Un hijo para el doctor [#3]

Alex

—¿Vas a la escuela?—Pregunto, limpiando mi piel bajo el grifo en lo que llevo la esponja enjabonada por el cuello y la pasta por la cara.

El líquido se lleva los residuos en los segundos, bajando un poco la cabeza para echarme el champú.

—Estoy en una, pero está en la posada—detengo los movimientos al prestarle atención a sus palabras.

—¿Y quién es tu maestra?—Saco un poco la cabeza para verlo observarse en el espejo, subido en una escalerilla que lo acerca al lavamanos.

—Una rubia con piel negra—el rostro se me desencaja—. Parece hermana de mi mamá—enarco la ceja, de vuelta al sitio, terminando de lavar mi cabellera.

Coloco la crema en las hebras, echándolas atrás luego de desenredarlas.

—¿Y qué te enseña?—demando, curioso.

Me cubro hasta la cintura, saliendo al ver al niño inclinado en el retrete, a punto de meter el cepillo de dientes ahí.

—¡No!—Se sobresalta, soltando el objeto que cae al suelo, temeroso por el grito que escuchó—. Perdona—suspiro, negando mientras recojo el material para echarlo a la basura.

—No se bota—frunzo el ceño, estirado al buscar uno en el gabinete—. No hay para comprar más.

—Tengo otro—muestro, al tiempo que lo observa, de puntillas, embelesado por lo nuevo que es.

—Pero era el de mamá—cruzo los brazos en frente—. Ya sé, bacterias.

—Ajá—le entrego seriedad, ocultando la sonrisa en una pequeña mueca—. Ven acá—alza los brazos para que lo cargue, estacionado en el pequeño piso de la escalerita, tomando la pasta—. ¿Qué te ha enseñado tu mamá?—Me ve, seguido del proceso al paso que usa el cepillo, presionando el encendido.

Lo saca de inmediato al mirar cómo las cerdas se mueven, a la par que lo ayudo a apagar el sistema.

—Hace cosquillas—elevo su rostro, acoplado en mis dedos que atrapan su cabeza, movida su pequeña melena hacia atrás.

Concentra sus ojos en los míos, detallando mi expresión en lo que hago el proceso para que tenga su boca limpia.

Intenta hablar un par de veces, sin embargo, lo detengo en varias ocasiones para que no se lastime.

Le doy espacio en lo que se enjuaga, limpiando sus labios con la toalla pequeña.

—Muy bien—sonrío, encantado al ver sus ojos brillar—, enséñame esos dientes—estira los labios con fuerza, haciendo un sonido de batalla para que vea más allá—. Perfecto, hijo—el estómago me da un vuelco al emitir esa palabra—. Falta que esté listo y nos vamos.

—Entonces mamá no va con nosotros—describe, yendo tras de mí al encontrar me imita el caminar.

—Es mejor que descanse—propongo—. Ha estado muy cansada, ¿no?—Asiente, a modo de repetición, entrando en ese pequeño cuarto entre el clóset.

Es lo suficientemente alto para mí, lo más adecuado para que no me vea desnudo y de paso, me termino se vestir ahí.

—Ha dormido mucho—salta, sentado en el colchón, poniendo sus manos a cada lado como presión—. Nunca duerme así.

—¿Qué crees que le pasó?—Encoge los hombros al ver sus piernas ir de delante hacia atrás.

—No se me ocurre nada—sopesa—. O tal vez se comió un búho—suelto una risa—. O el alma de un perezoso se entró en ella—libero una risa, recogiendo la tela en los brazos de la camisa.

—¿No escuchaste nada?—Hunde el entrecejo—. Anoche, ¿te despertaste?—Niega, cerca al cuidar que no se quede sin cuello.

—No—habla—. Tampoco me hice en el pañal—aplaude, emocionado—. Voy al baño con ella siempre que le digo en las noches o voy solo si está muy dormida—prosigue, gustoso—. Anoche no tuve ganas, ¿eso es normal?

—Sí, no siempre hay que ir a orinar—murmuro.

—Tus labios—lo observo—, se ven más rosados—hago una fina línea de ellos—. ¿Tú y mamá se besaron?

—Algo parecido—emite un sonido, pensativo, juntando los brazos en las piernas.

Recojo mis pertenencias en el silencio que logra, sin dejar de darle ojeadas en esos instantes.

Me pregunto que estará pasando por su cabeza.

En la mía, todo esto se siente tan nuevo, a la vez que pareciera como si la situación, hubiera hecho un lugar en mi cerebro.

No sé desde cuándo lo empezó a formular o en qué punto, empecé a pensar en ello, que al paso del tiempo, se hizo realidad.

Esa mujer me dejó una marca y todavía la tengo enterrada en ese espacio tan hondo donde sentí algo de rechazo.

Creí que nada le gustó, que fui brusco, que le hice daño, también, no obstante, parece que eso no sucedió.

Aun así, algo en su cabeza o en su alma, no está dando la talla; le hace falta lo que vino a buscar y no estoy dispuesto a dejarla sola, incluso si se atreve a pedírmelo de rodilmas.

—Me enseñó muchas cosas—habla, recordando lo que le pregunté—, a cuidar mi cuerpo, a no dejar que extraños se me acerquen, a identificar lo que sucede si alguien me toca en áreas privadas con gestos indebidos—augura—. Sé sumar, un poco y escribir algunas palabras.

—¿Te gustaría estar en la escuela?—Eleva los hombros al mirar la ventana, con el sol marcando el inicio de lo laboral—. ¿Te preparo algo para el camino?




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