❈──•◦ EMMA ◦•──❈
El día estaba horrible, la lluvia se escuchaba con fuerza a través del techo del centro comercial donde tenía mi puesto, y aquello, me impedía hacer el trabajo de forma adecuada, gritar a los pocos clientes que entraban no era una opción y hablar con mi tono de voz normal solo imposibilitaba que me escucharan.
Mi pequeño puesto de café y postres artesanales al fin estaba dando frutos, y aunque ahora era solo una caseta a las afueras, pronto tendría mi propio local en el interior de aquel enorme edificio, llevaba mucho tiempo juntando el dinero, y pronto, recaudaría lo suficiente para abrir mi propio negocio.
«Cafe del Angel» el nombre de mi puesto y el que sería el nombre de mi futuro local en el centro comercial, ya me imaginaba cómo se vería aquel logo que llevaba meses diseñando en el cartel superior, como se vería en las servilletas y portavasos, era mi sueño y pronto esperaba hacerlo realidad.
— Todo por mi pequeño — me di ánimo cuando el siguiente cliente me rodó los ojos al no escuchar su pedido.
— Un café y un roll de canela — repitió haciendo una mueca.
— Con gusto señor — serví tan rápido como pude el café y le extendí el roll en un plato, me pagó de muy mala manera y se marchó del lugar.
— Al menos me dejó el cambio — murmuré al ver que sobraran algunas monedas de su cuenta.
Sali embarazada a una temprana edad, ya no era una niña, pero aun vivía en casa de mis padres y dependia economicamente de ellos, al menos eso fue así hasta que se enteraron de mi embarazo, indignados por que su hija de dieciocho no estudiara una carrera y lugar de ello “metiera las patas” me echaron de casa y me dieron la espalda.
Fue gracias a mi tío Nicollo que conseguí un lugar donde vivir y un trabajo, él era repostero y me enseñó todo lo que debía saber para hacer postres tan deliciosos como los suyos, me ayudó a construir mi pequeño puesto movil y me animo a seguir mis sueños por el bien de mi hijo. Fueron sus enseñanzas las que me convirtieron en lo que era en ese momento y le prometí seguir adelante sin importar que. Su muerte fue un episodio doloroso para mi bebe y para mi, pero tenía una promesa que cumplir, no podía rendirme de buenas a primeras.
Angel, mi pequeño hijo que de angelical no tenía mucho, era mi motor para seguir adelante día a día, era por él que me esforzaba al máximo para brindarle el futuro que se merecía y que yo no pude tener. Y a quien le pagaba niñeras de treinta dolares el dia para que las sacara corriendo de casa con alguna de sus travesuras.
La única niñera que duró lo suficiente fue la Señora Montgomery, sin embargo, la pobre empezó a sufrir alzheimer y no fue posible que siguiera cuidando a mi pequeño torbellino.
Mi celular se escuchó en algún rincón de mi puesto, rápidamente lo busque, conocía ese tono de celular, era ángel llamando desde la casa de la vecina, y que estuviera allí solo significaba una cosa, una niñera más que se iba.
— ¿Ahora que hiciste?— conteste con reproche.
— Se fue como loca porque le mostré mi colección de ranitas— ¿Colección de ranas?
— ¿Cuales ranas?
— Encontré algunas en el patio de la escuela, a ella no le gustaron — resople imaginando lo que había pasado.
— Las pusiste en su comida, verdad— me froté la frente exasperada, era la quinta niñera esta semana, y la semana apenas llevaba cuatro días.
— Solo se las mostré, no aguanta nada, son ranitas bonitas.
— me imagino que deben ser muy bellas, pasame con la señora Esther cielo.— escuché algunos ruidos y luego la señora Esther pasó al teléfono. — Hola señora, ¿cómo se encuentra hoy?
— No, no voy a cuidar a tu pequeño demonio, ven cuanto antes, tengo una cita médica y no puedo dejarlo solo.— suspiré agotada, nadie quería cuidar a mi hijo.
— En unos minutos estoy allá, haré lo posible.
— Te espero.
Cerré rápidamente el puesto y lo empuje hasta su lugar en el pasillo, era el lugar designado para los pequeños puestos, pase corriendo por el puesto de seguridad y les deje un termo lleno de café y varios de mis panecillos especiales, siempre les dejaba algo para asegurar el cuidado de mi puesto, no lo podía perder por nada del mundo.
Me subí a mi casi desarmado auto, (herencia del tío junto con su casa), y salí del estacionamiento a todo lo que dio, no lo pensé mucho al ver que un auto lujoso venía en el camino, tenía que frenar, costaba más un rayon de su auto que del mío, si veían mi auto sabían que no tenia con que pagar, frenaban si o si.
Saqué mi dedo medio por la ventanilla cuando empezó a hacer sonar el claxon, como si con eso pudiera pasar sobre los demás autos o evitar que me atravesara.
— Baboso.— me reí sola por el camino, el tráfico estaba insoportable pero debía llegar pronto con mi pequeño.
Cuando llegue la señora Esther estaba en la puerta esperándome con su cara de pocos amigos, parecía una bruja con su cabello despeinado y esas ropas raras que usaba, pero jamas le diria algo, era la única en la cuadra que permitía que mi hijo usara el teléfono para comunicarse conmigo.