IAN
Estaba a punto de salir del departamento, cuando Henry y Nate Cameron James, los verdaderos, me empujaron y entraron a mi departamento. Este último me tomó de la camisa y me arrojó al sofá.
—¿Y ahora qué hice? —pregunté, todavía confundido.
—Eso es lo que queremos saber. —Henry me alumbró el rostro con una pequeña linterna—. ¿Por qué estás desaparecido?
—No estoy desaparecido, solo un poco ocupado. —Les aclaré.
—La piel de su rostro luce bien —indicó Henry—, sus ojos parecen normales, no hay signos de enrojecimiento ni dilatación, significa que está durmiendo bien
—¿Pero qué pasa con ustedes? —pregunté mientras los empujaba.
—No la pasaste bien durante un tiempo —explicó Nate—, solo nos aseguramos de que te mantengas sano y comiendo de manera correcta
—¡Estoy limpio! —aclaré— Más ahora que estoy… Nada, olvídenlo, estoy bien.
—¿Estás con quién? —cuestionó Henry volviendo a empujarme sobre el sofá— ¿Volviste con la exnovia esa que se va a casar?
—¿Se lo dijiste? —acusé a Nate.
—Por supuesto, nunca pediste que lo mantuviera en secreto, pero responde: ¿eres el amante de esa mujer? ¡Por Dios, ni siquiera es tan bonita!
—¡No, claro que no volví con ella! Un Leclerc no es el segundón de nadie. —Me puse de pie y comencé a acomodar el desorden que habían hecho con mi camisa—. Al contrario, me estoy preparando para una pequeña venganza; en eso estoy ocupado.
—¡Ah, bueno, menos mal! —Henry se sentó en el sofá y le pidió a Nate que tomara asiento en el otro—. Cuéntalo todo. —Me pidió.
—¿Qué no tienen cosas que hacer? —me crucé de brazos— No sé, empresas que atender, esposas que cuidar, hijos que proteger.
—Dímelo a mí que tengo dos señoritas por hijas, que están custodiadas hasta en la academia.
—Ellas de igual forma encontrarán la manera de irse de pinta, solo deja que el tío Ian tenga una charla con ellas. —Me eché a reír mientras Henry me miraba con ojos entrecerrados.
—Mejor dinos, ¿cuál es el plan? —interrumpió Nate— ¿Necesitas un sistema de monitoreo para esa infiel? —preguntó.
—Si vas a cometer algún delito no muy grave, solo dime cuál y le pediré a mis abogados que tengan listo un amparo y así…
—¡Suficiente! —bufé, pasándome una mano por el cabello— Ya tengo una aliada que es más agradable que ustedes, de hecho, se me está haciendo tarde para ir a verla…
—¿Aliada? —Nate se puso de pie— ¿De quién hablas? ¿La conocemos?
—¡No! Ahora, vamos, fuera, que es día de sopa de pollo y albóndigas.
—¿Dónde lo comprarás? —preguntó Nate— Creo que debería de llegar y comprar un poco para llevarle a Ariadna.
—No tendrás el placer.
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Estaba frente a un espejo, vestido con un traje a la medida y frente a mí, estaba Maya, probando qué corbata me quedaba mejor.
—Préstame esta —le solicitó al empleado que tenía en sus manos una bandeja llena de corbatas en todos los existentes de rojo—. Quiero la más cercana al tonto del vestido.
Maya ponía sobre mí una y otra corbata, hasta que por fin dio con la correcta.
—¡Es esta! —exclamó emocionada y se la entregó al empleado—. Nos llevamos esta.
—Perfecto, cuando estén listos, pueden pasar a caja.
Maya se alejó de mí, dándole paso al sastre, quien marcaba la bastilla de mi pantalón.
—Vas a verte muy bien —dijo ella desde la mesa en donde estaba sentada mientras veía una revista.
—Yo siempre me veo bien, incluso más que bien. —Repliqué con falsa molestia.
—¿Qué hablamos acerca de la humildad? —me retó mirándome con una ceja alzada.
—Hacen una hermosa pareja. —Dijo el sastre entre risas.
—Lo sé —respondió Maya—, y todo gracias a mí —echó sus rizos a la espalda en un movimiento dramático—, ¿no es cierto?
—¿Qué decías de la soberbia? —me llevé las manos a las caderas.
—No es soberbia, es verdad pura. —Guiñó un ojo y me envió un beso sonoro a la distancia que me hizo sonreír como un bobo.
Al terminar con el pedido de mi traje y la compra de la corbata, seguimos de compras. Le tomé la mano y ella dio un salto.
—¿Qué haces? —Preguntó con las mejillas rojas, se mostraba tan nerviosa, que lo único que me demostró, es lo afectada que se ponía ante mi tacto, lo cual, me hizo ganador de una batalla.
—Tenemos que practicar para el día de la boda, faltan pocos días, y no podemos actuar como niños de kínder que no interactúan de manera cercana.
—Ya te dije que nos presentaremos como amigos. —Replicó ella mientras su mano se ajustaba a la mía y yo interiormente festejaba.
—Y yo te contradije, alegando que eso no sería suficiente. Al menos no como amigos que se sienten hermanos, sino, amigos que probablemente terminen casados y con diez hijos.
—Nunca tendría diez hijos —replicó, pero no soltó mi mano, como si esta nueva cercanía le pareciera… natural.
—Bueno, serán dos, pero se sentirán como diez. —Recibí un ligero puño en el hombro, ni siquiera lo sentí, estaba tan feliz, que las agresiones físicas me sabían a algodones de azúcar.
Acompañé a Maya a una zapatería, me modeló al menos diez zapatos de tacón diferentes, quise comprárselos todos, pero no me dejó.
Lo cual, se sentía como un crimen, y todos le quedaban maravillosos.
Regresamos a casa… a la de May. Después de horas buscando, habíamos encontrado el regalo perfecto para Zazil y Gabriel.
Estaba seguro de que nuestra elección les fascinaría.
Era un tanto tarde, aun así, entre unos minutos a la casa, saludé a Luca, jugué con él, cenamos y me retiré para que Maya y su hijo pudieran descansar.
Al día siguiente, regresé, era por la tarde cuando la niñera, Angie, me abrió la puerta.
—Pasa —me indicó y seguí el camino que ya conocía—, ya le digo a Maya que llegaste.
Luca fue el primero en salir de la cocina, en su mano llevaba una paleta helada de color rosado, que sé que veía increíble.