Un Dulce Engaño

10. ¿QUIERES GUERRA? GUERRA TENDRÁS

MAYA

Después de despedir a Ian, cerré la puerta y sobre ella dejé apoyada la espalda y mis manos, bajé la mirada y vi la manera en que mi pecho se desinflaba, entonces me erguí de golpe, como si el suspiro hubiera sido una alarma. Toqué mis labios, todavía cálidos por una sonrisa que no sabía que estaba allí. Y eso me asustó más que cualquier otra cosa.

—¡No, no, no!

Tenía que recordar que Ian era el exnovio de mi hermana, que él estaba aquí solo para vengarse de ella, no por mí, nunca por mí, ni él, ni nadie.

Apoyé una de mis manos en mi cuello y pasé saliva, me recuperé de inmediato del lapsus brutus que tuve, y seguí mi camino hacia las escaleras.

Una vez que estuve en la segunda planta, entré a la habitación de Luca quien me esperaba listo para darse una ducha.

—Tengo mucho sueño —confesó en medio de un bostezo—, mami.

—Hoy sí te cansaste, eh. —Lo tomé en brazos, Luca se aferró a mi cuello, dejó caer su cabecita en mi hombro y así lo llevé hasta la ducha.

Me sorprendió que esta vez no quiso jugar en el agua. Mi hijo solía sentarse por unos minutos mientras se divertía con algunos juguetes para la ducha.

Estuvo listo y oliendo a nuevo después de un baño de diez minutos, lo alcé y vestí acostado, lo metí a la cama y lo arropé.

Estaba acostumbrada a una larga rutina con Luca, su energía nunca solía agotarse, pero imagino que el hecho de que Ian le siguiera en todas sus locuras, ayudó bastante.

Angie era muy buena niñera, pero le daba más actividades escritas que de movilidad, lo cual, era entendible.

Una vez que salí de la habitación de mi pequeño después de apagar la luz, bajé de nuevo. Comencé a ordenar un poco la casa y cuando esta no tenía pinta de haber sido destruida por una bomba de pintura, me fui a la cocina en donde me preparé un té. Una vez con la taza caliente en mi mano, me senté frente al comedor. Le di sorbo a mi infusión, para entonces desbloquear mi teléfono y llamar a mi agente.

—Pietro —saludé a mi agente—, ¿estás libre? —pregunté antes de continuar.

—Claro, cariño, dime ¿qué sucede? —sonaba distraído, como siempre.

—Solo llamaba para informarte que terminé con los treinta cuadros que me solicitaste.

—¡No! —soltó de pronto— ¡Dime que no es verdad! —La tranquilidad que había tenido hacía apenas unos minutos, se vio apañada por las palabras de Pietro.

—¿Por qué sería una broma decirte que he terminado con un trabajo que me solicitaste? —reí de manera incómoda.

—Creí que aún no tenías suficientemente avanzado ese asunto —el suspiro frustrado que oí no era una buena señal—. Te llamé para decirte que no siguieras con eso, pero tu niño estaba en el hospital, no quise darte más problemas.

—Pero…

—Lo sé, lo sé —podía escuchar su voz avergonzada y lastimera—, sin embargo, sabes cómo es esto, te daré un poco más del porcentaje del anticipo para que puedas recuperar lo invertido —a ese punto, su voz ya se escuchaba lejana, yo había soltado el teléfono para poder empuñar mi cabello a causa de la frustración—. No pude hacer nada para convencer a la clienta.

—Pietro —dije con la voz ronca—, contaba tanto con ese dinero. —Me quejé sin poder detener las lágrimas—. Di todo en esos treinta cuadros. —La opresión en mi pecho me estaba dificultando respirar.

—Lo sé, cielo, y de verdad, no sabes cuánto lo lamento, pero te prometo que haré más promoción para que puedas reponerlo pronto, lo prometo preciosa. —Yo sabía que no mentía; sin embargo, tampoco era ningún consuelo.

—¿Podría pasar mañana por el dinero que me has dicho antes? —Mi voz temblaba ante la rabia, me sentía como una limosnera y lo odiaba, realmente lo odiaba.

—¡Por supuesto! Mañana te espero aquí, te daré un poco más de adelanto. —El labio me tembló ante la impotencia de no poder decir que no.

—Te lo agradezco mucho. —Me costó mucho decir aquellas palabras.

—Y no te preocupes —añadió—, no me importa que se le haya terminado el presupuesto de su boda, esa tal Zazil está fuera de la lista de clientes.

—Perdona —sacudí la cabeza—, ¿quién? —Empuñé mi mano, ejercí más fuerza en el agarre del teléfono. La—. Creo que no escuché bien.

—Zazil Grimaldi —soltó—, me la recomendaron mucho, la mujer dijo que quería los cuadros para decorar su nuevo hogar, pero hace un par de días habló para decir que…

La voz de Pietro se convirtió en un sonido sordo, lo único que podía escuchar era el nombre de Zazil, la risa de Zazil, la burla de mi hermana.

—Por favor —mi voz salió endurecida—, no vuelvas a darme ningún trabajo de ella, o de alguien cercano a ella.

—¿La conoces? —preguntó Pietro preocupado.

—No, y no quiero hacerlo.

Un tiempo creí conocerla, hasta que me demostró que no lo hacía, ni un poco, a pesar de que era mi hermana menor, a pesar de que creí con ella, a pesar de compartir la misma sangre.

Me puse de pie, desesperada, ansiosa y furiosa. Comencé a caminar de un lado a otro.

Sabía que lo había hecho a propósito, como un recordatorio. Era su manera de comunicarme que nunca me iba a dejar en paz por mucho tiempo.

Saqué la bandera blanca antes de desaparecer de su vida, pero tal parecía, eso no le bastaba.

Zazil estaba en una guerra conmigo, una batalla de la cual yo no estaba enterada, y de la que por supuesto, no quedé victoriosa.

Siempre solían decir que las hermanas mayores se sentían celosas de los hermanos más pequeños; no obstante, nunca sentí que fuera mi caso. Amé a Zazil desde que tengo memoria.

Compartimos ropa, juguetes, juegos y absolutamente todo el día. Yo solo soy mayor por dos años, así que durante mucho tiempo la vi como mi mejor amiga, mi confidente.

Sin saber, que era mi mayor enemiga, que cada error que cometía se lo contaba a mi madre, siempre pensé que me acusaba por inocencia, no pude seguir pensando aquello cuando crecimos.




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