Un hijo para el doctor [#3]

Suna

Tomo la bocanada al enfocarlo en esos minutos.

Haberle dicho eso, parece lastimarlo, por lo que evita emitir palabras.

Se acomoda las emociones en la toma de aire, descansando la espalda en la silla.

—Tienes un punto—ahora es él quien me lastima, atravesada por el nudo—. Quería sacarla de mí, contigo—asiento al bajar la vista, concentrada en los azulejos del piso.

—Entonces no merecía que quisieras hacer eso para escapar de otra chica—adulo—. No quería que fingieras que me amaras, que me gustabas o que te causé cosas extrañas—expulso.

—Pero no tuve que fingirlo, Suna—ataja.

—Es diferente, Alex y lo sabes—detengo—. Entre ella y yo, hay una diferencia abismal y tú lo sabes.

—Parece que no me escuchaste—aclara—. No te vi, en eso debes estar clara, sin embargo terminé alrededor de ti, dentro de ti y con un hijo que salió de tus entrañas—endurezco el gesto—. De ambas.

—No te vayas por ahí—mascullo.

—¿Y por qué no, si después de lo nuestro, no pude sacarte de mi cabeza y fue como si ella muriera en el proceso?—rebate.

Intento tragar la saliva, aunque se me dificulta.

Tengo una bola demasiado grande, que no quiere pasar de mí.

—Fue una noche extraordinaria, por fin caí en cuenta que tenía algo a lo que aferrarme, alguien que se interesaba en mí, porque tú lo hacías, Suna—habla—. Después de tanto tiempo—reniega—, por fin alguien me miraba—parpadeo, afectada.

No me rompo en dos porque debo ser estable en su presencia.

Luego de todo, también pasé por eso.

—Yo lo hice desde antes; muchos años antes, Alex—trago—. No te diste cuenta por estar mirando a otro lado—me pongo de pie al alejarlo, camino a la enorme ventana que muestra la ciudad.

Miro abajo, cruzada de brazos al ver las personas pasar.

—Concursaba con Emily, en ese entonces—sorbo, al paso que el silencio nos mantiene conectados.

Parece que no hay nadie alrededor, aunque ciertas personas van llegando.

—Fue un flechazo desde ese día, solo que nunca me devolvías la vista—acaricio mis codos al seguir atenta al cristal—. Parece que nunca estuvimos destinados a encontrarnos—encojo los hombros—, ni a ser nadie en la vida.

—Eres madre de un niño de cinco años—expone—. Eres alguien.

—No soy mujer—lo siento acercarse al quedar a un lado de mí.

Aleix extiende los brazos para venir, fijando sus ojos en él.

—No quiero seguir hablando, me preocupa que escuche estas cosas—exhalo.

—Has hablado mientras estaba conmigo.

—Sí, pero creo que guarda con más fuerza lo mío—ladeo la cabeza.

—¿Tú crees?—Lo miro un momento ante la burla—. Puedo decirle a Jordana que lo atienda.

—Creo que deberíamos irnos—le doy la espalda en lo que busco la escalera.

—Suna—el corazón se me acelera en lo que detengo los pasos.

Lleno los pulmones al aceptar su trato, seguida de los pasos al piso donde trabaja.

Gestiona algo con la pelinegra, quien de vez en cuando me da una ojeada.

Anota en una libreta, al igual que arregla la agenda.

Aleix se inquieta mientras su padre está concentrando, corriendo hacia él, teniendo que soltarlo.

Le tira del pantalón, sintiendo el vuelco en la matriz en cuanto lo carga, como si nada.

El pulso se me desboca, removida por la atención que le entrega al ir detallando su labor, firmando incluso algunos papeles.

—Vamos—se detiene en frente, posicionado delante de mí.

Juega con los dedos de su padre, chocando las palmas en la sonrisa que detalla.

—¿A dónde?—Voltea, teniendo que seguirlo.

—Solo vamos—asienta, extendida su palma hacia mí.

Tengo ganas de ir al baño, aunque lo paso por alto al unir los dedos.

El caliente de su palma me atrapa, estremecida al estar nerviosa.

Aprieta el agarre en el roce de las pieles, llegando al ascensor donde nos sube.

Cargo a Aleix, mirando el trayecto al tragar con fuerza, esperando que al menos diga algo.

No puedo leerlo como deseo, tampoco traspasarlo.

Está servicial y tranquilo, como si nunca le hubiera fallado o me hubiera ido.

Hundo los hombros mientras la preocupación me carcome por dentro, atenta a que aparca en el estacionamiento de una tienda.

Salgo luego de que pone en su cuello al extenderme su brazo.

Acepto su trato, yendo adelante, en los segundos en que ellos hablan.

Es un idioma padreniñol o niñoñol, que él parece entender a la perfección.

—¿Qué hacemos aquí, Alex?—Paso al lugar, sintiendo el frío elevar mis vellos.

—Escoge lo que necesitas—doy la vuelta, fijando los ojos en él—. Para ti y para el niño—insta.




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