Un hijo para el doctor [#3]

Suna

Inspiro en el trago al mantener la fijeza en su mirada.

Extiende la palma en lo que giro, hundiendo las rodillas en el reposo al ir hacia él.

Junto las piernas en mariposa, sin elevar mucho la vista en lo que pongo la almohada sobre mis piernas.

No quiero que me vea demasiado.

Tampoco es que me sienta tan atractiva y pienso que eso, no lo inmuta.

Tengo la sospecha de que le gusta.

¿Por qué? No tengo la menor idea.

No es tan atractivo el hecho de sentirte atraído por una mujer insegura que no ha dejado de lado ese sentir, durante tantos años.

A veces, me veo en el espejo y no logro reconocer el cambio tan drástico.

Ya no estoy tan flaca como antes, los senos se me han caído, las estrías son algo notorias y el brillo, lo que hacía que mi piel reluciera, se ha apagado.

No soy ni la sombra, de la Suna que antes quiso ganar y tener todo lo que un día, se atrevió a soñar.

—¿En qué piensas?—Sacudo la cabeza al dejarlo pasar—. Abre la boca.

—¿Qué parte de no tengo hambre, no entiendes?—pregunto, desganada.

—La parte en la que me dices la verdad y no finges decirla—ataja—. Abre—llevo el líquido hasta el fondo, acercándome en lo que atiendo su orden—. Piña—tomo el trozo—, y fresa—las muerdo ambas, a la espera, concentrada en el agarre que me da.

Acerca su palma para apretujarla, infundida en su confianza en lo que lo siento en el paladar.

—¿Pan?—niego–. ¿Jamón?—Ladeo la cabeza, probando junto con el cubo de queso que atrapa en el palillo—. Cuando sientas que vayas a vomitar, dímelo—acepto, silenciosa al cabo que continúa alimentándome—. No es la hora exacta en la que debes comer—mira el reloj de la mesita en la burla—, pero haremos una excepción—suelta la risa al ocultar la sonrisa en lo que bajo la cabeza—. Pobre órganos, deben estar en pésimas condiciones.

—Alex—refunfuño, golpeando con los puños la cama.

—Ningún traficador de órganos podrá poner sus ojos en ti—amplía la sonrisa, estirando las comisuras al querer reír—. Y yo conozco muchos, así que les diré que eres muy mala candidata.

—Qué malo eres—farfullo, con la boca llena, al tiempo que se acerca más.

Usa la sábana como servilleta, quitando los residuos de las comisuras.

—Digo lo mismo de ti, niña mala—pregona, hipnotizada por la forma en que sus pupilas se dilatan, evitando dar el paso entre ambos.

La inercia toma el control, apartando la bandeja en lo que lo poco, se queda en la esquina, arrastrada hacia él, mientras siento su beso en mi cuello.

—Me gustas, Suna—detengo la entrada de aire a los pulmones, casi sobresaltada por el beso casto que deja en mi hombro.

—¿Como el primer día?—Afirma mi rostro en sus manos, respirando por la boca al fijar mis ojos en él.

—Más—parpadeo, sorprendida, sin poder devolverle el beso en los labios al echarme atrás.

Parece un reflejo, lo que hacen mis manos al ponerse en sus hombros, cosa que lo desconcierta por el abrazo en el que me enredo en él.

Medio rostro se queda en el hueco, con sus manos a cada lado de mi cintura, en esa parte baja donde acopla parte de mis glúteos.

—No estoy lista—admito en el proceso—. Y no sé por qué te causo eso—prosigo—. Cambié mucho y todavía me incomoda tener este cuerpo—declaro—. No me gusta lo que soy, ni cómo se ve.

—Se ve como el de alguien que dio a luz a un ser—asiento al tenerlo en frente, posando los dedos en sus hombros al tragar.

—Pero no soy el tipo de mujer que ama lo que es—indico—. Esta no es la Suna de antes, no soy lo que quería ser—roza las mejillas al acoplar la sinceridad en la penumbra—. Nunca me imaginé siendo ordeñada por un aparato, teniendo un hijo a mi lado, comiendo cosas enlatadas durante cinco años para que el dinero sobrara si Emily, Sandro o Altair, no podían mandarme nada—inspiro, atascada—. Las ropas y esas cosas que enviaban, las vendía y con eso lograba conseguirle juguetes, una tarde en el parque, en los juegos, etcétera, a Aleixandrei—bajo las manos —. Y verlo así, me hacía sentir feliz de manera momentánea—encojo los hombros—. Porque no soy feliz, Alex y no tienes que darme todo para que lo sea.

—¿Has pensado en ir a terapia?—Libero una risa, sorbiendo la nariz.

—¿Terapia de qué? ¿Electrochoques, habla o de qué tipo?—indago.

—Psicológica—frunzo el ceño—. Para la gente loca—elevo la risotada ante su explicación, tapándome los labios cuando soy consciente de que puedo despertar a Aleix.

—Entonces estoy loca—niega, riendo al bajar mi mentón.

—No, pero casi—sonríe—, porque me es absurdo pensar que la mujer que hizo todo por estar conmigo, al punto de fingir un escenario tan loco, piense que lo que ha hecho, no vale la pena—hago un puchero—. Suna, estoy excitado y no quiero perder los estribos—guardo la mueca—. Gracias.

—Después de cinco años...

—Sigues despertando el interés en mí—termina, besando mi frente de momento.




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