Un heredero para el playboy (#1 de la saga heredero)

Capítulo 8: Ofrezco darte placer.

Amaia.

Odio con todas mis fuerzas al idiota de Duncan Salvatierra.

Sinceramente no se que pasa por la cabeza a Dustin al aceptar ayudar a su hermano a raptarme, pero ambos saben es que desde que quiten las malditas esposas me lanzaré a por ellos hasta matarlo.

Deseo verlos retorciéndose de dolor.

Ahh… lo odio.

Esperó tener algo de suerte, porque deseo matarlo y luego bailar sobre su tumba.

—Deja de mirarme como si quisiera matarme Amaia -dijo él sin levantar la mirada de su ordenador.

—Te voy a matar, el querer ya no está en mis planes. -él bucéfalo levantó la mirada y sonrió levemente. —Muero por borrarte esa sonrisa de satisfacción que tienes en la cara. Pagarás muy caro el haberme secuestrado Salvatierra.

Duncan me guiño uno de sus ojos y yo le di una mirada fulminante.

En ese preciso momento el deseo de hacer del uno se apoderó de mi zona abdominal baja.

Me removí en el asiento y esta acción logró que Duncan se levantará de su asiento.

—¡¿Estas bien?! ¿Le pasa algo a mi hijo? -negué con la cabeza. —Entonces, ¿qué tienes?

—¡Te atreves a preguntar que tengo, cuando me tienes esposada como su fuera una maldita criminal! ¡Quítame esta maldita esposas Duncan!

El ceporro negó con la cabeza.

—¡Me la quitas en este instante! ¿O prefieres que me haga en los pantalones? Liberame o tendrás que cargar todo el vuelo con el mal olor que dejaré en tu maldito avión. ¡Hazlo ahora idiota!

Duncan se llevó las manos al bolsillo de su traje y de allí saco las llaves de las esposas.

—Se lo que quieres querida, y lastimosamente para ti no podré complacerte -tras estás palabras Duncan guardo las llaves en el bolsillo de su saco.

Lo fulmine y ante eso él se encogió de hombros.

-Levántate. Te llevaré al baño -negué con la cabeza y me aferre al asiento.

Yo ni loca haría con él al baño. Primero me hago en los pantalones.

—Vete al demonio, Salvatierra. Yo de aquí no me muevo, así que prepárate para tener que viajar con un mal olor en tu carísimo avión.

—¡Iras al baño futura esposa mía! Yo mismo me encargaré de que vallas -lo mire mal, pero eso no basto que que desistiera de llevarme al baño.

Hice una mueca de dolor al sentir el brusco agarre con el que él me habia agarrado el brazo.

Esta me la pagas picaflor. Lo pagarás con creces..

Me coloque sobre mis pies y en ese mismo instante el Playboy me cargo entre sus brazos. —Creo que gané, esta vez Amaia.

—Vete al mismísimo infierno inepto trotamundos. -verbalice y Duncan al escuchar estas palabras me dio una sonrisa divertida.

Solté un bufido al ver cómo él se burla de la situación.

Cuanto desearía borrarle esa sonrisa de estúpido que tenía en el rostro en este momento.

Me encantaría darle un buen guantazo para que aprendiera a respertarme.

Pero... ¡No! Lastimosamente tengo que aguantarme las ganas porque para mí desgracia, todavía llevo las malditas esposas del mismísimo infierno.

Lo odio, lo hago con todas mis fuerzas.

Aunque eso ya ha de estar bastante claro.

¿Verdad?

Cuando estuvimos frente a la puerta del baño, mi torturador personal —llamado Duncan.— abrió la puerta e ingreso conmigo al baño.

El palurdo me colocó sobre mis pies y al mismo tiempo me miro fijamente mis ojos.

—Esta situación me tiene excitado, Amaia. Si no fuera por tu negatividad los dos pudiéramos disfrutar de la pasión que desborda nuestros cuerpos cuando estamos juntos -trague en secó ante estas palabras. No se que me habia pasado, pero de lo que si estaba consciente era del gran deseo que sentía en ese momento. No sabía si se trataban de la hormonas de mi embarazo, pero justamente en este momento quería arrancarle la ropa a Duncan y que él se fundiera en lo más profundo de mi.

¿Donde quedo el odió que profesó? Por Dios, estoy loca, lo sé.

—Te ofrezco ser tu acompañante de placer Amaia. Ofrezco darte los menores orgasmos, hermosa. Juro saciar todos y cada uno de tus deseos.

Tras escuchar estás palabras a mi mente llegó el recuerdo de la noche que pase con Duncan Salvatierra.

El Playboy saco de su pantalón una tarjeta electrónica y la paso por el sensor de la habitación. Y fue solo cuestión de segundos para que la puerta estuviera abierta. Y una vez dentro de esa habitación, todo se borró de mi mente.

Se perdió entre la oscuridad de la habitación, mi ropa y la de Duncan. Solo quedando nuestros cuerpos desnudos, los cuales de unieron en uno solo y disfrutaron de lo que podían hacer juntos.

Recordar parte de la noche en la que el condenado y yo pasamos juntos, me hizo sentir más excitada de lo que ya estaba.

Pero dicha excitación se disminuyo considerablemente al recordar las palabras que él me había dicho hace varios años.




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