Amaia
Abrí mis ojos y lo primero que vi fue el rostro de mi abuelo.
—Abuelo, yo…
Él interrumpió mis palabras.
—Mi pequeña niña está embarazada. No sabes lo feliz que me haces cariño —el abuelo se acercó a mí con una gran sonrisa en sus labios. —Me haces el hombre más feliz de esta tierra, cariño. Te amo.
Mi querido abuelo dejó un beso en mi cabeza y coloco una de sus manos en mi vientre.
Le regalé una pequeña sonrisa y él me la devolvió.
Abrí la boca para hablar y en ese mismo instante escuché una voz que pensaba que no volvería a escuchar. Era nada más y nada menos que Mi padre. Alonso Montero, el hombre que una vez me daño.
Hice una mueca de desagrado al ver como la puerta de la habitación se abría abruptamente.
Él corrió a mi lado y tomó una de mis manos.
—Amaia, hija. ¿Estás bien? Perdóname por lo que intenté hacer hija, perdona a este loco que solo quería verte feliz. Porque eso era lo que buscaba, buscaba tu felicidad. Una felicidad que pensé que era con Duncan. Perdóname —mi padre beso mi mano después de terminar estas palabras y yo hice una mueca.
Todavía me dolía que él quisiera comprar el amor del seductor, pero tenía que dejar a todos atrás porque no quería estar alejada de ellos y tampoco alejar a mi hijo de sus abuelos. De su familia.
Solté un suspiro cansado y mi padre volvió a besar mi mano.
—Te perdonó. —mi padre al escuchar esas palabras sonrió mostrando los dientes —Pero con una sola condición.
—La que quieras… —declaro él mientras apretaba mi mano.
—No quiero que decidas lo que es y no es bueno para mí. —Mi padre abrió la boca para hablar y yo enarqué una ceja. —¿Ha entendido, señor Montero?
Papá asintió y los dos poco después escuchamos una gran carcajada salir de la boca del abuelo.
—Cuánto me gustaría tener una cámara conmigo, porque contigo, hijo, habría sacado unos cuantos miles de dólares al venderle la grabación a los medios. De solo imaginarme el titular que le podrían, se llenarían mis bolsillos. Alonso Montero, el empresario indomable, dominado por su hija —-negué con la cabeza mirando al abuelo y este volvió a carcajearse al ver la cara de mi padre. —Quién diría que la pequeña de los Montero tendría el poder de echarse a su padre en uno de sus bolsillos. Eso solo puede lograrlo Amaia Montero.
Solté una pequeña carcajada al escuchar al abuelo, mientras que mi padre negaba con la cabeza.
—¿Qué te paso hija? ¿Por qué estás en el hospital? -trague saliva al escuchar estas palabras salir de la boca de mi padre.
Inhale por un segundo para después mirar a papá a los ojos.
—Estoy embarazada, papá. Vas a ser abuelo. -mi padre soltó una gran carcajada y yo me quedé completamente muda observándolo.
—No bromees Amaia. Sabes que no me gusta las bromas.
Lleve mis ojos a donde se encontraba el abuelo y él pareció entender la mirada que él había dado, porque se acercó a mi padre con cautela y golpeó su cabeza. Ante esto papá dejo de reírse y centro su mirada en el abuelo.
—¿Ahora que hice? -pregunto mientras acariciaba su cabeza.
—Estoy embarazada, padre. Por eso estoy en el hospital. -mi padre abrió los ojos como platos, me escaneo por completo y solo un minuto después calló al suelo abruptamente.
Mire al abuelo y este se dispuso a reírse con todas las ganas posibles de su propio hijo. El cual se encontraba desmayado en el suelo.
—¡Por Dios abuelo busca ayuda! -exclame y el abuelo negó con la cabeza. Esto era el bendito colmó. —¡Abuelo!
El abuelo se secó una lágrima que bajaba por su mejilla y salió de la había.
Esto no me podía estar pasando.
Estar embarazada no era el problema, lo que representa el problema era de quién estaba embarazada. Duncan Salvatierra, el Playboy. Es el padre de mi hijo.
Cerré los ojos y por alguna razón y otra me transporté a la noche donde Duncan y yo habíamos follado.
Mi piel se erizó al recordar los besos y las caricias que dejó en mi piel aquella noche, mi cuerpo tembló al recordar cada una de las acometidas que Duncan Salvatierra me dio. Y lastimosamente mi centro pálpito al recordar su verga dura entre mis piernas.
Abrí los ojos y sacudí la cabeza. Esto ni me podía estar pasando a mi....
La puerta se abrió dejándome visualizar al abuelo y a dos enfermeros. Los enfermeros cargaron a mi padre y salieron con él de la habitación.
—¿Crees que, si vendo a la presa la noticia de que el gran Alonso Montero se desmayó al saber que su pequeña princesa lo haría abuelo por segunda vez, me darían mucho dinero? -negué con la cabeza ante sus palabras.
Solo a mi abuelo se le ocurrían estás cosas.
Después de unas horas más el doctor me había dado el alta médica, así hora me encontraba descansando en mi habitación con Apolo a mi lado. Acaricié a mi pequeño amigo y este se acomodó todavía más hacia mi cuerpo.
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Editado: 07.07.2025