Un Esposo Para Mamá

CAPÍTULO VI

Christine

«El tratamiento no funciona, debemos actuar lo más rápido posible, puesto que su riñón finalmente fallará y tendrá que estar aquí hasta que se encuentre uno nuevo». Sus palabras no abandonan mi mente, solo hacen que el trago amargo se apodere con mucha más fuerza de todo mi ser y las lágrimas deseen continuar desbordándose.

Lo he intentado todo, he tocado muchas puertas, hasta ofrecí dinero; sin embargo, no ha aparecido nadie que desee donarle a Noah y es comprensible, aun así, la búsqueda se vuelve desesperante y la espera, acaba con todas mis ilusiones. Con cada día que se acaba, veo aún más cerca el momento en que su cuerpo no resista y la vida me lo arrebate.

Cada vez que asisto a estas consultas, me siento culpable porque si se hubiese detectado a tiempo mi diabetes, nada de esto estaría sucediendo. Si no fuese por mí, Noah estaría bien. En ocasiones pienso que le he hecho más daño que el rechazo de Aubrey.

—¿Dónde está? —cuestiono situándome al lado de Aedus.

—Con su nuevo padrastro —asegura y reacciono, lo golpeo en el hombro, pero no se queja, solo se ríe—. Está loco, estoy seguro de ello —agrega y no puedo pensar que padezco de su enfermedad—, ¿cuándo hablaremos de eso? —pregunta y guardo silencio.

Lo que sucedió, estuvo mal, a pesar de ello, no necesito que alguien me lo recuerde y al parecer Aedus, no lo entiende.

—Nunca, ¿quieres ir a acampar? —propongo.

—Es casi que mitad de semana, hay escuela, tienes trabajo, no hay tiempo para ello, además, odias esa parte de la naturaleza cuando se trata de zancudos —alega.

Como dirían: soy dulce para ellos. Siempre me atacan a mí, sabiendo que hay más carne fresca alrededor.

—Invita a las chicas, pediremos permiso en la escuela —insisto.

Desde hace un tiempo, Noah ha querido acampar, aun así, me he negado, ahora, lo único que deseo es pasar más tiempo a su lado e ir a acampar, es verle feliz y acompañarlo.

—Está bien, Christine —pronuncia. Siempre que se rinde, me llama por mi nombre.

—Vamos —Le pido que avance, no obstante, no lo hace.

—Antes, ¿lo conocías previo a recogerlo en la calle? —indaga y niego.

—Si fuese así, no olvidaría ese rostro, menos la forma tan descarada y evidente en la que me observa —contesto. No puedo negar que la disfruto.

El problema en que me vea de esa forma y luego hable en francés, se vuelve una debilidad, por el hecho de que siempre he amado ese idioma y su acentuación, pero cuando intento aprenderlo, no retengo ni lo más mínimo, debido a que la información ingresa por un oído y me sale por el otro.

—Además, recuerda que en las ocasiones que estuvimos en Francia, por orden de mi padre, cuidaste de que no cometiera ningún error y así fue —navego en el pasado—. Cuando dices que está loco, ¿es en el bueno o en el malo? —Me dejo llevar un poco por la curiosidad.

—Averígualo tú —sugiere adelantándose.

—¡Aedus! —elevo mi voz, mientras voy tras él.

Por más de que intento igualar su paso, los tacones y el camino empedrado, me dejan en mucha desventaja. Cuando finalmente lo alcanzo, me encuentro enfrente de los cuatro, delante de la sonrisa de Philippe que se divierte con la reacción de Andrè.

—Buen día —saludo.

—Ho… hola, Christine —aclara su garganta y me río.

Creo que soy demasiado mayor para estas situaciones, pero no negaré que disfruto de la atención que me da. Hace mucho tiempo que no la recibía.

—Mamá, ¿podemos ir a almorzar con Gerard y Philippe? —pregunta Noah— Puedo comer Ratatouille o Galette, son verduras, así que es sano —Se emociona.

—¿Eso te hará feliz? —pregunto.

Lo vi salir del consultorio y estaba demasiado triste, eso me duele. Odio verlo así, cabizbajo y sin ánimos.

—Sí, mucho —asegura.

—Entonces, andando —tomo su mano—, ¿Los seguimos? —cuestiono.

—No, yo voy con ustedes, no creo que Philippe se pierda —abandona a su conductor, lo hace adelantando su paso.

Débile, C'est un vrai connard! Va te faire foutre —habla y por el tono que emplea, deduzco que no es nada bueno.

—El niño habla francés —grita desde la distancia y el rostro de Philippe adopta un color demasiado pálido.

Merdè! —Eso es lo único que entiendo a la perfección— Lo siento, pero es un idiota con sus amigos —justifica.

Gerard

—Que vivas en una casa, en el campo, no te hace campista —replica Philippe ante mi ofrecimiento.

El maldito no hace más que divertirse al llevarme la contraria en todo lo que digo. No creo que lo resista más. Terminaré golpeándolo la próxima vez que abra el hocico solo para avergonzarme.

—Si mami, será divertido —pide Noah juntando sus manitos, cumpliendo parte de nuestro trato.

Haré que su mamá sonría y él debe ayudarme a cumplirlo.

—Está bien —acepta ente la súplica del pequeño que, desde su lugar en la mesa, me guiña un ojo.




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