Ian
La noche envolvía la habitación en un silencio reconfortante. Luca dormía profundamente, el rostro relajado después de su última dosis de medicamento. A su lado, Maya luchaba contra el sueño con un bostezo, luciendo agotada pero hermosa.
—Es tarde —Maya dijo mientras cubría su boca y apretaba los ojos—, deberías de irte, puede ser peligroso.
Omití una risa tras sus palabras; si supiera que hace no mucho esta era la hora en la que comenzaba a arreglarme para una buena y divertida noche.
—Supongo que tienes razón —me quité los zapatos y me senté en el sofá libre que había pegado a la pared—. Lo mejor es que me quede, no vaya a ser que me pase algo y vivas con la culpa.
—Pero… —Sus hermosos ojos verdes parecían aturdidos.
—No quiero imaginar tu sorpresa al ver en las noticias que un hombre guapo —la interrumpí al tiempo que abría unos botones más de mi camisa— al salir de este hospital fue atacado por un perro —abrí la lengüeta de mi cinturón para estar más cómodo, después me acosté— y quedó paralítico tras sufrir la mordida del enorme animal.
—Solo por esta vez —Maya volvió a bostezar—, dejaré que te salgas con la tuya, estoy demasiado cansada para discutir.
La madre de Luca subió sus pies al sofá individual en el que estaba, sujetó la mano de su pequeño y cerró los ojos.
Mis manos se apoyaron en mi nuca y me quedé viendo hacia ellos.
Pocas escenas a lo largo de mi vida me habían cautivado, esta era una de ellas: ver un amor tan puro y resistente. Luca podría ser un grano entre los dedos, pero era por una buena causa: proteger a su madre.
Lo mismo que Maya para Luca, el temor que la da, la manera en que pierde la cordura solo de pensar que algo le puede pasar, que quizás lo pierda era tan conmovedor.
Me puse de pie, busqué dentro de los muebles que había en la habitación y logré dar con una manta, la tomé y con ella cubrí a Maya, quien sin darse cuenta, se acurrucó más ante el calor de la tela, me descubrí sonriéndole como un tonto, tosí para confirmar que nadie me estaba viendo y regresé a mi sitio.
Convencería a Maya de acompañarme, iríamos a la boda y desaparecería de sus vidas para siempre, no podía estarme encariñando… Aunque ya lo había hecho y eso me asustaba.
Decidí dejar de pensar en eso, y dejar que el sueño y el cansancio me vencieran.
La molestia en mis ojos fue lo que me despertó.
—¡Ups! —escuché una voz femenina— Creo que desperté a tu papi.
—¿Mi papi? —se burló Luca— Eso quisiera él.
—Veo que estás mucho mejor —dije abriendo los ojos e incorporándome—, Luca. Buenos días. —Saludé a la enfermera.
—Buenos días —la mujer me dedicó una sonrisa—, señor Leclerc.
—¿No deberías estar trabajando o lo que sea que los de tu edad hacen para conseguir dinero? —Me cuestionó Luca un momento después de tomarse de un trago el jarabe que la enfermera le dio.
—Mis bisabuelos, mis abuelos y mis padres han trabajado muy duro para que yo pueda disfrutar de sus esfuerzos —bromeé—, así que no es necesario que yo me mate en una oficina.
—¿Entonces si no tengo papá ni abuelos, me toca trabajar más que tú? —palidecí ante la pregunta, quise morderme la lengua.
—No es necesario —me alcé de hombros en un gesto despreocupado—, no tienes un padre, ni yo tengo un hijo, puedo compartir contigo mi dinero.
—Entonces deberías irte a trabajar —concluyó—, no quiero que te lo termines antes de que me lo des. —Reí ante sus palabras, la enfermera también.
—¿Luca? —Maya despertó de golpe y se veía preciosa; sus rizos estaban hechos un lío en lo alto de su cabeza, su ropa un tanto desordenada y la línea de baba seca en la esquina de su boca le daba el toque especial— ¿Luca estás bien? —preguntó aún adormilada e incorporándose.
—Mamá, ya pasa de mediodía —le riñó Luca—, pude haber muerto y tú seguir dormida.
—¡¿Qué?! —preguntó Maya asustada, pasando las manos por su cabello, intentando vanamente arreglar sus rizos.
—Estoy bromeando. —Confesó Luca entre risas contagiosas.
—Eso significa que estás mucho mejor —se puso Maya de pie, besó la frente de su pequeño y saludó a la enfermera.
—Son una familia divertida. —La mujer de blanco nos halagó—. El niño es una copia suya. —Dijo con una sonrisa.
—Lo sé. —Exclamé con una extraña sensación de orgullo, ignorando el carraspeo de Maya y la mala cara de Luca.
—No soy tan feo. —Exclamó el pequeño que no me daba tregua.
Cuando realmente era mediodía, el médico firmó el alta de Luca, quien ya me había echado más de cinco veces. No cedí ante ninguna.
—No me iré —dije por quinta vez—, los llevaré a su casa. —Le advertí al hijo de Maya.
—Me han dicho que la cuenta ha sido cubierta. —En ese momento, la madre de Luca apareció en la habitación—. ¿Podrías explicármelo, Ian?
—Yo te lo puedo explicar, mamá. —Dijo muy seguro el niño que permanecía en la camilla; su madre lo miró, esperando su discurso—. Ian es muy rico, tiene tanto dinero gracias a sus abuelos, que lo quiere compartir conmigo.
—¡Justo eso! —me excusé— Se lo prometí a Luca esta mañana.
—¿Entonces por qué está cubierto desde ayer? —me preguntó ella en un susurro.
—¿Estamos listos para irnos? —pregunté con un aplauso.
—Ya has compartido mucho, quitarte gasolina sería abusar —exclamó Luca—. Podemos tomar un taxi, ¿no es cierto, mami? —Maya lo miró con ojos entrecerrados.
—Ian —me nombró Maya—, ¿podrías darme un minuto con mi hijo?
—Por supuesto —me di la media vuelta para dirigirme a la puerta—, iré a acercar el coche.
Salí de la habitación, pero no la cerré por completo y pegué mi oído al umbral para escuchar.
—¿Pasó algo malo mientras fui a pagar? —le cuestionó Maya a Luca— ¿Te hizo algo? —Parecía aterrada y mi corazón se quebró un poco aunque entendía la desconfianza.
Sentí un nudo en el estómago. No la culpaba. Pero dolía que aún me viera como una posible amenaza para su hijo.