerme aunque fuese un detalle pequeño.
Todos los obsequios apenas y cabían en mi maletero, y todos los otros que no me parecían aptos para Luca, pedí que los mandaran a nombre del banco a una casa hogar.
Llevé a Nashla a su casa, dándole la tarde libre. Después me dirigí a la casa de Maya, aún no llegaba a su casa. Cuando la vi, la hermana de mi exnovia, estaba caminando de un lado a otro con un teléfono en su mano, parecía estar gritándole a alguien mientras unos papeles bailaban en su mano contraria. Aparqué frente a su casa, su rostro se iluminó, pero al darse cuenta de que era yo, comenzó a llorar.
Apresurado, bajé del coche sin apagar el auto.
—¿Estás bien? —le pregunté cuando quedé frente a Maya.
—Ahorita no estoy para tus est… Estupendas bromas.
—¿Pasa algo? —Sus dedos temblaban al igual que su labio inferior, las lágrimas le brotaban de los ojos una tras otra. Parecía sumamente agotada.
—Yo sí —titubeó—, pero Luca no, desde ayer está mal —dijo con la voz entrecortada—. Lo llevé al hospital, pero dijeron que la fiebre se le pasaría con un baño; sin embargo, se puso peor. ¡Y los mágicos taxis no responden! ¡Los coches de aplicaciones no están cerca y ya no sé…! —entonces, alzó el rostro y me vio como si fuese un reglo.