Paso el trago por enésima vez al no querer salir del baño.
Tengo el trasero pegado al lavamanos, con las piernas cruzadas igual que los brazos.
Alex ha tocado un par de veces, solo que no he abierto, porque no quiero que tengamos ningún contacto.
Ahora que lo pienso, me preguntó en qué estaba pensando.
Por qué decidí elegir el camino fácil, cuando nada ha sido de ese modo, para mí, en muchos años.
Quisiera creer que este momento es solo una broma, pero Alexandrei se lo está tomando en serio y eso no era lo que estaba esperando.
En el fondo, sé que hago todo esto porque tengo miedo.
Miedo al rechazo, al abandono, a vivir lo mismo, una y otra vez, como si de verdad lo tuviese merecido.
La culpa me arrastra a la esquina, tragando con fuerza al ver la pared del lugar en lo que pienso en lo sucedido.
Hacía tiempo que mi hijo, no me trataba tan mal.
Realmente no esperaba que reacciara de ese modo, ya que la mayoría de las veces, he afianzado mi autoridad, sin embargo, este día no me dio tregua a nada y lo único que puedo rescatar de él, es el hecho de que estoy cansada.
Me duelen los hombros, los pies, el cuello.
No hablo sobre este tipo de cosas con nadie, sobre todo porque no puedes quejarte de la maternidad, ni del trabajo que haces cuando ves los frutos en la persona que estás criando; cuando te miras en sus ojos y ves el cambio.
La transición es abismal y por mucho que Aleix no haya nacido niña, sé que tiene necesidades emocionales que debo llenar.
No puedo verme del todo en él, no obstante, hago lo posible para que su niño interior se sienta bien, que crezca sano e inteligente, con un poder propio a cada etapa de su vida, por más que mentalmente me crucifique por algún error que cometa.
El más grande fue alejarlo de su padre y puede que eso, me haga pagar muchas facturas acumuladas por el contacto que tienen ahora.
Si hasta hace poco me sentí rechazada, no me imagino cómo me sentiré si me cambia por no obedecerme y estar en ese punto de la maña gana.
Seco mi rostro una y otra vez al secarme con el papel.
Doy pasos pequeños a la puerta, quedándome cerca en lo que veo su sombra afuera.
—Sigues ahí—susurro, al pegar la cabeza del material.
—Hasta que te dé la gana de salir, sí—sonrío a medias, negando en el inspirar profundo—. ¿Necesitas ayuda o algo por el estilo?—pregunta—. ¿Te sientes mal y no me lo quieres decir?
—¿Por qué haces esto?—Sorbo la nariz—. Y sé sincero, Alexander—pincho, porque sé que no le gusta.
—Porque sí, porque quiero—sacudo la cabeza—. No me digas así.
—Me lo aprendí—murmuro—. Aprendí a llamarte de esa manera, pero no era tú manera—suspiro, hundiendo los hombros—. Así que investigué bien tu nombre y apellido, tus hazañas, lo que has hecho—inspiro profundo—. Es así como investigo ahora el por qué quieres hacer esto, hacerte cargo de nosotros, si no... no fui a pedírtelo—encojo los hombros—. Lo hice por Aleix, no por mí—mis ojos se empañan al querer llorar, arrastrada al suelo en el cubículo—. Yo no quería verte, estaba tan enojada contigo—libero al limpiarme la nariz—, y en realidad, debería estarlo conmigo, porque te di lo que pensé que valorarías, cuando no estabas buscando eso.
—Tu virginidad—señala al asentir.
—Sí—me cubro el rostro—. Fui tan estúpida—río, al paso que caen las lágrimas—. Dios mío.
—Fue delicioso—elevo el rostro, sorprendida—. Y exquisito—paso la saliva en lo que la tensión se ajusta a mi cuerpo—, aunque la verdad en esto, es que la virginidad va más allá de aquello que reviste a las mujeres en su conducto vaginal—arrugo la cara—. Es, puede ser, en todo caso, la intención del corazón, Suna; lo que sentías por mí y no lo que no le diste a nadie más, porque pensabas que debía ser el indicado quien tenía que ocupar tu entrepierna—augura, calmado—. Me preguntas el por qué y podría decirte, ¿por qué no? Aún así, te respondo—quito el seguro en lo que se pone de pie y abre, mirándome en el piso, con las piernas recogidas—: porque tengo una deuda contigo. Una de cinco años—lo miro—. Sin importar la decisión que tomaste, eres la madre de mi hijo y yo sigo siendo el padre—se agacha, decidido—. Irte te salvó de una cosa—hace una pausa al pasar el líquido, afectada.
La respiración se me corta por lo que veo en su mirada, lo que seguro hubo en la mía, cuando supe la noticia.
—¿Cuál?—musito, bajo, muy bajo.
—Que te pidiera que abortaras el niño—el pecho se me hunde, sintiendo la quemazón y la angustia al oírlo, recordando lo vivido.
La incertidumbre, la forma en que Emily me retó cuando se lo dije, el hacerme sentir mal porque ella no lograba tener un hijo y yo no iba a dar todo por el mío.
Circunstancia de la que no era culpable, pero sí me golpeó duro oírla.
Sentí que era una egoísta con el privilegio y la oportunidad encima; luego descubrí que el camino va más allá de mantener un embarazo.
Criar con el corazón roto, sola, sin saber de dónde sacar fuerzas, no es lo mejor que puede vivir la mujer que va gestando a su hijo en el vientre.
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Editado: 14.11.2024