Un hijo para el C.E.O.

Capítulo 9

Clary salió de su casa como en cada mañana con su hermoso vientre dejándose notar por el vestido veraniego que usaba. Cómo consiguió un trabajo en una cafetería como secretaria del dueño, gracias a sus buenos conocimientos sobre la contabilidad, sus días en esa isla no eran aburridos en ningún sentido. Desde que decidió huir de su lunático prometido, eran pocos los días en los que no podía dormir con tranquilidad, debido a que, para su malestar de vida, ella decidió romper cualquier lazo con las personas que posiblemente la podían ayudar, pero no quería tenerlos involucrados más de lo debido.

— Buenos días —saludó al guardia que estaba en la entrada de la cafetería.

— Buenos días, señorita Rose —saludó el guardia con un asentimiento de cabeza—. ¿Cómo ha estado?

— Bien, y con un enorme vientre que parece ser que no parará de crecer —señaló—. Que tenga un feliz resto del día.

— Lo mismo digo.

Ella entró a la cafetería, saludó a un par de personas más y luego fue hacia su puesto de trabajo; no sin antes tomar algo de comer porque sus deseos de comer eran demasiado grandes como para dejar pasar la comida como si nada. Trabajó de forma calmada durante sus horas de turno, únicamente se levantó de su asiento para ir al baño o buscar algo de comida que siempre hacían los de la cocina especialmente para ella.

Desde que se cambió el nombre se sentía más segura que previamente, pero ese cambio de nombre, de estilo e incluso su vientre que día con día era más grande, no se haría esperar. Ese día en particular, sintió un enorme malestar en su vientre que le hizo detener el trabajo que estaba realizando.

— ¿Te encuentras bien? —le preguntó su jefe a lo que ella negó—. ¿Quieres irte a tu casa?

— No me siento bien, supongo —murmuró—. Iré a mi casa, únicamente estaba aquí porque pensé que habría más trabajo y no lo quería dejar para el lunes.

— Puedes regresar a casa —dijo su jefe a lo que ella agradeció—. Nos vemos el lunes.

— Gracias.

Ella recogió sus cosas y salió de la cafetería rumbo hacia su casa. Metió las manos dentro de su abrigo e hizo una mueca cuando el frío se coló por sus piernas desnudas, gracias al vestido que usaba en esa época del año. Fue hacia la farmacia para comprar el medicamento para los dolores, en su vientre bajo. La doctora le dijo que el sangrado en los primeros meses era normal, que debía dejar que todo pasara de manera natural y que no se preocupara, porque no le pasaría lo mismo que a Rebecca, que al final resultaron ser dos bebés.

Pero, su última conversación con ella fue hace meses, para ser más específicos en el momento que decidió perder contacto con sus amigas, debido a que sentía que cada vez su familia estaba cada vez más cerca de saber en dónde se encontraba. Mientras iba mirando lo que compró en la farmacia, se encontró con uno de sus vecinos, quien iba saliendo del supermercado.

— Hola, Rose —dijo Albert con una sonrisa en su rostro—. ¿Hacia dónde vas?

— Tengo que regresar a mi casa —pasó su una de sus manos por su vientre—. No me he sentido bien hoy y me temo que mi hijo también quiere que esté en casa.

— ¿Es un niño?

— Sí, es un varón —sonrió—. ¿Vas a tu casa?

— No, tengo que ir a la iglesia a llevar las compras —levantó las bolsas—. Nos vemos más tarde.

— Claro, cuídate.

Ambos se despidieron con un ademán de manos y luego fueron por caminos diferentes. Ella llevaba su bolsa, y con el rostro completamente cambiado caminó como si nada hacia su pequeña casa. Una vez que entró, sintió el aire completamente diferente, por inercia fue hacia la ventana, pero no vio nada extraño.

Negó con la cabeza y fue hacia la cocina, no sin antes dejar las llaves en su lugar. El timbre de su casa fue tocado a lo que ella frunció el ceño al no esperar a nadie y menos a esa hora. Dejó lo que estaba haciendo y abrió la puerta, sin ni siquiera mirar por el rabillo.

— Te encontré, mi amor —Piero la empujó hacia el piso sin ningún tipo de delicadeza—. ¿Cómo has estado?

— Piero… ¿Cómo…?

— ¿Cómo te encontré? —preguntó el alfa cerrando la puerta detrás de él—. No fue fácil, porque hasta el nombre te cambiaste, pero en cuanto vi una foto tuya, supe que era mi mujer la que trabajaba en esa cafetería.

— ¿La cafetería?

— Es mía, todo lo que está en esta isla me pertenece —se puso de cuclillas delante de la omega—. Incluida tú y el bastardo que tienes.

— Tú…

— Llevo buscándote durante meses, solo tuve que dar la orden para que algún pobre en este pueblo decidiera decirme en donde te encontrabas —la omega cerró los ojos cuando el alfa estiró su mano para tocarla en la mejilla—. Uno de mis hombres registró este lugar y me dio la maravillosa noticia de que estabas en esta casa, no podía dejar pasar esto, porque podrías marcharte nuevamente.

— No quiero estar contigo —susurró queriendo llorar—. Lo único que podría conseguir estando a tu lado es…

— Ser feliz, quererme y no faltarme al respeto —Piero habló de manera calmada—. Te dije que sabía todo sobre ti, que no podías escapar de mí por más que lo intentaras, que no eras nada sin mí.

— Yo no te quiero, no quiero estar contigo, ¿por qué no me dejas en paz? —murmuró asustada—. Pudiste romper el matrimonio de mi hermana, ¿no te bastó con que te hiciera pasar el mal rato?

— Ya te dije que tu hermana no es nada para mí —el alfa se puso de pie—. Si te elegí a ti, fue porque quería hacerte mi mujer, quería hacerte saber que eres mucho más importante para mí y que no me interesa lo que pienses —lo vio quitarse el saco y dejarlo sobre su pequeño sofá—. Me hiciste gastar muchos recursos únicamente porque te dio la gana de huir.

— Es que te tengo miedo —dijo sincera—. No quiero morir… tú asesinaste a todas tus exesposas porque no te obedecían. ¿Qué esperas de mí?

— Ellas no son tú, ya te lo dije —el alfa ladeó la cabeza—. Todos piensan que estás en un viaje por el mundo, no podía dejar que supieran que mi futura esposa me abandonó el mismo día que nuestro compromiso se anunciaba —la ayudó a ponerse de pie—. El embarazo te sienta bien, ahora todo en ti se ve más pronunciado.




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