Un hijo para el alfa

Capítulo 3

Marco frunció el ceño al escuchar a la humana decirle que tenía antojos. ¿No era muy temprano para el embarazo? ¿Ella lo estaba poniendo a prueba? Aunque fuera un lobo lo que tuviera en su interior, eso no quería decir que podía pedirle antojos con un embarazo tan joven. Tampoco era como él le preguntó al doctor cuánto tiempo tenía la chica.

¿Qué es lo que quieres?

— El bebé quiere —lo corrigió—. Quiere comer helado de chocolate.

— ¿Qué quiere qué cosa? —se sentó en la cama y miró la hora brevemente en su reloj de muñeca—. ¿En dónde se supone que voy a conseguir algo como esto?

— No lo sé, eres el padre. Quieres que tenga un niño. Hazte cargo —el alfa tensó la mandíbula al escucharla—. Busca el chocolate y habla conmigo mientras lo haces. Me siento aburrida en mi casa.

— Puedes dormir, nadie te impide que duermas.

— Lo siento, pero no puedo hacerlo —ella gimoteó—. ¡Tengo antojos y como eres el padre te harás cargo!

— ¿Qué?

— Como lo escuchas, busca el helado y tráelo a mi casa. La cual ya de seguro te sabes la dirección —las cejas del alfa se elevaron hasta el tope—. Ahora, por favor… busca el helado, quiero comerlo.

— Bien, te llevaré el que tengo en mi casa —chasqueó la lengua, y se bajó de la cama—. No entiendo cómo es que todo me cae encima a mí. Mataré a ese doctor.

— Primero tortúralo en mi nombre —el alfa se olvidó que todavía tenía el teléfono pegado en el oído—. Él me dejó con un bebé aquí y ahora quiero que el supuesto padre se haga cargo de todo. ¿Es mucho pedir?

— Sí, sí lo es —el alfa bajó las escaleras de su Penthouse—. No mataré a nadie.

— ¿Era sarcasmo?

— Sí —el alfa entró a la cocina—. ¿Qué tipo de helado es el que quieres?

— Ya te dije que el de chocolate —respondió de manera cortante—. ¿Cuántos chocolates existen en el mundo?

— Tengo tres sabores diferentes en mi nevera…

— Tráelos los tres —dijo feliz, y el alfa se preguntó cuántos cambios de humor puede tener alguien en menos de dos minutos—. Así te lo comerás conmigo.

— No me comeré todo ese helado. Son las tres de la mañana. No quiero tener una mala digestión por comer tanto dulce —sacó los tres tarros de la nevera—. ¿Es que no había nadie quien pudiera hacerte el favor?

— Fui a hacer las compras con mi vecino, pero se me olvidó eso… lo siento, no volveré a pedirte algo más para el bebé.

— Ya no importa, de cualquier manera tengo que cumplir con mis obligaciones de padre, ya que yo fui quien te obligó a tener el bebé —el alfa fue hacia donde estaban sus zapatos—. Ya voy para tu casa.

 — ¿Es cierto que sabes mi dirección? ¿Qué tanto me investigaste? —preguntó la humana con asombro—. ¿Eres un asesino en serie que se está jubilando ahora?

— Sí, eso es lo que soy —rodó los ojos bajando hacia el primer piso por el elevador—. No me hagas reír, tengo que investigar todo sobre ti.

— Invades mi espacio personal —Marco escuchó como ella abría la puerta de algún lugar—. Te estaré esperando en las escaleras de mi casa. Por si te pierdes buscando el piso.

— ¿Vives con alguien más?

— No, bueno, mi vecino viene siempre a mi hogar, a comer o a realizar cualquier cosa de su trabajo —Marco escuchó todo atentamente—. Es buena persona, aunque algo quisquilloso y molesto.

— Porque no me sorprende que pienses así de él.

— ¿Cómo dices?

— Nada, únicamente reflexionaba en voz alta —entró en su auto, y colocó los envases de chocolate a su lado—. Ya voy en camino, creo que llegaré en media hora o tal vez más.

— Bien, acelera que este antojo sigue creciendo a cada segundo que pasa.

Marco puso su teléfono el altavoz mientras hablaba con ella. Iba conociendo ciertos aspectos de la chica que desconocía por completo. En menos del tiempo que dijo, ya se encontraba ahí, parado y con ella corriendo hacia él. En lugar de darle un abrazo, lo único que recibió de la chica fue que le quitara los tarros de chocolate de las manos.

— Gracias por venir, ya te puedes ir —lo espantó con las manos—. Ya no me voy a morir de antojos esta noche.

— ¿No dijiste que querías que me lo comiera contigo?

— Eso fue antes, las ofertas caducan —hizo una mueca—, pero como soy una buena persona, te dejaré entrar —se dio la vuelta—. Espero que no estés acostumbrado a usar siempre los elevadores, porque aquí no hay.

— ¿Subes todos los días cinco pisos?

— Sí, me sirve como ejercicio —metió su dedo en uno de los tarros—. Ayúdame, no puedo comer bien —el alfa la ayudó con dos de los tarros, mientras que ella subía las escaleras con el otro—. Hoy dejé mi trabajo en el bar, así que desde ahora tendrás que mantenerme durante los meses que dure el embarazo.

— No pensé que lo harías, estoy algo sorprendido.

— No me gustaba estar ahí. Ya con el dinero que me ofreciste puedo estar tranquila —siguieron subiendo—. ¿Cuándo empiezo a trabajar para ti?

— Supongo que cuando el doctor nos dé o nos diga una fecha exacta de cuántos meses tienes de embarazo —su mirada seguía el contoneo de la humana mientras subía las dichosas escaleras—. ¿Por qué no te mudaste a un piso más bajo?

— Porque los precios no son los mejores. Aquí arriba es mucho más barato y hay buena vista de toda la cuadra —aceleró el paso—. Tengo mucho tiempo viviendo aquí, así que ya estoy más que acostumbrada a este estilo.

— Tienes que mudarte o cambiarte de edificio —dijo Marco sin reflexionarlo—. Cuando el embarazo esté más avanzado te será difícil subir y bajar escaleras como si nada.




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