Un hijo para el doctor [#3]

Suna

Me seco el cabello con la toalla, haciendo camino a la sala, luego de pasar un largo rato en la bañera.

Lo primero es que me permití estirar el cuerpo en la bañera y hundir la cabeza de vez en cuando en el agua, con tal de sentir el golpe de realidad.

Lo segundo es que quise quedarme encerrada y no salir de ahí, por más que tuviera la intención de ayudarme con lo que no logro sostener más.

No es que no quiera ser mamá, no es que escape de mi responsabilidad, sino que he podido identificar que estoy cansada y a punto de rebosar.

Después de dar a luz o mas bien, de aceptar pasar lo del embarazo, creí que estaba sola en el mundo, que nunca tendría oportunidad de salir a flote o de sentirme apoyada por alguien.

No estaba tan equivocada, por más que hice excepciones con Lourdes, Floripondia y su esposo, que falleció antes que ella.

Luego de ahí, no volvió a ser la misma y no tenía las herramientas para ayudarla tanto como quería.

Lloraba día y noche por aceptar continuar la gestación y lloraba más, cada que pensaba en el tiempo que me faltaba para finalizar con el embarazo, si aceptaba la intervención.

La decisión no fue nada fácil y de ninguna manera, tuve escapatoria, a pesar de que creí que por un momento, sí.

Porque no es solo pensar en hacerlo o no, sino en las consecuencias que cada cosa traerá; la decisión se quedaba en un punto muerto, hasta que en el parto, todo comenzó a pasar.

Nueve meses después de esa segunda noche, ya tenía un hijo en brazos, que necesitaba de mí, que requería de mi tiempo más que nunca y que por más que fue bueno al inicio y me dejó dormir, yo no tuve la capacidad de hacerlo.

Pasaba las noches despierta, atendiendo que respirara o se moviera; temía no ser tan buena, que cometer un error acabara con su vida, que incluso no pudiese evitar la muerte de cuna o si lo sacudía sin verlo venir o quererlo, pudiera también perder la vida.

La suma de todos los miedos, se incrustó con cada mes que pasaba y en el proceso, fueron sumándose mucho más.

Incluso en la actualidad y con todas las cosas que hemos pasado, me pregunto si es que acaso lo he sabido criar.

Si por sus explosiones, en el futuro será una persona violenta con otra persona o si no le importará lo que haga, solo por obtener lo que quiere.

¿Le instruyo bien o mal? ¿Soy o no soy una buena mamá?

Paso la saliva, recostada del umbral al verlo moverse en la cocina, como si dominara la labor tan bien.

La verdad, es que si de algo me arrepiento, es de no haberme quedado con él.

Sin importar lo que dijo o lo dolida que aún me siento, quizás esperar habria sido lo ideal para obtener el desarrollo hacia este buen partido, pero si no me hubiese ido, todo se habría quedado igual.

O al menos eso es lo que creo, porque el cambio se hace con el paso del tiempo.

Ahora tengo esto, puedo verlo, es lo que me toca apreciar al estar en su apartamento.

Uno que es suyo, aunque parece que quiere compartirlo con los que estamos acá.

—¿Te vas a quedar ahí o vienes a comer?—Coloca el plato en la encimera al quedarse en frente, para que entre en el espacio de la cocina.

Tomo asiento en el taburete, mirando la variedad en el plato al elevar la vista hacia él.

—Es mucho—enarca la ceja, posando los brazos a cada lado de la encimera.

—Tienes hambre—asiento, pasando el trago al no querer que lo sepa—. También tienes un problema con la comida—me cubro el rostro al dejar que las hebras me tapen la cara—. Está bien—mete la mano para alzar mi mentón, atenta a su mirada en lo que me ve con calma—, tranquila, solo prueba lo que te apetezca.

—¿Por qué haces esto?—trago, echada atrás en el proceso.

—Porque puedo—hundo el entrecejo, frunciendo los labios—. No puedo creer que hayas vuelto—exhala, negando de a poco—. Pensé que estabas en otro lado y me eché toda la culpa, sin saber que en serio la tenía.

—Quiero una razón válida—pido—. Más válida que la de tener una familia, tener un hijo, etcétera—indico.

—Si al menos le das un mordisco al panqueque o al pan—bufo, cruzada de brazos—. O no sé si prefieres que te haga una ensalada o te lo dé de comer.

—No es necesario—murmuro—. Solo... es que tengo náuseas—reniega, enderezado al verme.

—Come—insta.

—No—hago una fina línea de mis labios.

—Bien—toma la miel al untar la rodaja en lo que lo corta en trozos—. ¿Quieres?—provoca en el primer bocado.

Carraspeo en lo que mastica, sintiendo el gusto y el asco a la vez.

Es algo que no puedo dejar, por mucho que lo he intentado, puesto que viene de años atrás.

Tomo el cubierto al salpicar de miel el pedazo, tomando una fresa recién cortada y limpia, llevando el alimento a mis labios.

Lo retengo al saber que va a seguir comiendo, consciente que no me gusta que tomen de lo que es mío, pero el lo hace para que al menos pase algo a mi estómago.




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