MAYA
Mi mañana había sido bastante agitada. Ian se había quedado a dormir en casa, tomó el sofá del salón y muy a pesar lo desperté a primera hora para que al despertar, Luca no lo viera y le causara alguna confusión.
El exnovio de mi hermana se mostró comprensivo, supuse que había descansado lo suficiente, ya que se levantó de buen ánimo, incluso compartimos un rápido desayuno antes de que se fuera.
Luego desperté a Luca, lo preparé para el colegio y lo llevé a clases, sin embargo, en vez de regresar a casa, me dirigí a la galería, en donde había un soplo de esperanza en no perder toda mi venta.
Ian conocía a algunos coleccionistas de arte, y aunque no tenía la idea de vender todo, con deshacerme de cinco, sería perfecto.
—¿Cómo dices que se llaman esos hombres que conoce tu amigo? —me preguntó Pietro mientras revisaba sus carpetas de clientes.
—Cameron, James y Henry, creo —dije al tiempo que acomodaba mis cuadros en una hilera sobre sus caballetes—, no sé más.
—Hay más de tres con esos nombres en la lista, pero no recuerdo a ninguno, solo espero que de verdad vengan.
—Yo también. —Expresé tras un suspiro.
La galería de Pietro no era la más elegante, ni mucho menos la más costosa, ya que él apostaba por artistas no tan reconocidos y su clientela eran personas en busca de un arte más accesible, por lo cual, Pietro fichaba artistas como yo; talentosa, sí, pero desconocida.
Más de uno de sus talentos había despegado y alcanzado la fama, y aunque yo trataba de convencerme de que eso, a mí realmente no me importaba, sabía que muy en el fondo, anhelaba un poco de reconocimiento y popularidad.
Era lo que la mayoría de los artistas buscábamos, el darnos a conocer, que nuestro arte traspase fronteras.
Tuve una gran oportunidad una vez: me ofrecieron ser parte del catálogo de una gran galería en Francia. Acepté, sin embargo, nunca pude viajar.
Luca había enfermado y mi prioridad era él y que mejorara.
Quería el éxito, el dinero y el reconocimiento, pero no lo quería tanto como quería a mi hijo.
Después de acomodar los cuadros durante una hora además de caminar de un lado hacia otro, el sensor de la entrada anunció que la puerta había sido abierta.
Perdí el aliento cuando Ian, vestido en traje de tres piezas cruzó la puerta. Se veía fresco y guapísimo, detrás de él entraron otros tres hombres, que aunque vestían también formalmente, no irradiaban el porte que mi aliado sí.
—Maya. —Los ojos de Ian me recorrieron de arriba abajo, una sonrisa se posó en sus labios cuando su mirada llegó al final de mi vestido largo, cómodo y florido—. Te ves hermosa. —Susurró en mi oído mientras me abrazaba para saludarme.
—Muchas gracias. —Dije en un susurro al tiempo que sentía mis mejillas sonrojarse.
—Mira —se separó de mí con un suspiro, sin embargo, se posó a mi lado y su mano se apoyó en mi espalda—. Te presento a los famosos coleccionistas —frente a mí, había tres hombres de mediana estatura, vestidos de traje, aunque un tanto desaliñados. Incluso, la corbata de uno me parecía que la había visto en algún lado—. Ellos son Cameron —un chico pelirrojo que me extendió su mano y se la recibí con un ligero apretón —, James —un moreno tímido al que saludé de la misma manera que al anterior—, y Henry —un rubio de gafas que me dio la mano y también me guiñó un ojo.
¿O era un tic?
—Las obras están de este lado —nos interrumpió Pietro—, si gustan los puedo guiar. —Mi jefe se llevó a los coleccionistas, dejándonos a Ian y a mí al fondo, siguiendo sus pasos.
—¿Crees que quieran mis pinturas? —le pregunté un tanto insegura.
—Por supuesto, son geniales, de verdad, son una obra de arte y si no lo ven, los despediré.
—¿Cómo? —pregunté confundida.
—De mi lista de amigos —aclaró con una sonrisa—, si no pueden reconocer el verdadero arte, no los quiero. —Me reí ante su broma.
Cuando llegamos a la zona de mis cuadros exhibidos, James fue el primero en elegir un par de cuadros.
—¡Nunca había visto algo tan maravilloso! —Exclamó con suma emoción.
—¿De verdad? —pregunté asombrada, pues la mayoría de mis cuadros eran románticos, pensaría que las mujeres quizás podrían interpretarlos mejor, así que los amigos de Ian me sorprendió.
—¡Por supuesto! —asintió— Quiero este —señaló el de la pareja en un columpio—, este también —seleccionó mi favorito, el de dos copas golpeándose mientras el champán se derramaba.
—No te apresures, que también quiero llevarme algo —le dijo el rubio mientras se acercaba a mí—. Ian tenía razón, sus manos —tomó mis palmas y llevó sus labios a mis dedos— son…
—¡Ya, ya, suficiente! —Ian le dio un manotazo en el hombro, lo cual me hizo reír—. Solo elige tus cuadros.
Al cabo de treinta minutos, todos mis cuadros estaban en bodega, siendo preparados para ser enviados.
—Si me acompañan, caballeros —les pidió Pietro a los compradores—, para la realización de los pagos.
Seguimos de nuevo a Pietro, pero esta vez, seguimos de largo cuando los amigos de Ian y mi jefe entraron a la oficina de este último.
—¿Qué te parece si te invito a comer para festejar? —Ian quedó frente a mí, que estaba pegada a la pared, su brazo estaba apoyado al lado de mi rostro y al escuchar su propuesta mis cejas se alzaron.
—¿Estás consciente de que eres el exnovio de mi hermana, verdad? —le cuestioné y casi reí al ver la manera en que giraba sus ojos— Nunca saldría contigo en serio.
—¿Puedes culparme por intentarlo? —solté una risa al ver el puchero que sus labios formaron— Además, nadie sabía que teníamos una relación, solo ella y yo, así que…
—Y yo —le interrumpí— y con eso es suficiente, nunca saldría con un ex de Zazil. —Sentencié.
No solo era un código que nunca rompería a pesar de lo mal que nos llevamos, sino que no podría con las comparaciones. Mi cabeza no me dejaría en paz, pensando en si está conmigo, porque le gusto de verdad, o solo por sentir que tengo algo de Zazil.