Un hijo para el doctor [#3]

Suna

Trago en frente al no saber qué hacer o qué decirle.

Su mirada me insta a moverme, solo que me quedo estática en el sitio.

No tengo la mas remota idea de si palidezco, la boca se me cae al suelo o me vuelvo gelatina frente a él.

Sé que no me desintegro porque aún siento los pies en el piso, no obstante, es como si se hubiese abierto un hoyo alrededor, aunque no parezca estar tragándome.

Lo observo, aturdida en el repercutir de sus palabras en mi cabeza.

¿Irme de aquí? ¿Dejar a esta gente sola? No lo puedo contemplar.

El vientre se me retuerce con asco al tener que correr al baño para vomitar.

Hundo la cabeza en el retrete, sacando lo que sea que salga, por más que tenga vacío el estómago.

Lo que sé, es que quieren salirse las tripas y el golpe en mi sien, no me ayuda para nada.

Abro los ojos ante el vago recuerdo de esos años.

El modo en que tenía que deshacerme de la comida para verme mejor en esa pasarela.

El día que alguien más quiso ayudarme y salí lastimada.

No había asociado ese tipo de cosas hasta ahora.

Lo bloqueé durante muchos años y ahora vuelven para atormentar.

—Estoy bien—lo aparto al echar atrás—. Estoy bien—mascullo al lavarme la boca en el lavamanos.

Se pega a la pared, remojando mi rostro con agua fría, apretando las palmas a los lados.

—Muestras signos de un trauma—me detengo, sin buscar su mirada al bajar la cabeza.

Tomo la toalla, girada al frente al verlo a los ojos.

—Quiero ser una persona delante de ti, no un caso de estudio—exhala al soltar los brazos para abrirme la puerta.

Pienso en hacer lo que me pide al sacar las bolsas de leche, junto con el extractor y otras cosas de la nevera.

—Eso déjalo—indica—. Haré una compra después—suelto el pecho, haciendo una línea de mis labios.

—No soy un caso de caridad—rueda los ojos, exasperado al cruzar sus brazos en el pecho.

—¿Quieres que te ayude o no?—inquiere, ladeando el cuello.

—Pero yo no te lo pedí—explico al enfocarlo—. Solo fui a decírtelo, eso no implica que me des cosas o algo por el estilo.

—Por amor a Dios, Suna—avanza, estremecida en lo que acoge mi rostro en sus manos—. Tienes un hijo mío y has estado sola con él durante cinco años—lo atiendo al pasar el trago—. Deja que al menos haga algo.

—Lo he hecho todo sola—asiente, pegando su frente a la mía.

—Viniste a mí—pregona—, y ya no estás sola—suspiro en el golpeteo acelerado del pecho, abrazada por él, sin que me dé tregua.

No puedo alejarlo, por mucho que quiero hacerlo.

No tengo fuerzas y estoy cansada, por lo que pasa sus extremidades tras mi espalda, a pesar de que no le devuelvo el gesto.

Escucho que pasa la saliva con dificultad cuando descubre que le estoy empapando el pecho.

Jadeo en cuanto empiza a besar mis mejillas y el hueco en mi cuello, retenida al punto de cargarme.

No sé cómo lo hace, pero se lleva las cosas conmigo aferrada a su cintura con las piernas, rodeando con los brazos su cuello.

Suelta el aire al ir bajando las escaleras, llegando al primer piso donde veo a Aleix observarme, al cabo que su padre me lleva al vehículo.

Termino en el copiloto, evitando decir algo, mientras pasa el cinturón alrededor.

—¿Qué?—Se queda agachado al verme.

Seca las mejillas con sus pulgares, recostando la cabeza del espaldar.

—Es que tengo que cuidar a esa gente—digo, viendo el frente—. No tienen a nadie más.

—Puedes venir cuando quieras—los labios me tiemblan al llorar, fuerte—. No entiendo.

—Es que me siento mal por dejarlos, así, de la nada—mi voz se atasca—. Me capacité como enfermera, después de perder el trabajo y eso me ayudó a sostener a Aleix, pero es muy fuerte el trabajo, no pude conmigo misma—farfullo, contenida—. Agradezco a Emily, a Sandro, a Altair, todo lo que hicieron por mí, es solo que yo...—Sacudo la cabeza, adolorida en el pecho—. No pude seguir, esa no era mi vida, pero con mis conocimientos he podido ayudarlos—exhalo.

Él aguarda un rato en silencio al comprender la situación.

Me tallo los ojos, deseosa de un poco de descanso.

—Suna—intenta tomar mi mano, sin importarle que estoy temblando, removida en el sitio—, ¿quieres dormir un rato?—Asiento, repetitiva, por lo que descubre—. Ahora mismo no podemos hablar del tema y no va a ser bueno que el niño te vea así—aprieto sus dedos, desbordada—. Toma agua y esto no tiene contraindicaciones—me pasa la tableta—, solo una y podrás descansar.

—¿No me hará daño?—Niega, seguro—. ¿Lo prometes?

—Lo prometo—musita, frunciendo el ceño.

Acepto al tomar la pastilla que se derrite en mi lengua luego de tomar de la botella.




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