Un Esposo Para Mamá

CAPÍTULO II

Gerard

—¿Tienes diez años y ese libro es tuyo? —cuestiono desde el lado contrario de la encimera, de la parte de las hornillas.

—Probablemente —da una respuesta simple, mientras su sonrisa se acrecienta.

—¿Seguro? —insisto.

—Es de la biblioteca de mamá y, ¡shh!, no me deja leerlos —susurra y niego entre risas, mientras continúo moviendo todo lo que hay dentro de los sartenes.

Decidí ducharme temprano y bajar a preparar el desayuno como muestra de agradecimiento por su hospitalidad y brindarme una mano en medio de la lluvia, por lo que le doy prácticamente toda mi atención a pain perdu o como lo conocen los británicos y el resto del mundo, excepto Francia: tostadas francesas.

—¿Así que eres francés? —suelta y algo en el tono que emplea, me pide que desconfíe de él; sin embargo, asiento mientras llevo la taza de chocolate a mi boca— ¿Estás soltero? —Lo observo con duda.

—¡¿Qué?! —busco una explicación razonable para su pregunta.

—Mi madre está soltera, tiene treinta años y por la forma en la que la observaste ayer, quedó claro que sientes atracción por ella. Además, si quieres tener bebés, acto que no me molestaría, aún se encuentra en edad reproductiva y también he leído que los franceses son buenos amantes y ella necesita diversión en su vida —al escucharlo, siento el líquido salir expulsado de mis labios.

—¿Qué? —Mi desconcierto sale a flote en medio de sus risas algo malvadas—¿De verdad tienes diez años o solo me jodes? —pregunto tratando de procesar sus palabras.

—Noah, deja de importunar y ve a ducharte, vístete para la escuela —La voz de su madre llega a mis oídos e intento limpiar el desastre que acabo de provocar—. Buen día, señor Le-Roux —saluda, apenas cruza el umbral de la cocina e intento actuar con naturalidad.

—Buen día, Christine —La observo y la vergüenza invade su rostro al punto de que desvía la mirada.

—No le causo ninguna molestia, solo estamos teniendo una conversación de hombre a hombre, de caballero a caballero, ¿cierto, Gerard? —Me utiliza a su favor.

—Eh… digamos que sí —contesto, solo para que su madre no continúe llamándome la atención.

—Es una orden, Noah —ratifica su decisión.

—No me molestaría tener un padrastro —susurra la criatura y mis ojos se vuelven saltones.

«Démons», maldigo en mi mente.

—Obedece, Noah y deja eso en la biblioteca —exige masajeando su cráneo y solo puedo concluir que el pequeño es un dolor de cabeza.

Rápidamente, se marcha, dejándonos solos en un silencio un tanto incómodo que la obliga a ella a interrumpirlo.

—Hay alguien encargado de preparar la comida —Se dirige a mí sin lograr mirarme a los ojos.

—De eso me di cuenta, pero deseo agradecerles el prestarme su ayuda, una ducha de agua caliente y un techo en donde pasar la noche —revelo, ya que el día de ayer fue un completo desastre.

—Creo que lo de anoche fue suficiente agradecimiento —Se ríe un poco, trata de buscar el valor para hablar de lo que sucedió—. Estoy pasando por un momento difícil, me encuentro algo sensible, por lo que le suplico que no piense que traigo a mi casa a extraños y duermo con ellos, menos que expongo a tal riesgo a Noah —justifica sus acciones y solo me acerco.

Apenas me encuentro en frente, con delicadeza, llevo una de mis manos a su mentón y lo elevo un poco, le sonrío, la detallo un poco más en un intento fallido de recordarla, puesto que lo que ambos experimentamos anoche, es una sensación conocida, de ello no tengo la menor duda.

—Jamás creería eso; sin embargo, es mi culpa, creí que de ese modo podría recordarla, Christine, pero me dejé llevar y claramente, usted igual —acepto toda responsabilidad—. Y una vez más, gracias —repito.

—No hay mucho que agradecer, ambos nos ayudamos anoche —sonríe, pero lo hace con tristeza, se nota que algo la agobia; no obstante, no me atrevo a indagar—. Tengo una duda, ¿qué hacía allí? Por el traje, con nombre y todo, puedo intuir que no es pobre y que algo lo orilló a esa desafortunada situación —asume y se encuentra en lo correcto.

—Hasta hace unas horas, podría jurar que odiaba su país —No me molesto en ocultar lo poco que disfruto venir aquí—; sin embargo, cambié de opinión —Me río y sus mejillas se tiñen de un fuerte color rojizo, sacreblue! Es hermosa—. Siempre que vengo, es solo por un par de horas y luego me marcho, pero tengo unos asuntos que tratar y debo permanecer mínimo, una semana y le confieso que no tolero estar aquí, por lo que al llegar al aeropuerto, decidí no esperar a mi conductor, ya que estaba retrasado y tomé un taxi, lo cual me recordó porque detesto Inglaterra.

Sus dulces carcajadas a costa de la forma en la que me esfuerzo en darle a entender que no estoy aquí por decisión propia, inundan mis oídos y llenan a mis labios de ansiedad, puesto que deseo volver a probar los suyos

—El caso es que no conozco la ciudad y aquel hombre lo notó, sacó provecho de ello: me llevó a otro sitio en donde, junto a otros rufianes, me despojaron de todo —explico el motivo por el cual me encontraba en la calle, en medio de aquella terrible lluvia, pidiendo ayuda—. Se llevaron el reloj de mi padre, mi teléfono, maletas y documentos —Me disgusto aún más, aunque, luego de meditarlo y los recientes acontecimientos, agradezco lo que me sucedió.




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