Un hijo para el doctor [#3]

Suna

—¿Suna?—Lo escucho pronunciar al invadir la estancia.

—Lo siento, señor, no pude detenerla—musita su secretaria detrás.

Nos ve con sorpresa, a lo que le pide en un ademán que salga.

Cierra la puerta con seguro, moviéndose al lugar que ocupaba.

Antes, me abre la silla para que tome asiento, sentando al niño en mi regazo.

—¿Y él quién es?—demanda, haciéndole gestos dulces en lo que se acomoda en el reposo—. Ha pasado mucho tiempo, estás trabajando de niñera?—Siento el vuelco en el estómago al notar que se embelesa con el pequeño.

Los miro un segundo al darme espacio, pasando los nervios por la garganta.

—Alex—me ve de soslayo—, es que no sé cómo decirte esto—frunce el ceño al volver la atención a él—. Es tu hijo—se enredeza de repente al verme, nerviosa cuando traga.

Palidece ante el recuerdo, ampliando los ojos al enfocarlo.

—No es cierto—es lo primero que sale ante la impresión—. ¿De veras tenemos un hijo?—Asiento, consternada al verlo directo—. Carajo—queda de pie al meter las manos en los bolsillo, conducido a la ventana—. Luego de cinco años, no era lo que esperaba—masculla, para sí, dándonos la espalda.

Inspira al sacudir la cabeza, inclinado mientras observa sus pies.

Aguardo en el reposo, a pesar de que anhelo salir de aquí.

No es que me sienta mal por sus palabras, sino que tengo muchas emociones encontradas.

Quedo de pie al mi hijo buscar su presencia, girando en lo que pasa de nosotros.

Lo busco en el avance, viendo que nos abre.

¿Me está echando así por así?

Entreabro los labios, tensa al hacer puños.

—Acompáñame—el alma vuelve a mí, dando un paso adelante—, por favor—el corazón me palpita demasiado al oír su pedido.

Trato se suavizar mi expresión, porque sé que le demuestro todo lo que experimento.

Se queda detrás, atrapada por el codo en lo que nos dirige al ascensor.

Pide el piso C, silencioso y recto, llegando a la cafetería.

Busca la mejor mesa, ordenando una bandeja que trae para nosotros.

—No es que esté pasando hambre—se fija en mí, bajando la vista en cuanto ocupa el frente.

—¿Dónde estás viviendo?—Pregunta, dándole a Aleix el juguete que saco del bolso.

Se entretiene al mover los cubos, alzando sus ojos verdes hacia el hombre.  

Le extiende el objeto, impregnados el uno del otro al saber que conectan.

No es para menos.

Se encuentran en cada uno, a lo su padre le acerca sus dedos.

Lo veo colocar el Rubik en su esquina izquierda, pasando sus manitos por la palma más grande.

—Donde Emily vivía con Sandro—atiendo el juego de ambos—. Compraron el edificio hace tiempo, le hicieron algunas remodelaciones, tenemos comida, agua, enfermeros; siempre—digo—. Algunos ya fallecieron, aunque he logrado superarlo.

—¿Tienes trabajo?—Lo observo en silencio—. ¿De qué vives, Suna?—Miro abajo al ver a Aleix—. Suna.

—N-No vivo de nada—exhala—. Esto no es por dinero, ni nada, yo...—Muerdo la mejilla—. Perdí el trabajo en el hotel luego de un tiempo, Altair me contactó y luego Emily, con eso nos aseguró un espacio en la posada y ahí he estado viviendo durante estos años—inspiro, profundo—. No volví para sacarte papeles u otra cosa, solo...

—Dime—insta.

—Quería que lo conocieras—extiende el brazo, recostado al servicio del pequeño.

—¿Por qué no me lo dijiste?—Baja la guardia, descansando la vista en el chiquillo.

Respiro, pasando la saliva en lo que me da unos minutos.

—¿Tienes sueño?—Pregunto, a lo que mi hijo niega.

Baja de mis piernas, dando tropezones para ir hacia él.

Alex lo carga sin problema alguno, dándole un abrazo en lo que me enfoca.

Lo salta en sus piernas, lleno de risas, sin ocultar su atención de la mía.

—Pensé...—Llevo la información hasta el fondo, cabizbaja.

—Está bien—habla, calmado—. No fue la pregunta correcta—Aleix es removido en sus brazos, juntando su nariz con la suya, feliz.

Tomo aire, probando el sándwich que compró, concentrado en nuestro pequeño.

Como, mientras busco ignorar el nudo en la garganta, mirándolos conmover mi realidad.

Suspiro, terminando el pan en lo que sus ojos se vuelven.

Me capta, a la vez que los bracitos le enredan el cuello, fija en la expresión de descanso del rubio.

Obtengo su atención, pensando si puede ver la otra realidad en la que estoy sola, sin nadie en mis brazos a quien pueda cuidar.

Solo me recuerda como la morena con la que conectó para la química sexual.

A la que le tiró del cabello y no la dejó levantar.




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