Un Dulce Engaño

13. PLAN EN MARCHA

IAN

Mientras veía el traje a medida sobre mi cama, los altavoces en mi habitación sonaban animadamente.

Me quité la toalla, me sequé el cuerpo y al tiempo sacudía mi cabello además de tararear la canción que sonaba que se escuchaba al momento.

Comencé a vestirme ajustando la camisa debajo de mi pantalón, seguí con la corbata, la cual, estaba en una caja, así que cuando la abrí, sonreí al recordar aquella tarde de compras donde Maya tardó al menos dos horas eligiendo la prenda.

La anudé en mi cuello sin dejar de cantar y de pronto me encontré inmiscuido en pensamientos intrusivos, imágenes en mi cabeza, y en todas y cada una, estaba Maya.

—Me estoy volviendo loco —me dije a mí viéndome al espejo—, ya que termine esta boda, tendré que alejarme aunque sea un poco. —Pasé las manos por mi cabello, peinándome—, tanto me burlé de Nate, que ya estoy igual de obsesivo.

Una vez que estuve listo, apagué la música, guardé mi cartera, el teléfono y salí del departamento.

Todo el camino hasta la casa de Maya seguí cantando, moviendo los dedos en el volante al ritmo de la música, conduciendo alegremente, casi emocionado por mi primera cita con Maya.

¿Primera qué? —pensé de pronto y sacudí la cabeza.

No es una cita, es la boda de Zazil, por Dios.

Ese pequeño detalle, lo había casi olvidado.

Me estacioné frente a la casa de Maya, bajé del coche y moví mi cabeza, mi cuello crujió, las manos me sudaban, no sabía por qué, de pronto estaba tan nervioso.

Fui hasta la puerta, moví la campana que tenían de timbre y mientras esperada que me abriera, aclaré mi garganta, la cual, se sentía seca.

—¡Ya voy! —mi espalda se irguió cuando escuché la voz de Maya al interior de la casa.

Bajé la mirada, viendo cómo uno de mis pies comenzó a golpear el piso sin control, los dedos de mis manos jugaban entre ellos.

—Ya casi estoy lista. —Alcé el rostro y perdí el aliento al encontrarme con Maya.

Sus rizos enmarcaban su hermoso rostro, sus pómulos lucían muy iluminados, y sus mejillas tenían un tono rosa que combinaba perfectamente con su piel. Sus labios brillaban mientras formaban una hermosa y perfecta sonrisa.

—Oye, luces muy bien. —Me halagó, pero no respondí, porque me dediqué a pestañear, asegurándome que la mujer frente a mí era real.

Maya vestía un hermoso vestido rojo estilo griego, con un nudo en uno de sus hombros y una abertura en sus piernas bronceadas que me hizo pasar saliva de nuevo.

—¿Ian? —Su voz podía escucharla, pero sonaba lejana. Me perdí en los zapatos dorados que adornaban sus pies— ¿Ian, estás bien?

—Luces maravillosa. —Apenas y pude articular cuando alcé la mirada para darle frente de nuevo y casi desfallecí al toparme de nuevo con su rostro.

—Vaya, ¿ya estamos en personaje? —se echó a reír y mi estómago se revolvió, de pronto me sentía enfermo— Déjame decirte que lo haces muy bien. Ahora entra, que necesito dejar unas indicaciones antes de irnos.

Nervioso y paso inseguro, pasé al interior de la casa. Luca y su niñera estaban en el sofá, viendo televisión.

—¡Vaya, pareces decente y no un loquito! —dijo Luca después de un silbido.

—Gracias, viniendo de ti, es como un halago. —Le dediqué un saludo militar y la niñera se echó a reír—. Buenas tardes, Angie. —La saludé.

—¡Hola! Con todo respeto, se ve muy guapo, señor Ian.

—Gracias, es el halago más sincero y normal que he recibido en esta casa.

—Ya va a llorar. —Se burló Maya al tiempo que se ponía unos pendientes dorados de oro y diamantes, lo cual, me sorprendió—. Y no se lo digas tan seguido, porque se le sube a la cabeza.

—Pensé que mis máximos bulleadores, pero tú —señalé a Luca— y tú —mi dedo apuntó a Maya—, les ganan por mucho.

—¡Ay ya, vámonos! —Maya envolvió su brazo en el mío y de inmediato me erguí en toda mi altura, queriendo estar al nivel de porte que Maya emanaba.

—¡Mami, espera! —Luca brincó del sofá y jaló de la blusa a su niñera—. Quiero una foto contigo, te ves hermosa. —La halagó con admiración pura y sincera, logrando enternecerme.

—¡Por supuesto, mi amor, las que tú quieras! —Maya le entregó su teléfono a Angie, después abrazó a Luca y ambos sonrieron para la foto, cambiaron de pose y hubo algunos disparos más.

—Ven Ian —me llamó Luca—, no quiero que llegues llorando a la boda. —Una sonrisa me llenó el rostro al escuchar aquello, no lo dudé dos veces y alcé el pequeño cuerpo de Luca en brazos, quedó en medio de Maya y de mí y sus bracitos envolvieron nuestros hombros.

Me volteé un poco solo para confirmar que la sonrisa de ellos era tan grande como la mía. Durante un segundo, mis ojos se encontraron con los de Maya, que se veían vidriosos por la emoción.

—Es hora de irnos si no queremos llegar tarde —dijo Maya mientras besaba la mejilla de su hijo—. Pórtate bien, mi amor. Angie, cualquier emergencia, no dudes ni un segundo en llamarme, deberíamos estar aquí antes de media noche.

—Huy, qué aburridos, hasta yo me duermo más tarde en las pijamadas con mis amigos. —Se burló Luca.

—Por cierto, que se duerma temprano, Angie. —Le pidió Maya a la niñera.

—¡Cuida bien a mi mamá, o te patearé! —me advirtió Luca mientras salíamos de la casa.

—¡La traeré sana y salva! —le prometí lanzándole un saludo militar.

—Más te vale, vale vale. —Me amenazó un niño de cuatro años.

Su madre puso los ojos en blanco, por mi parte solté una risa.

—¿Estás bien? —le pregunté en voz baja, mientras cerraba la puerta del coche. Maya soltó un suspiro tan hondo que pareció expulsar semanas enteras de tensión.

—¿Estás segura de querer hacerlo? Todavía podemos dar media vuelta…

—No —dijo, firme pero suave, con un leve temblor en la voz—. Esta vez, quiero estar ahí.

Su mano buscó la mía, y cuando la sentí, todos los sonidos del mundo se apagaron un instante. Su roce era todo lo que necesitaba para terminar con este día.




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